Según los datos de la encuesta que ha realizado WOBI (World of Business Ideas), referida a tendencias económicas, empresariales y laborales para el 2016-2017 de la empresa española, el 35% de los empresarios españoles opinan que un buen líder debe ser emprendedor y más de un 31% comunicador; el 47% de los directivos encuestados opinan, por lo demás, que el perfil del líder del futuro será un líder con inteligencia emocional.
Entramos de lleno en un nuevo campo de esos que los psicólogos se empeñan en abrir para acuñar ideas que en tiempos de antaño, sin tanto tecnicismo, se concebían dentro del amplio espectro de la educación cívica y de la relación que debe mantenerse en el ámbito laboral y con los potenciales clientes para que el negocio pudiera progresar. No seré yo quien me resista a este nuevo diseño de profesionales que abren sus posibilidades de trabajar y ayudar para la mejora del desarrollo personal. Me centro por ello en ese campo de lo que se concibe como “Inteligencia emocional”.
El término parece ser que se acuñaba por primera vez en 1990, siendo utilizado por Peter Salovey de la Universidad de Harvard y John Mayer de la Universidad de New Hampshire para referirse a la capacidad de controlar y regular los sentimientos de uno mismo y del resto de personas y utilizarlos como guía del pensamiento y de la acción. Esto es, dado que la formación académica se queda coja en ciertos aspectos personales, con la inteligencia emocional se concreta todo un elenco de habilidades y rasgos de personalidad que deben potenciarse, cuáles pueden ser la empatía, la expresión y comprensión de los sentimientos propios y ajenos, la independencia, la capacidad de adaptación, la simpatía, la capacidad de resolver los problemas de manera interpersonal, las habilidades sociales, la persistencia, la cordialidad, la amabilidad o el respeto.
Pero quien realmente ha popularizado el término ha sido Daniel Goleman, desde el año 1995, con sus libros “Inteligencia Emocional” y “La práctica de la inteligencia emocional”. Tras diferenciar entre habilidades duras (las propias de los conocimientos técnicos) y habilidades blandas (las propias de las emociones y del comportamiento en sociedad que hemos visto), el psicólogo estadounidense plantea la inteligencia emocional como un sinónimo de carácter, personalidad o habilidades blandas que tiene su traducción en conductas manifestadas, tanto a nivel de pensamientos, reacciones fisiológicas y conductas observables, aprendidas y con posibilidades de ser aprendidas, que facilitan la gestión de las relaciones humanas de las personas. Goleman afirma que “las normas que gobiernan el mundo laboral están cambiando”, de modo que “En la actualidad no sólo se nos juzga por lo más o menos inteligentes que podamos ser ni por nuestra formación o experiencia, sino también por el modo en que nos relacionamos con nosotros mismos o con los demás”. Por su parte, el psicólogo de las organizaciones Jonathan García-Allen explica que “La época en que los procesos de selección de personal se basaban en la experiencia laboral y los conocimientos técnicos pasó. Actualmente, el método ha evolucionado y los aspectos relacionados con la Inteligencia Emocional, como las habilidades interpersonales y la gestión de las emociones, han cobrado un protagonismo clave. Esta creciente relevancia del aspecto emocional en el trabajo viene motivada por la tendencia a la tercerización de la economía en los países occidentales, en que el intercambio económico está mediado por la confianza entre ambos agentes”.
El devenir de esta faceta, inmersa en el amplio elenco de valores que permitan el desarrollo personal, hace que en las empresas se invierta cada vez con mayor profusión para que la inteligencia emocional sirva para crear un nivel de confianza, autoconocimiento y mejora del nivel de conciencia, favoreciendo un buen clima laboral que facilite los mejores resultados.
Aun cuando es palpable que muchas personas llevan de forma innata esta faceta, lo que propician los profesionales de la materia es que la inteligencia emocional se puede aprender y desarrollar.
