Otoño en Nueva York

Dicen que si hay una ciudad que no duerme es la de Nueva York y, efectivamente, he podido comprobar como el bullicio, el ajetreo y el ruido se hacen protagonistas en esa urbe durante las veinticuatro horas que tiene el día.

Careciendo de un patrimonio histórico, es de evidenciar que su arraigo y atracción se encuentre en otros aspectos, propios todos ellos de una densa y variopinta población (la más poblada de los Estados Unidos con un área urbana de veinticuatro millones de habitantes) sumida en lo ampuloso de sus construcciones y celebraciones, amén de ser uno de los centros de la política y la economía mundial, albergando –sin ser capital política de un Estado- la sede de la Organización de las Naciones Unidas y numerosas empresas e instituciones financieras de importancia global, lo que le hace ejercer una influencia universal en aspectos de diversa índole.

Acudir a la ciudad neoyorkina es hacerlo vacunado contra al ajetreo estresante que te vas a encontrar. Desde un primer momento, para poner pie en esas tierras te hacen pasar por todo un calvario de controles que van desde lo físico a lo mental, sometido al examen de esos engreídos policías que prestos a la desconfianza lo llevan a rajatabla aunque para ello tengan que estirar sus cejas y vejar al humilde visitante que queriendo ser un simple turista es concebido como un potencial terrorista o delincuente que debe convencer de ser exclusivamente alguien pacífico y sin otras connotaciones. Por si acaso, quedarás plenamente identificado por la fotografía del físico y las huellas de todos y cada uno de los dedos de cada mano, y la indicación del tiempo y lugar donde te vas a alojar, con expresa indicación de calle y número, el dinero que llevas encima, tiempo de estancia, motivo de la visita, entre otras muchas otras ocurrencias que se le vengan a la mente al examinante de turno. Sin obviar la traviesa mirada que te hace encoger durante el examen.

Pasado el trago, con varios métodos y momentos de control que te hacen mantener en tensión, como el exhaustivo examen corpóreo y de sus pertenencias que como complemento hacen a los visitantes aleatoriamente, sales a la urbe con el deseo de olvidar el sufrimiento pasado y engullir todo lo que de bueno pueda tener esta ciudad mundialmente conocida y admirada. Pero verás que en tu caminar no te van a faltar las sorpresas.

En mi visita he caminado entre quince y dieciocho kilómetros diarios, amén de utilizar autobuses y metro para conocer al menos de pasada parte de alguno de los distritos que integra y su diversidad cultural (El Bronx, Queens, Brooklyn) y, finalmente, centrarme en la isla de Manhattan con la mirada presta a elevarla una y otra vez por esos edificios que son de los más altos del mundo, entre los que se encuentran el Empire State Building (381 m), el One World Trade Center (541 m), el 432 Park Avenue (426 m), el Central Park Tower (472 m), el Steinway Tower (435 m), el One Vanderbilt (427 m), el Hudson Yards (387 m), el Bank of America Tower (366 m), Three World Trade enter (329 m) y Moma Expansion Tower (320 m). Pero si tomamos el concepto más clásico de lo que puede definirse como rascacielos, es decir, aquellos que superan los 150 metros de altura, puede decirse que la Gran Manzana tiene más de 300, lo que nos puede dar muestra del tránsito que puedes llevar caminando con la mirada alta. No, la espalda no se resiente y sí, un tanto, el cuello.

Un relato de todo lo visto y sus características llevaría a hacer interminable cuanto pudiera decirse, pues no en vano es una parte del territorio estadounidense que acoge de todo, incluso los personajes que transitan y que hacen ver lo que allí se concentra, y especialmente se hace patente por el «olorcillo» que brinda el aire que respiras, un tanto nauseabundo en algunos momentos y en otros «mareantes» (creo que queda claro lo que se generaliza como consumición). Por ello me limitaré a relatar algunos de los momentos más llamativos. Quedarán, sin duda, cosas sin relatar y que dejo como secundarias pero que no por ello dejen de ser interesantes para cualquier visitante.

