Si hay algo tan arraigado al paso del tiempo es que nos hace experimentar transformaciones en nuestras personas, y lo digo no solo en el aspecto físico que, evidentemente, es algo natural, propio del envejecimiento al que nos sometemos sin solución de continuidad. Es quizá en el aspecto psíquico, mental, en el que sin darnos cuenta vamos dando pasos que sin preverlos o poderlos dominar, nos hacen cambiar, modificar el comportamiento, nuestra conducta, hasta el punto que si paramos para pensarlo podemos sorprendernos al encontrar que somos una persona muy distinta a la que considerábamos o hacía la que se dirigía nuestra perspectiva mundana.
No quiero con ello llevar a la errónea conclusión de que nuestro desvío ha de serlo hacia lo negativo, cambiando esa actitud general de nobleza, humildad y bondad que se tiene en la tierna infancia para sacar de sí el monstruo que pudiera forjarse conforme fueran pasando los años. No tiene que ser así. Es cierto que los primeros pasos familiares constituyen una base muy importante para impulsar el crecimiento de ese rascacielos que queramos construir. Y sí, es patente que los cambios sociales y familiares pueden hacer perder los referentes para niños y adolescentes. La cuestión es que, de no producirse turbulencias en este proceso, la transformación será por la propia madurez que experimentamos al pasar los años pero sin alterar nuestra esencia genética.

Procesada esa etapa de inicio de la vida, la persona se hace más bronca, más arraigada en el actuar de lo que ya no tiene escusa de ser producto del poco raciocinio que se tiene cuando la niñez florece, para seguir la pauta de lo que ya, con pleno y cabal conocimiento se hace. Se pueden cometer errores, poco deseados de hacerlos, pero el largo y curvo camino se hace sabiendo con cierta aproximación donde se pisa y con quienes te encuentras y que convencen tu mente para acercarte a ellos. Si no hay sorpresas propias de los golpes que dañan con contundencia a la persona, es muy normal que esa conducta que se dejaba entrever en la niñez cuaje para hacerse patente en la persona ya formada, mucho más arraigada y racional en tanto se va madurando con la edad.
Pero a lo que quería referirme con mi reflexión es en el hecho también cierto, y que puedo observar, de que cada día surjan o puedan surgir situaciones o hechos que mutan nuestro paso. Que nos sorprenden tanto como para convenir que han de ser otros, o aspectos externos, los que al golpearnos nos hacen tambalear para ser muy diferentes a lo que iba marcando nuestra trayectoria. Sin dejar de ser lo que venimos siendo, sin embargo sale a relucir en nosotros un actuar propio de un sentimiento que se mantenía aletargado. Que no creíamos poseer. Insisto, no tiene que ser negativo, pero sí revisten una característica tan singular como para sorprendernos.
Tampoco quiero ser tan incisivo como para reconducir el tema a la problemática de cambios de conductas y comportamientos debidos a problemas de salud, cuestiones que por obvias merecen el tratamiento y consideración científica de tipo psicológico y psiquiátrico que corresponda.
Mi alusión lo es hacia esos cambios que de forma natural experimentamos por los vaivenes ordinarios que nos acechan en el trayecto de la vida. Con plenitud de conocimiento desviamos o nos retraemos del ritmo que llevábamos para sobreponer o hacer llevadero el camino que se presenta más quebradizo de lo normal. De ahí a que pueda advertirse que en bastantes situaciones seamos más introvertidos y se nos vea un tanto mustios en la luz personal que ya no brilla con la misma intensidad, como comportamiento que actúa de puente que se eleva sobre las turbias aguas que acechan.
La persona humana, como ser sociable, desenvuelve su actuar en constante interacción con el medio, con lo que circunda a su alrededor. Sin dejar de ser humanamente necesaria esta actividad social no deja de convertirse también en fuente de riesgos y amenazas. Las alertas salen cuando entramos en ese campo que se llama ansiedad o en mayor extremo la depresión. Un detonante de que algo nos está afectando negativamente. Una especie de respuesta a la situación amenazante.
Sobre cuáles puedan ser estas incidencias que influyen en el comportamiento es un tanto complicado intentar delimitarlos. Porque todo entra dentro de la diversidad que pueda suponer el estado anímico que presente cada persona y los múltiples factores que incidan en ella. Un equilibrio difícil de sostener y sobre el que no pueden verse que existan limites que se puedan considerar universales. Pero las experiencias que puedo tener me hacen advertir algunas causas o factores que suelen ser frecuentes. Al menos podría resultar interesante referirse a los que son externos y a los emocionales.
En general, son factores externos que nos influyen sobremanera las distintas experiencias, circunstancias o acontecimientos que nos van sucediendo en el día a día. Encajan aquí aspectos profesionales, familiares y sociales en los que nos veamos inmersos y que nos pueden generar dolor, tanto como para que nos cueste sobreponernos. Las relaciones con terceras personas encajan en este estado de influencia hacia nuestro estado anímico, porque según el modo en que se sobrelleven así será el grado de incidencia que nos suponga.
Los factores emocionales, o propiamente considerados como internos de cada uno, son fuente de influencia hacia nuestro comportamiento. Entra aquí la valoración subjetiva que se haga de los distintos aspectos que concurren en el devenir cotidiano. Un elemento que admite variantes entre las personas. No todos tenemos o extrapolamos hacia nuestro interior el mismo grado de incidencia sobre lo que pueda ir sucediendo. Se dice que hay personas con moral alta y otras que van disminuyendo hasta convertirse en más o menos frágiles. En función pues de ese fortalecimiento personal así será el grado de incidencia que suponga.
Sea como fuere, la cuestión estriba en que a veces nos resulta muy fácil dictaminar y dejar patente una opinión vertida en la mera apariencia, en lo que se ve o suponemos de otros, olvidando que cada persona es un mundo sometido a su propia aventura vital, a veces difícil de sobrellevar, y el daño puede ser irreversible si no medimos lo que decimos, cómo actuamos y con qué alcance. Mejor interrelacionarnos con el respeto que nos debemos tener todas las personas. Y es que si algo resulta evidente es que, aunque no queramos, nos vemos sometidos a múltiples factores que inciden y nos hacen cambiar nuestra conducta o comportamiento.