Sea como fuere, esa inteligencia emocional que debe tenerse o adquirirse, y sobre cuyo alcance y técnica de aprendizaje existen numerosos estudios y profesionales de relevancia para ayudar a conseguirlo, debería cuanto menos ir dirigida a crear una forma de ser y actuar en el mundo laboral que desde la experiencia profesional que puedo acumular considero que debería cubrir los siguientes aspectos:
- La capacidad de reflexión. Ver cómo actuamos para conocer los detalles de nuestras acciones y los errores que podamos cometer. La autocrítica se erige como absolutamente necesaria para corregir nuestros propios defectos. Y es que primero tenemos que conocernos a nosotros mismos para después hacerlo con los demás.
- Potenciar el autocontrol. Si nos conocemos como debería ser, la preparación para controlar nuestro ímpetu debe ser prioritaria. Mejor tomar las decisiones en frío que no en caliente; ello exige una inteligencia emocional apropiada para cómo gestionar con eficacia nuestras propias emociones. Estoy plenamente de acuerdo con Goleman cuando afirma que “La habilidad para hacer una pausa y no actuar por el primer impulso se ha vuelto un aprendizaje crucial en nuestros días”.
- Facilitar la comunicación. La interrelación personal es tremendamente importante en el mundo laboral. No es momento de encerrarse en el caparazón sino de abrirse, sentirse bien e integrarse en los equipos de trabajo. Comunicarse se erige en pieza angular de toda relación. Y si eres o te quieres considerar como líder, indiscutiblemente hay que potenciar la comunicación. La comunicación resulta especialmente significativa pues en ella se encuentra el fundamento de la motivación, la persuasión, el desarrollo de la empatía, la capacidad de escucha…
- Actitud positiva como resorte apropiado para la motivación. Todo no sale como pensamos y en el camino se encuentran baches. En el trabajo ocurre por igual. Hay que estar preparado para que, llegado el momento de la adversidad, sepamos afrontarlo generando ilusiones para salir del entuerto. Esta luz que se debe mantener viva es claramente contagiosa, por lo que sin duda es un resorte apropiado para potenciar la inteligencia emocional.
- Tener empatía para involucrarse en los proyectos y la relación con los demás. Saber escuchar es de una importancia capital pues las personas pedimos comprensión a los demás. Y para comprender hay que escuchar y dejar expresarse a quienes muestren esta necesidad.
- Innovando permanentemente. Obvio que no me refiero a la innovación técnica ni a la idea que lleve al desasosiego para ser cada vez mejor que los demás. La competitividad puede resultar necesaria pero cuando se es como un aliciente que nos ayude a empujar, a seguir hacia adelante y no cuando nos perjudica por convertirse en obsesiva. Ahora me refiero a la idea de superarse en actitud positiva, en saber ver la luz y al mismo tiempo transmitirla. Afán porque cada día nos brinde la oportunidad de mejorar nuestro desarrollo personal.
Con esta perspectiva la interacción de la inteligencia con las emociones supone que la divisemos en la vertiente intrapersonal, esto es desarrollándola y utilizándola en relación a nosotros mismos; e interpersonal, para ser más efectivos en nuestras relaciones con los demás. Y todo con el loable fin de conseguir la paz interior y la felicidad. Con todo, y aunque pueda ser en parte cierto que no vemos las cosas como son, sino como somos, esto no es la panacea. El mundo y la vida en sí no es ese paraíso que a veces se vende con suma facilidad. Lo que ahora intento expresar es que resulta conveniente aprender a controlar las emociones, pues ello nos depara que las comprendamos y así poderlas transformar en situaciones que redunden en nuestro beneficio. Sepamos dirigir nuestro esfuerzo en esta dirección porque, como dijo Confucio, “Quien se controla a sí mismo, no tendrá dificultad alguna para gobernar con eficacia. Al que no sabe gobernarse a sí mismo, le resultará imposible ordenar la conducta de los demás”.