¿Existen las buenas personas?

       Mucho acostumbramos a hablar sobre lo conflictivo de las relaciones interpersonales y, en general, supone que los aspectos negativos que afloran del ser humano hagan que se escriba hasta la saciedad sobre lo que representa vincularse o tener cerca a gente que desprende toxicidad por doquier. La parte oscura siempre es noticia, tanto en conversaciones privadas como en la comunicación que hacen los medios informativos. Poca o ninguna publicidad se hace a las bondades de las actuaciones humanas.

      Pero por fortuna para la convivencia, en el mundo cabalga toda una masa de transeúntes silenciosos, que van sin hacer ruido ni inmiscuirse en conflictos, solucionando problemas y haciendo que la sociedad cabalgue con una vertiente positiva a la que se debe cuidar y resaltar para ejemplo de todos. Son las que sin llevar ningún rótulo que los identifique, sin embargo para el resto de los que los conocen o entran en relación con ellos los califican de “buenas personas”.

    En una reciente reunión de trabajo, en la que procedía hacer una pequeña introducción informativa de un cargo que iniciaba su andadura, el presentador no entró en detalles curriculares, de esos que inundan la sabia historia de los que llegan a lo alto y que siempre ocurre por méritos propios acumulados, para limitar su información pública a considerarlo, ante todo y sobre todo, una buena persona. Una impresión que le daba y que merecía destacarse en unos momentos donde no es fácil que a alguien se le pueda colgar un cartel así. Me impactaba y agradaba que, dando por hecho que los méritos curriculares deben existir con la suficiencia relevante necesaria, los rasgos humanos fueran los que merecían resaltarse.

      Hubo una vez que un buen amigo me pidió que le hiciera la laudatio que debía preceder a la condecoración que se le iba a hacer. Me sorprendía el honor con el que me investía pues la amistad en este caso no era o debía ser la principal causa de acudir a mí, sobre todo porque, a mi modesto entender, la relevancia del acto merecía mayores miras en quien debiera ostentar el privilegio de presentación. Cuando me interesaba por esta decisión, me confesaba que su currículum era el que era, sobre lo que cualquiera podía hacer un relato oportuno, pero en mi caso reunía una cualidad que para él resultaba fundamental. Era conocerle como persona, por las vivencias continuas mantenidas, y que el mayor agrado que podía recibir era que esos aspectos se expusieran como fueran menester. Todo un honor, querido amigo, porque no hay mayor satisfacción que presentar a una “buena persona”.

     Pues bien, dicho esto, la cuestión es conocer qué engloba o recoge ese concepto de sobresaliente humanidad. Porque si lo de buena persona se limita a ser una persona de esas que popularmente se califican como de campechanas, de las que irradian apariencia de felicidad por su faceta chistosa, incurriríamos en una limitación conceptual que podría llevarnos a confundir lo que debería estar en el interior con la faceta externa sonriente que, en no en pocas ocasiones confunde sobremanera. Porque actores y vendedores de humo los hay a mansalva, prestos a engañar sin reparo ni remordimiento alguno. Y no hay más que verlo en esos preludios electorales donde las “ovejitas” merodean por todos sitios para intentar sacar provecho. Qué decir de los que “babosean” cuando se aproxima alguna posibilidad de obtener beneficio. Todos con apariencia afable, pero con un trasfondo oculto.

       Las buenas personas no venden producto alguno. Viven con la naturalidad que sale de su conciencia y forma de ser. Sin esperar nada a cambio. Y los que están alrededor lo saben, lo perciben en esa agradable actitud de sentirse a gusto con ese tipo de personas.

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       Pero seamos más incisivos en profundizar en los rasgos y características que deben resaltarse en las buenas personas:

  1. Rasgo primario: empatía.

    Supone la actitud de solidaridad y humanidad que aportan los así distinguidos. Conocedores de la valía de las relaciones humanas, son conscientes de que si a ellos no les gustaría que le trataran de una determinada forma, no lo hacen con los demás. Preconizan con el ejemplo propio de un sentimiento donde para vivir con plenitud hay que dejar vivir también a los demás con la misma intensidad. En definitiva, un principio básico de respeto y tolerancia.

      Es fácil advertir quien se aleja de esta característica. Cuando no se tiene empatía no se conjugan vínculos de igualdad real, sino que los sujetos que carecen de este rasgo actúan desde el complejo de superioridad o, también puede serlo, inferioridad, metidos en su propio caparazón que les aísla del resto, porque el “yo” prevalece sobre todo lo demás.

