La sombra de las dos Españas

     Qué sangre será la española que hierve frenéticamente para conseguir lo máximo y perderlo con el mismo ímpetu, sin tan siquiera mostrar el más mínimo reparo o arrepentimiento. Quizá mueva las entrañas el tórrido calor mediterráneo para considerarnos todos y cada uno cubiertos del caparazón que nos hace infalibles a la mezquindad del ajeno, exhortos a la pomposidad y a lo presuntuoso, e infalibles a la debilidad, con la tenaz voluntad de llevar al terreno propio cuanto más se pueda garrapiñar y poniendo de frente, en el paredón, a quiénes se aparten de la doctrina manipuladora.

         El por qué nos venimos comportando históricamente así es motivo de estudio serio, y muchas voces autorizadas han dado pinceladas sobre ello. En mi modesta opinión, el pronunciamiento que haga lo es, en buena medida, por entender que se encuentra asentado en la torticera actuación de quienes dirigen el cotarro, prestos siempre a las argucias de la división, atendiendo a ese paradigma táctico que viene a señalar que “divide y vencerás”. También, como es natural, en el aborregamiento que favorece un pueblo que se deja influenciar hasta extremos inusitados.

        Sea como fuere, el caso es que, con esto de la pandemia que nos asola, bien creía que el pueblo debería unirse para luchar contra un enemigo que es común a todos los mortales. Y así parecía que discurría en los preludios del dilema, dicho sea en ese trayecto vertiginoso que existe hasta que pudiera doblegar la curva que tantas veces nos han mostrado para explicarnos cómo avanza el enemigo y qué trayectos ha ido siguiendo en otros territorios próximos o ciertamente lejanos.

        La mayor expresión de esta unión lo han representado los balcones, a los que se salía con el corazón compungido por la marcha de los acontecimientos catastróficos, con vidas serradas a borbotones, y con unos valientes que daban la cara para luchar en primera fila. Los aplausos se ofrecían con efusión, por puro sentimiento, ajenos a cualquier presión o dictado, y ello porque salía de dentro para permitirte agradecer lo que unos extenuados e indefensos profesionales hacían por todos nosotros. Un único sonido, una única vocación humana, sin fisiones, para que cuando miraras donde miraras encontraras a un pueblo que no ofrecía distorsión, y si acaso hubiera alguna laguna pudiera ser que se producía por la respetuosa decisión de quien lo agradeciera de otro modo.

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        Ocurre que los representantes del pueblo ofrecían su propio espectáculo y seguían manteniendo las consignas políticas de quiénes los mantienen en el sitio o propiciadas por ciertas ideologías irreconciliables con la unidad española y, con ello, la división firme y aferrada de los partidos, e incluso del interior del gobierno, por aquello de la moderna concepción de serlo en coalición, y que resulta ser tan ficticia como puedan serlos sus interlocutores, algunos de los cuáles se aferran sin cortapisa a su única intención. A la postre, esas luchas y diatribas, unidas a las múltiples y equívocas actuaciones que se hacían por los directores de orquesta, han ido calando en el pueblo, dispuestos a mantener el ritmo de la disputa por inocencia supina o por voluntad deseosa de mantener el excurso del pasado, y no tan lejano. A la postre, el “y tú más” se iba imponiendo cada vez con más elocuencia.

         Hasta que, mira tú por dónde, ese sentimiento popular nacido sin imposición, empezaba a quebrarse por los perturbadores de la paz y el acercamiento. Primero, a los cuerpos de seguridad se le empezaron a dar ciertas órdenes incomprensibles, como la de que no se unieran al festejo popular y no mostraran su sintonía. Eso de que ser agradecido es de bien nacido no calaba en ciertos poderes públicos y pretendían mantener una compostura que lo único que podía conducir es a que los vecinos temerosos y pasando miedo confinados en sus casas, perdiéramos el cariño y cercanía de quienes están en la puerta luchando por nosotros. Menos mal que pocos han sido los obedientes a tan calamitoso infortunio de corte nada democrático, ni tan siquiera humanitario.

          De otro, aprovechando el viaje, por qué no influenciar en la población para que mostraran también fehacientemente su repulsa a la actuación del gobierno y hacerles responsables directos de las muertes y del abandono de sanitarios a su suerte. Sin querer aquí entrar en detalles funestos de la gestión que se lleva, sí me parecía que el medio de queja, impulsado directamente por partidos políticos, rompía la soberanía del pueblo español que libremente debería decir cuándo y cómo quejarse, como lo hacía cuando empezaron a soltar aplausos. El caso es que la división estaba servida, unos aplaudían, otros utilizaban cacerolas para enturbiar el sonido de las calles, y otros muchos mandaban al carajo el invento y dejaban de salir a los balcones.

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         La división era palpable. A ello se unían los que, con bastante razón, consideraban que ese ajetreo musical y verbenero de las terrazas era impropio con el silencio que debería tenerse por los miles de muertes y el grado mayúsculos de contagiados pasando calamidades. Más todavía cuando algunos sanitarios, que no quiero decir –porque no lo sé a ciencia cierta- que estuvieran manejados por terceros pero sí con un decidido propósito de intervenir en el cotarro, no se limitaban a agradecer o no el aplauso que se les daba de corazón. Como esto iba como iba, algunos salían en las redes sociales para pedir el silencio. Las consignas que se daban pretendían que no les aplaudieran, en un caso porque lo que querían eran menos samba y más medios para trabajar; en otros por considerar un aplauso fingido y falso, y de esta manera reñir a los que mantenían el espectáculo de las ocho y luego hacían lo que le venía en gana saltándose el confinamiento. A la postre, para pedir cordura y seriedad. Esto y otros mensajes se daban, algunos con la gracia de los dibujos como el que a continuación incorporo.

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         Al final, el divide y vencerás se hace patente. Ahora los vecinos se miran unos a otros para ver el que aplaude (que dicen lo hacen siguiendo a la cercanía de los que gestionan) o el que coge la cacerola (para atribuirle la consigna de facha), o los que hacen las dos cosas (para decir que no se enteran del meollo de la cuestión). El caso es que las dos Españas están presentes también aquí y ahora. Parece que la batalla tendrá que librarse por barrios, una pena porque la unión hace la fuerza, y si queremos ganar la guerra y no meramente algunas batallas, la separación nos lleva a ese barranco que está al final del túnel.

         Qué penoso es este esperpento de espectáculo que ofrecen los manipuladores de un pueblo que queriendo hacer un gesto de unión de todos, cualquiera que fuera la ideología que se tuviera, hacen meternos en el torbellino de los que prefieren encasillarnos. Lo problemático de todo ello es que cuando se rompe la concordia, difícil es la reconciliación, dicho sea con el símil que supone encontrarnos ante un nuevo peligro inminente. Mal camino llevamos.

2 comentarios en “La sombra de las dos Españas

  1. Luis-V. Pinheiro

    Ya hay un español que quiere
    vivir y a vivir empieza,
    entre una España que muere
    y otra España que bosteza.
    Españolito que vienes
    al mundo te guarde Dios.
    Una de las dos Españas
    ha de helarte el corazón.

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