Recientemente leía un nuevo relato del admirado consultor Xavier Marcet, en esas intervenciones que acostumbra hacer en los medios de comunicación, donde pone el dedo en la llaga a propósito de la necesidad de sembrar concentración en el mundo de la empresa, en esos directivos que presos de los medios tecnológicos les impide centrar la atención para pensar, haciendo caer por ello la calidad en su capacidad decisoria debidamente razonada. Su agudeza hace extender el problema de la falta de concentración no solo al mundo empresarial, afectando también al sistema educativo. El ejemplo ilustra su extensión: cuando se encarga un trabajo a un alumno es normal que para su resolución acuda el discente a la herramienta de google, para así obviar cualquier esfuerzo que le suponga pensar.
El tema me produce inquietud y deseos de entrar en su tratamiento porque, efectivamente, el mundo actual está preso de elementos ajenos que distraen e impiden esos momentos donde aquello de pensar en solitario intensifique la cultura interna, para poder exteriorizar las posturas con justificación.
La distracción está tan implicada en el devenir de lo cotidiano que resulta complicado mantener una conversación que no esté inmersa en desesperadas imágenes de los contertulios mirando sus móviles o con el permanente soniquete de las entradas en las aplicaciones y que hacen insoportable los encuentros. No me dirán que no es triste ver a un acompañante que parece escucharte, que de vez en cuando suelta un monosílabo por aquello de que te des por enterado de que está ahí, pero que no deja de leer ws y mover sus dedos a velocidad endiablada para mantener esa otra conversación que interfiere el momento.

El espectáculo puede ser tan lamentable como para que en las comidas familiares se vea a los integrantes inmersos en esos otros mundos ajenos a la camaradería que precisa el momento. Como quiera que el poder familiar está diluido en los tiempos actuales, sin patriarca o persona con autoridad que presida el envite, el desaguisado de cada comensal deviene tan amplio como ineducado pueda ser el personaje que lo preconice.
En cualquier reunión, sea de trabajo o de otro tipo, si miras alrededor verás cómo una gran mayoría, por no decir todos, están pendientes de su pantalla, del mensaje que espera recibir o del continuo repaso a las redes sociales, para ver si esos «amigos» aparecen con ese volcado de cuestiones, la mayoría inútiles, que nos hagan dar el like oportuno. La distracción está presente, haciendo cabalgar a la mente por el camino que más le gusta, desatendiendo el orden y la educación. ¡Qué imagen más lamentable ofrece a cualquier conferenciante o profesor que se esfuerza por enseñar, viendo a las cabezas agachadas inmersas en ese otro mundo que son las redes sociales!

Hasta en los movimientos de ciudadanos por las calles se puede observar esa distracción que hace peligrar el tránsito. Cuantas personas han dado el paso por las calles con el móvil en el oído para dejarse llevar por el infortunio y entrar en zona de auténtico peligro. En una estadística realizada por el Real Automóvil Club de España, junto con las empresas BP y Cartel, sale a relucir que el 76 por 100 de los ciudadanos españoles reconocen hacer uso de la aplicación WatsApp al cruzar la calle; una alarmante situación que se complementa con otra del 87 por 100 de los que reconocen hacer algún tipo de llamada telefónica en ese mismo trayecto, determinante todo ello de un aumento de atropellos detectados.

La cuestión no es baladí por cuanto que no son pocos los accidentes que ocurren por esa distraída y osada acción de los caminantes, dejando en manos del subconsciente el movimiento en una u otra dirección, como seres que ponen el automático y olvidan que circular por entornos colectivos conlleva atenciones diversas y respeto a otros ciudadanos que pueden tener preferencia en el trayecto seguido.
Qué decir de esos urbanitas que tapan sus oídos con los auriculares cada vez más sofisticados para moverse inmersos en esos otros sonidos que hacen desaparecer lo que ocurre por el camino que llevamos. No hablo de rutas senderistas o caminos que puedan permitir estos artilugios tecnológicos, aunque de por sí puede resultar triste hacer desaparecer a ese sonido de la naturaleza que tanto placer genera. Lo complicado es abstraerse en las calles de lo que sucede alrededor, haciendo caer en peligros que pueden evitarse con un mínimo de atención.
La distracción, pues, se apodera de nosotros para evitar vivir con todos los sentidos puestos en lo que hacemos. Una concentración que también resulta necesaria para, como decía al principio, pensar. La mente actúa con pereza y debe educarse para que trabaje en lo que más le incomoda. Pensar, razonar, supone que nos movamos con capacidad decisoria debidamente justificada.
Dejar de pensar para actuar con la inmediatez del momento conduce a la confusión, a la precipitación, a tomar decisiones inapropiadas o carentes de la debida meditación. Convertirnos en seres vacíos de razonamiento nos hace convertirnos en autómatas, en robotizar nuestros movimientos sin el uso del mejor arma que tenemos los humanos cual es el uso de la mente, de la inteligencia.
El estudio llevado con la distracción, o con la interferencia de elementos extraños al poder de la concentración, como por desgracia viene ocurriendo en muchos de los estudiantes que no dejan de tener el móvil cercano para ir viendo lo que entra, conduce a la dificultad de entender, de aprender. Extrapolable a cualquier otro oficio que precise la atención debida.

Aunque pueda creerse que la vivencia de los momentos actuales se dirige hacia la multitarea, a la capacidad de lleva a cabo dos o más tareas a la vez, procesando información o pensamientos para ello, es convenir algo irreal. El cerebro humano pide que se siga un proceso cognitivo basado en una única tarea, y luego otra. Solo para acciones que son automáticas, como sería respirar y caminar, por citar un ejemplo, sería posible mantener la dualidad de acciones. Pero ir por la vida creyendo que podamos concentrarnos en varias tareas a la vez es una mera ilusión utópica, mostrando su crudeza la distracción.
Convengamos en la necesidad de defender el poder de la concentración, el del aislamiento de todo lo demás a lo que en cada instante hagamos. Para ello, y como bien dice el consultor citado más arriba, propiciemos el sembrar concentración con urgencia, lo que supone pensar en la soledad para poder razonar luego en equipo. Lo meditado, lo pensado, conlleva elementos añadidos para justificar las decisiones o los razonamientos que se esgriman. Dejemos el uso de los medios tecnológicos para los momentos en que nuestra mente esté inmersa en ellos, no como artilugios que complementan a la acción principal que realicemos. Por nuestro propio bien y de facilitar que se cumpla la principal misión y facultad vital que tiene el ser humano.