Qué tendrá el cielo que cada día acerca a más estrellas. Qué sabio es quien domina ese universo que acoge a tantas y tantas personas que te dejan de continuo en la más exasperante soledad. Hay que estar muy ávido para poder reaccionar ante tanto robo de amor y de complaciente felicidad porque los desgarros duelen cada vez con mayor intensidad. Será que el colectivo de cercanos convivientes se va viendo disminuido con un silencioso proceder que te llega a erizar el cabello. Más no pueden doler las bajas que se producen en un ejército que hasta hace bien poco resultaba poco menos que inimpugnable. Invencibles sí, eso creíamos, pero con los avisos de entrar en un pantanoso terreno donde cualquiera puede sucumbir a veces sin dar tiempo para reaccionar.
Este desaliento que muestro es ante el dolor de haber perdido a una de las personas que sin llegar a ser familia lo era de corazón. Arraigado a mis entrañas por el devenir de tantos y tantos años participando de una transparente amistad y camaradería. De esos seres que han venido al mundo a hacer cosas buenas, a ayudar al prójimo con tan solo la sonrisa y el humor, pero con la carga de profundidad de no decaer nunca y darte los necesarios empujones para seguir con las espaldas bien cubiertas. Reí y lloré a tu lado en muchas ocasiones, y comprendías mi dolor cuando las heridas supuraban. Grande por fuera pero también por dentro. Ahora me quedo huérfano de un puntal más. Pero no dejaré de mirar a las estrellas para entender que estás en el mejor de los sitios posibles. Seguro que desde ahí también puedes seguir dándome tus siempre acertados consejos, aunque los tenga que oír con el ligero susurro del aire que aterrice en este terrenal mundo que sigue su propia existencia. No dejaré de repasar todos los pasajes de la vida que pude compartir contigo. ¡Cuánto aprendí de ti!
Ángel de nombre pero también de carisma. Bueno de apellido como era su actitud.