De las muchas cosas que se van perdiendo incomprensiblemente es la de dar relevancia a una comunicación oral que satisfaga a unos oídos deseosos de recibir sonidos que no sean estridentes. Queda en el anhelo de los que peinamos canas el recuerdo de bellos discursos que, bien construidos, hacían interesante el debate que pudiera surgir después. Hasta las discusiones se podían producir con un tono y el uso de una palabrería que en nada se parecían a insultos. Una habilidad digna de resaltar porque lo más socorrido es acudir a la bofetada dialéctica, y no a lo más complicado que resulta la palabra medida para anunciar la repulsa.
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