Si hay algo que siente mejor después de un día de trabajo o de esfuerzo físico es, sin duda, la cerveza. Pocos son los que no se ven envueltos en este placer y, aunque el vino ocupa un lugar especial para los paladares más exquisitos, hoy en día encuentra un rival de importancia con el culto que se hace a la cerveza, aumentando su calidad y esmero hasta límites que hacen sucumbir al más pintado.
Y buena culpa de todo ello lo está teniendo esa moda desenfrenada que ha nacido de elaborar cervezas artesanales, como producto que fluye con personalidad propia de quienes se adentran en esta fabricación, empollándose todo lo relativo a lúpulos, levadura y almidón. Nuevos sabores, nuevas texturas, aromas, que permiten adentrarnos en un mundo lleno de emprendedores que compiten contra las grandes marcas. Tan frenética es la apertura a esta fabricación que, en momentos de crisis económica, a muchos les ha servido para propiciar un medio de vida.
Tanto es este fervor que incluso las marcas industriales se dan cuenta de este potencial enemigo que a veces surge clandestinamente, para realizar sus propias ediciones especiales bajo la idea de aludir a lo “artesanal”.
La pregunta que nos hacemos todos gira en torno a: ¿cuál es la diferencia sustancial entre la cerveza industrial y la artesanal? Para ilustrarme un poco sobre el tema leo que, aun cuando la elaboración cuenta con los mismos elementos básicos, existe distinción en las proporciones y en el tratamiento que se hace de la materia prima. Cuando se industrializa se hace el mismo producto con menor cantidad de materia prima y mayor de elementos sintéticos, como saborizantes y conservantes. En cambio, la artesanal carece de químicos. Por lo demás, a diferencia de las industriales que son fermentadas en frío, las artesanales son cervezas fermentadas a temperaturas templadas, que rondan los 20ºC. En fin, las artesanales se elaboran con una gran variedad de maltas y lúpulos distintas que hace que se extraigan cervezas con bouquets aromáticos muy ricos, productos con más cuerpo, y una infinidad de variedades con distintos colores y sabores, que se suelen dividir y estructurar por la procedencia de la receta original.
Todo ello supone que los artesanales nos estén introduciendo en un variopinto universo en el que se nos invita a que encontremos “nuestra” cerveza. Esa que de manera particular satisfaga nuestros deseos.
Aunque en España estemos viviendo ahora este álgido momento de saborear y descubrir el mundo de la cerveza artesanal, lo cierto es que fue a partir de los años 70 del siglo pasado cuando apareció en el Reino Unido, con la campaña británica por la real ale («ingredientes tradicionales, con segunda fermentación en el barril y sin adición de gas carbónico»), para luego estallar en los 80 en Estados Unidos, con el fenómeno de las microbreweries.
La apuesta que se hace por la calidad y la búsqueda de un producto diferenciador es un elemento que ayuda a que el aficionado y degustador de esa bebida se sienta atraído hasta para participar en las catas que surgen ahora, y que antes estaban reservadas en exclusiva a las tradición vitivinícola. Es que las cervezas, por sus características, son ideales para la cata, equiparables al vino en cuanto al trato que se les profesa y por la necesidad que surge de buscar el maridaje adecuado con las comidas. Hay fanáticos incluso de la cerveza y que no son tanto del vino, lo que convierte a la bebida en un firme competidor.
Tan frenética subida se hace patente en las ferias que fluyen en todas las ciudades, reuniendo a esos artesanos que muestran los resultados de su elaboración. Con un público dispuesto a dar lo suyo. Me veo a Homero Simpson plenamente satisfecho por el nacimiento de este mundo de las birras, y a Mario Vaquerizo frotándose las manos por lo mucho que da esta pasión.
Lo cierto y verdad es que va creciendo un público que apuesta decididamente por este cambio en los hábitos de consumo de la cerveza. En mi caso degusto ahora las primeras cervezas artesanales que se me han brindado y, tengo que decirlo, me ha sorprendido gratamente el producto y aprovecho para felicitar al emprendedor que me lo ha permitido. Un verdadero placer.
Bien parece que nos encontramos ante una moda que ha llegado para quedarse definitivamente. Y yo que lo celebro.