Egoísmo consciente y felicidad

           Sorprende que en este mundo que nos toca vivir sea un inconveniente inhibirse del egoísmo personal para dejarse llevar por el camino de ayudar al prójimo e intentar complacer a los demás, por entender que haciendo feliz a otros lo somos nosotros mismos. Quizá pueda ser un efecto reflejo de quienes recibimos una educación basada en este planteamiento y que choca de frente con lo que ahora se pueda llevar. Porque aunque en el primer artículo de la Declaración Universal de Derechos Humanos se afirme que todos los hombres están dotados de razón y conciencia, por lo que deben comportarse fraternalmente los unos con los otros, la verdad es que del dicho al hecho hay un gran trecho.

         Ocurre que cuando nos damos cuenta que con esta forma bondadosa de llevar la vida no alcanzamos esa felicidad y satisfacción que pretendíamos, hacemos una parada para pensar qué puede estar fallando. O de qué planteamiento incorrecto partimos para que estemos en esta disyuntiva. Al menos en mi caso he llegado al punto álgido de esta cuestión, quizá porque veo cosas a mi alrededor y actuaciones humanas que generan cierta tristeza. Una sinrazón desmedida impropia con mis principios y el camino recorrido.

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         Con ello no quiero dejar la impronta de favorecer actuaciones que pudieran ser contrarias al bien común y a la camaradería que debería tener el ser humanos. Lejos de mi intención. Lo que me pregunto y sobre lo que quisiera ahora tratar es el por qué ocurren cosas como las de comprobar que se da y no se recibe, sin que necesariamente tenga que ser intercambio de cromos; o entregarse con infinita bondad y percatarse que se exhiben los colmillos afilados para dejar entrever sonrisas ajenas que son propias de las hienas, dispuestas a introducirse en la carroña; o que dejando regueros de actos beneficiosos recibes el aguijonazo de aquellos a los que has tendido la mano.

         Puede que mi pensamiento se haga desde la distancia en el tiempo y que me impide retroceder para cambiar de actitud, pero creo que la reflexión de lo vivido puede convenir a otros que todavía estén a tiempo de no ser tan incrédulos como para pensar que se recoge solo lo que se siembra, porque a veces los elementos imprevistos acuden sin avisar para recibir lo contrario a lo buscado.

        Por eso mismo introduzco ahora una palabra que a priori puede entenderse equivocadamente si se atiende en exclusividad a la tajante y literal acepción que acoge su significado en el diccionario de la Real Academia Española. La palabra en sí es la del egoísmo, que considero necesaria para obtener la clave de la felicidad que, por mucho que pensemos que pueda estar en los demás bien parece que está en sí mismo. En nosotros. Porque siendo feliz, como así dicen los expertos, podremos hacer felices a los demás, y no a la inversa como erróneamente podríamos entender.

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         El egoísmo al que me estoy refiriendo no es ese que goza de esa pésima etiqueta que asocia la actitud a la condición de mezquino, ruin o mala persona, por aquello de que piensa en sí mismo sobre todo lo demás, sin importar siquiera el daño que se infrinja. Ese egoísmo egocéntrico que pretende que el mundo gire alrededor del ombligo de quien lo preconiza y que es proclive a la lucha, la conflictividad, con total de conseguir que el “yo” impere sobre todo. Son muchos los casos que encontramos así, de actores de este teatro de la vida que con la maldad intrínseca buscan el mero acomodo personal, sin pensar siquiera en el daño que pueden proferir por su desmedida e incontrolada actuación. No, no es este el que considero que deba guiar nuestras vidas.

        El egoísmo que voy entendiendo como necesario es el que de forma consciente se utiliza para llevar una vida saludable. Egoísta en el sentido de dedicarse tiempo a sí mismo para alcanzar el equilibrio emocional, tan difícil hoy de obtener por esa ofuscada actitud depredadora, invasora y deplorable, que utilizan algunos simplemente por placer de su prepotencia.

       Una forma de ser que se convierta en la cómplice de nuestros pasos porque así se ayuda a la autoestima y fortalecer la confianza. Siendo así, haciendo gala de un egoísmo consciente, utilizado de manera ética y racional, llegaríamos a sentirnos bien con nosotros mismos y favoreceríamos axiomas tales como el de que “no hagas a los demás lo que no quieres que te hagan a ti”.

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       En definitiva, bien parece que para algunos de nosotros se hace conveniente que introduzcamos ciertos cambios en la manera de ver las cosas. Eso que la reconocida psicóloga Carol S. Dweck ha bautizado con el nombre de “mindset”, y que define como la capacidad humana de aceptar los defectos, debilidades y otros aspectos negativos del ser humano, para creer que es posible un cambio con la única finalidad de crecer, avanzar y alcanzar el éxito.

      Porque hay que considerar que ser egoísta, en el sentido dicho, es algo que tampoco es tan ajeno a lo que se realiza de forma natural. Resulta consustancial a la manera en que desenvolvemos nuestros actos humanos. Siempre hay una perspectiva egoísta, por pequeña que pueda parecer, que hace que actuemos de una u otra manera. La cuestión es, pues, ser plenamente conscientes de esta necesidad y de accionarla en el sentido dicho.

Nadie ni nada pueden hacerte feliz. Sólo tú puedes hacerte feliz a ti mismo.

Gerardo Schmedling

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