      2. Rasgo emocional: la sinceridad y generosidad.

   La característica de bondad exige que quien actúe así lo haga sinceramente, sin obligación o imposición. Obviamente se trata de una sinceridad vinculada a la empatía de los sujetos, lo que les distingue de quienes con su sinceridad aplastante van por la vida hiriendo los sentimientos de los demás.

     La sinceridad de la buena persona le lleva al respeto a los demás. Evitarán a toda costa la ofensa. Decir lo que no quiere oír otra persona también exige grandes dosis de humanidad para evitar hacer un daño gratuito. Se puede llegar al mismo resultado pero utilizando el camino apropiado.

       La sinceridad de la buena persona hace que huya de convertirse en chismosa, alejada de esos otros patrones que por desgracia tanto observamos, creando semicírculos continuos en los que se diseñan actuaciones maquiavélicas y se practica la crítica como una costumbre arraigada, siempre a espaldas de los criticados o injuriados y con la mayor negatividad posible.

      La buena persona persigue objetivos más ambiciosos, en el sentido de que el tiempo es un intervalo que merece aprovecharse positivamente, para compartirlo así con los demás. Una generosidad que no se trata de entenderla como exclusiva de aspectos materiales, sino en la capacidad de compartir con otras personas nuestro tiempo o nuestras habilidades sin esperar nada a cambio.

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        3. Rasgo personal: la humildad.

      Las personas buenas, las de corazón, irradian humildad. No veremos a los prepotentes incluidos en este parámetro, porque cuando se es humilde se deja de lado la superioridad que, aun pudiéndose tener por la organización en la que se integre, nunca aflora por la mirada desde la altura. Humildad y respeto una vez más se unen, por el hecho cierto de que el humilde valora las metas, el trabajo, la actuación del otro. Para ello, lo acompaña en el viaje.

    Una buena persona tampoco necesita prebendas especiales para vivir. Normalmente son conformistas con lo que tienen y lo valoran con total intensidad. La sencillez de la vida la saborean sobremanera, dando valor a lo que tienen y les da la vida, como resorte que favorece su propia felicidad.

      4. Rasgo intrínseco: el corazón que irradia amor.

      La buena persona está enamorada  de la vida, de lo que le rodea, de la bondad de las personas con las que se relaciona. Fluye del corazón el amor desinteresado que da.

    En nuestra cultura, la idea de lo que es y representa el amor tiene significados variados, siendo un concepto que se emplea en situaciones y relaciones muy variables. En este contexto, amor, cariño, afecto, atracción y cuidado constituyen un bloque bastante uniforme, por lo que claramente podemos advertir que no es un elemento extraño a la “buena persona”.

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         5. Rasgo de actuación: las buenas acciones.

     No todo es fachada, la buena persona actúa en la dirección apropiada de realizar actos de especial bondad, como un sentimiento que surge del corazón, convencido de que se es más feliz cuando realizas buenas obras que revierten en los demás. Son los hechos los que predominan y los que hacen relucir los valores que tienen las personas.

    Y para vivir y actuar así hay que tener un patrón de vida donde el optimismo y lo positivo sea un valor igualmente preferente. Personas soñadoras e idealistas que transmiten felicidad al entorno, a la sociedad y a los grupos en los que se involucra.

     Amén de que todo no son las grandes obras, porque no parece que la inmensidad del mundo haga disponer de la varita mágica de actuar para favorecer colectividades numerosas. La buena persona es un individuo, hombre o mujer, que vive en el anonimato de la sociedad, y que aporta granitos de arena. Cada día, en cada momento. Así construye castillos llenos de humanidad.

  1. Rasgo exterior: la confianza.

     La buena persona actúa con naturalidad, sin jugar con los sentimientos de los demás. Inspiran una confianza sana, de la que se puede creer en verdad. Sus valores firmes hacen que el respeto a los demás se convierta en un elemento básico de las relaciones humanas.  No utilizan a los demás para provecho propio y se desprenden de ellos como un clínex cuando ya ha sido utilizado.

      Siempre respetarán a los demás y, con ello, se convierten en verdaderos amigos, de los que abundan poco, porque no fallarán en los momentos decisivos y si tienen que advertirle de algo que no les convenza, lo harán con la sana crítica que inspira esa confianza.

      Con ellos se mantendrá una relación sana, de las que perduran en el tiempo porque la traición no se encuentra en el catálogo de rasgos que les distingue.

    En suma, la buena persona existe, es perfectamente detectable por sus rasgos personales, los valores que tienen arraigado, y las actuaciones que realizan. Como antes refería, no hay mejor mérito para presentar a alguien con este cartel. Tenerlos al lado es, por otro lado, una garantía para la óptima felicidad. Ojalá que la epidemia avanzara.

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