En esto de la música parece que las etapas fenecen y lo de hoy se superpone y borra todo lo anterior que queda preso del pausado olvido que se va produciendo con el transcurso del tiempo.
Pero realmente lo que se acaece es un filtrado de lo mucho que ha pasado para quedar presente esa música generacional que se vuelve clásica, y la juventud de hoy puede vibrar igual que la de antaño por lo que es grande y está preso de su valía intrínseca.
En mi nieta, con doce años recién cumplidos, he podido ver este pasaje. Se encuentra inmersa en la música de una etapa anterior, la etapa de los ochenta que adora, sin sentirse vinculada como debiera a lo que hoy campea en ese mundo abierto donde berrear es igual que crear, donde cualquiera escribe unas letras para vomitarlas hacia un público presto a recibir los exabruptos. Casi todos son cantautores porque no resulta difícil decir cualquier cosa que luego se acompasa con el repiqueteo machacón de los acordes que no admiten variante. Cierto que no todo es así, que también surge y se mantiene, a Dios gracia, la buena música, el valor a la voz y a la entonación, a lo que contribuye alguna programación televisiva de buena factura.

Pero lo cierto y verdad es que a más de uno nos duele la cabeza cuando nos sentamos en un placentero parque buscando el canto del pájaro y el ligero siseo de la leve ventisca que acaricie los rostros, y nos interrumpe el volumen del altavoz de última moda que con sus decibelios podría acudir y competir en cualquier recinto ferial. Al final, el descanso se torna en ajetreo y la ansiedad aflora en tu interior. Con gracia podía escuchar a una mujer de cierta edad que padecía ese mismo trastorno, diciendo que si por lo menos fuera la música de Julio Iglesias la que sonara…Y es que, como en tiempo dijera Nöel Coward, dramaturgo, actor y compositor inglés, «es extraordinario lo potente que es la mala música».
Realmente no se trata de favorecer una determinada música sobre otra, porque lo bueno está en lo pasado, en lo presente, y esperemos que en el futuro. Y en la alternancia y en los tipos musicales se encuentra la grandeza de este mundo artístico. Se busca la calidad, la que cualquiera que sea el estilo o tipo de música que se realice conlleve la gratitud del oído. En esto como en todo, no hay que ser experto para saborear lo bueno, como el vino que aprecia el paladar.

Tan relevante es la música para el ser humano que en los mismos vuelos espaciales hemos llevado productos musicales para arribar en el espacio como esas botellas que incorporan un mensaje y se lanzan al mar en busca de alguien que pueda recibirlas. En sede de la NASA, las naves Voyager 1 y 2, lanzaron en 1977 el contenido de hora y media de música de Chuck Berry, Vivaldi, Bach y Beethoven, entre otros. Rusia no se quedó atrás en eso de acompasar la música con el objetivo perseguido y los astronautas soviéticos Sergei Krikalyov y Alexander Volkov, a bordo de la nave espacial Soyuz TM-7 que se dirigía a la estación espacial MIR, reprodujeron el casete de Delicate Sound of Thunder de Pink Floyd.
Dicho todo lo cual, habría que decir que cuanto favor hacen los que todavía, a pesar de los años que tengan, siguen en la brecha deleitando a los que fuimos y seguimos siendo sus seguidores y a los que ahora hay que agradecer que se mantenga su lucidez musical. Como mi nieta, no son pocos los jóvenes que aman esta música intergeneracional, la que siempre perdurará por la calidad que atesoran.

Inolvidables serán los grupos y solistas que marcaron épocas, como lo serán esos festivales que hacían surgir nuevos regalos musicales. Esa música nacida con el amor y la pasión de quienes buscaban abrirse camino en el difícil terreno artístico, perdura por el asentamiento de lo que brindaron, por la pasión que transmitían, por la calidad del producto. Mantenerlos vivos es tanto como brindar salud a los que lo conocimos en primera fila y a los que ahora buscan conciliarse con lo que ha de concebirse como música.
Mi agradecimiento a esas personas que siguen dando muestras de lo que es cantar y componer, porque serán los culpables de que la música mantenga el camino de la sinfonía. Esa que no tiene precio y agradecen los sentidos.
Hola, Chano.
Sigo asiduamente tus escritos y siempre voy dejando hacer algún comentario.
Esta vez me pongo al tajo.
En cuanto a la música se refiere, pienso que es una de las obras de arte más sensibles a los sentidos humanos.
Por eso mismo cuando en lugar de deleitar. nos hace daño en el oído, deja de cumplir con su esencia primordial.
No es muy habitual que nos sorprenda alguien conduciendo y con los altavoces a todo volumen. En esos casos ciertamente te vienen toda clase de improperios y más si la música no es tal música, sino ruidos atroces.
Es natural que proliferando tantos compositores y canta-autores haya de todo.
No me extraña lo de tu nieta. Tengo amigos de otras generaciones a los que les encanta la música de las décadas sesenta / ochenta.
Muchas son las obras de esos años que se pueden considerar como clásicas.
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Agradecido por tu comentario. Acertadas tus palabras por lo que vivimos y en algunos casos “padecemos”. Un fuerte abrazo.
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