Parto por la locura del centro, cercano al hotel donde me alojara. Time Square es la plaza de Manhattan más visitada y conocida por lo que de abrumadora tiene. Cuando llegas y es lo primero que contemplas te resulta complicado asimilarlo. Pasa por sentarse en los escalones de las famosas escaleras rojas que tiene y contemplar todo lo que tienes alrededor. Docenas de pantallas LED se sitúan sobre los edificios y te transportan a otra dimensión, en ese espectáculo arquitectónico y de luces que representa. No hay quien deje de hacerse un selfie. Entre la multitud que la ocupa vas encontrando personajes curiosos, montones disfrazados de los protagonistas de Disney y otros famosos; entre los que ya son reconocidos por todos los que han visitado el lugar se encuentra Naked Cowboy (el vaquero desnudo), el guitarrista mundialmente conocido, ligerito de ropa blanca con poco más de un sombrero, un calzón corto y ajustado y unas botas de cowboy.

Sigo con el recuerdo que me trae una famosa película del año 2000, protagonizada por Richard Gere, Winona Ryder y Antony LaPaglia, y que me sirve de título a esta exposición. El otoño en Nueva York es una estación que da un colorido especial a la ciudad y, significativamente, al Central Park, ese parque urbano que es el más grande de Nueva York y también del mundo, con sus 4 kilómetros de largo y 800 metros de ancho. En sus 340 hectáreas se encuentran praderas, lagos artificiales, cascadas y zonas que se asemejan a un auténtico bosque. Es, sin duda, el principal pulmón de Manhattan, al que acuden los neoyorquinos para pasear, tomar el sol o hacer deporte, cuando no para contraer matrimonio como la ceremonia que tuve ocasión de presenciar. Y en otoño, especialmente, el paisaje es impresionante, con ese multicolorido verde y ocre de las hojas cayendo de los árboles y los trepidantes saltos de las muchas ardillas que lo habitan, tan habituadas a los visitantes como para no tener reparo en comer de los cacahuetes que le facilites con la mano. Una gozada de recinto que muchos aprovechan para conocerla en toda su extensión montando en bicicleta, lo cual no deja de ser una opción atractiva para completar todo su recorrido.

Otra zona de parque es la concebida como Flushing Meadows–Corona, en el distrito de Queens; cerca de su extremo norte se encuentra la zona «Sport Center», donde se lleva a cabo el Abierto de tenis de Estados Unidos; y en su interior impresiona una enorme esfera de acero denominada Unisphere, que representa un globo terráqueo que mide 43 metros de alto y con un diámetro de 37 metros, con un peso total de 320.000 kg., que fue concebido en su momento como el elemento central de la feria mundial de 1964, donado por la Corporación del Acero de Estados Unidos como símbolo de «paz mediante el entendimiento», que fuera el eslogan de la feria. Una estructura rodeada de un grupo de fuente para que haga parecer que la esfera está flotando en el espacio. La esfera presenta tres anillos de acero que se cree representan al astronauta soviético Yuri Gagorin (primer ser humano en el espacio), el astronauta estadounidense John Gleen (primer estadounidense en orbitar la Tierra) y el satélite de comunicaciones Telstar.

El deporte rey es bien sabido que por estas tierras es el béisbol, y en Nueva York se encuentran dos equipos famosos, los New York Yankees y los New York Mets. Los primeros son el equipo más exitoso del mundo y cuenta con un recinto deportivo que es una pasada. La cercanía de la visita al Yankee Stadium, ubicado en el famoso distrito de El Bronx, al norte de la ciudad de Nueva York, te permite ver la dimensión que ocupa, con una capacidad para más de 50.000 espectadores y que fuera inaugurado en 2009 para suplantar al estadio que estaba anexo al actual estadio en su parte sur y que ahora dedican a otros recintos deportivos y para reunirse los aficionados antes de los encuentros y saborear sus barbacoas. Como un turista más no pude resistir junto con mis familiares a la oportuna fotografía y a adquirir esa famosa gorra que circula por todo el mundo. Un bonito recuerdo.

Pero el baloncesto también tiene su arraigo. Ir a Nueva York es tener la posibilidad de presenciar el espectáculo que ofrece un encuentro de baloncesto, con todo ese teatro ceremonial que le rodea. En mi caso, por el módico precio de 177 euros pude ir ya provisto desde España de la oportuna entrada para presenciar el encuentro entre New York Knicks y Cleveland Cavaliers, en el mítico y grandioso estadio de Madison Square Garden. Algo imprescindible para quienes amamos este bello deporte y solo por televisión hemos tenido oportunidad de ver un partido de la NBA. Aún recuerdo las colecciones que hacía mi hijo admirando esta competición estadounidense y ahora veía con sus propios ojos en directo. Un gozo acompañarle junto a mi nieto (padre, hijo y…espíritu santo, como con gracia nos decían compañeros de viaje).

Con presenciar las torres edificadas no podemos sentirnos satisfechos. Hay que adentrarse en alguna de ellas para ver desde lo alto ese conjunto que conforma la ciudad. He tenido la oportunidad de subir a uno de los miradores más modernos y sorprendentes de Nueva York, el SUMMIT One Vanderblt, ascendiendo a 93 pisos por encima de la jungla de asfalto y tener experiencia artística inmersiva y multisensorial con vistas panorámicas de la ciudad. El arte y la tecnología se unen para facilitar unos momentos de verdadera fantasía, en mi caso con la vista nocturna de la ciudad. Eso sí, me tocó en suerte estar sometido a un minucioso control a la entrada (otro más para recordar).

Como no, visitar la Zona Cero como punto de referencia en Manhattan se convierte en una necesidad. Todos sabemos que fue escenario de uno de los sucesos más sobrecogedores de la historia reciente de la ciudad y, por ello mismo, la visita es de las más emotivas que puedan hacerse. Algo pulula dentro de ti cuando te vas moviendo por estos lares.

En este lugar se encuentra el Memorial 11S que rinde tributo a todas las personas que fallecieron en los atentados terroristas de 2001. Se ubica en el mismo sitio donde se erigían imponentes las Torres Gemelas, y se conforma de dos enormes fuentes alimentadas por cascadas que están bordeadas por placas de bronce sobre las que se han plasmado los nombres de todas las víctimas. Alguna flor aparece depositada en alguno de los nombres y que alguien se encarga de ir poniendo cuando son los cumpleaños de los fallecidos. El silencio envuelve los alrededores. No cabe duda que afecta a cuantos visitamos esta zona y recordamos los momentos que se vivieron.

A su lado se erige un Museo 11S que expone una colección de más de 10.000 objetos recuperados de los escombros, que pertenecieron a las víctimas y a las personas que trataron de socorrerlas tras el atentado. Incluye restos de vigas de la edificación y algún camión de bomberos que sufriera consecuencias en los momentos de ebullición. Se sitúa debajo del Memorial Plaza, dentro de los restos de la estructura del World Trade Center original. Confieso que no tuve la valentía de entrar a verlo por el efecto que me imaginaba podía producirme.

Entre los árboles que se sitúan alrededor está el llamado árbol superviviente, por ser el único que sobrevivió a la tragedia. En la actualidad constituye un símbolo de esperanza y resistencia para todos los neoyorkinos y para el mundo.

En la reconstrucción de la zona destaca especialmente el One World Trade Center, un edificio brillante y dinámico inaugurado en 2014 que se ha convertido en uno de los principales puntos de referencia de la ciudad, el mirador más alto de Nueva York con 104 pisos y 541 metros de altura.

En este entorno también se ha levantado la Estación Central WTC que tiene la firma del arquitecto español Santiago Calatrava. Conectan aquí numerosas líneas de metro, tren y grandes edificios del Financial District. Está coronada por una cúpula de vidrio y metal llamada The Oculus por donde la luz puede fluir con facilidad iluminando todo el conjunto. Y justo debajo de esta estructura se encuentra un centro comercial (Westfield World Trade Center Mall), con más de 50 tiendas y varios restaurantes.

Y ya que estamos aquí acerquémonos al Distrito Financiero para descubrir imponentes edificios como La Bolsa de Nueva York, con esa figura en cobre de una niña que mira al edificio con actitud desafiante, y el famoso toro al que acude todo el mundo para acariciar sus partes para tener buena suerte. Eso dicen y es palpable las muchas muestras de manoseo de los deseosos de esa suerte y que hacen brillar sus partes más delicadas. No, yo no lo hice.

Desde Battery Park, junto a la Zona Cero, parten los ferries hasta la Estatua de la Libertad. Un recorrido en ferry deja las mejores vistas de Manhattan y de Lady Liberty. Con pena me quedo de no acercarme más a esta estatua que tanto me atrae pero el tiempo y lo mucho por ver no me permite mayores compromisos.

Las ofertas de Museos son variadas en una macrociudad como ésta. Se necesitarían varias visitas para completar su visión y en lo que a mí concierne he podido saborear lo que podía ofrecer el Museo de Arte Moderno o MoMA, un museo de arte situado en Midtown Manhattan que se centra en el arte moderno y contemporáneo. Alberga obras de Pablo Picasso, Salvador Dalí o Van Gogh, entre otros muchos. Confieso que para mí la última planta es la que más detuvo mis ojos.

Acudir al distrito de Brooklin es hacerlo al más poblado y por tanto con diversos atractivos. Por lo pronto no puede dejarse de hacer un pequeño recorrido por el barrio judío de Nueva York. Williamsburg es un vecindario donde se encuentra la mayor concentración de judíos jasídicos ultra-ortodoxos. Pasear por sus calles es hacerlo con el respeto que merecen sus vecinos, ataviados con la vestimenta propia que les caracteriza y saborear algunos de esos productos de panadería que elaboran. Si la visita se hace a la hora que lo hicimos nosotros no puedo decir que fuera posible evitar un delicioso bocado.

Terminado este recorrido es obvio que el atractivo que representa el puente de Brooklyn no puede dejarse de lado. Un símbolo histórico de la ciudad que cruza el East River conectando con Manhattan.

Aunque lo que supone este puente y la zona que le rodea ya ha sido dicho por todos los medios posibles, incluso cinematográficos, es necesario que aluda a esta magnífica estructura de 1.825 metros de largo, con una distancia entre pilares de casi 500 metros, y que supone una delicia atravesarlo caminando (algo más de 45 minutos si te detienes a hacer alguna fotografía), aunque pueda estar masificado por la afluencia de turistas que acuden diariamente. Lo he visto de día y de noche y no podría decir en qué momento resulta más atractivo. La imagen que cubre sus alrededores con esos grandilocuentes edificios, y la puesta de sol en este lugar es de una belleza extraordinaria.

En este entorno se encuentra la zona comercial de DUMBO, lugar apropiado para hacerse esa mítica fotografía en la popular calle Washington, con el puente de fondo. Te resulta tan familiar esta zona por la infinidad de veces vista en fotografías, videos y películas, que cuando pasas por ella algo se mueve en tu interior (¿será verdad que estoy aquí?).

Luego de la travesía por el puente, la caminata puede llevarnos hacia Chinatown y Little Italy, lugares necesitados de visita para ver cómo los primeros van comiendo terreno a los segundos, cuestión que ha preocupado sobremanera a los autoridades de la ciudad hasta el punto de prohibir que los italianos puedan vender sus propiedades a los chinos. ¿Por qué será que esta expansión chinesca resulta tan familiar?

En la visita a esta ciudad no puedo dejar de lado los recuerdos que me vienen a la cabeza de John Lennon, ese mítico artista musical que vivió sus últimos momentos por estos lares cuando en la noche del 8 de diciembre de 1980 fuera vilmente asesinado por ese loco armado que le disparó cuatro balas del calibre 38. A la altura de la calle 72 oeste, en la esquina con la avenida Central Park West, aparece la silueta del edificio Dakota, con sus puntiagudos tejados, que fuera el primero de apartamentos de lujo que se construyó en Manhattan, de estampa neogótica, donde vivía nuestro ídolo musical y en cuya puerta se produjo el fatal desenlace.

Mi visita lo es a este entorno e introducirme en el Central Park donde fueron esparcidas las cenizas del músico incinerado por parte de su pareja Yoko Ono, y aparece en el suelo un sencillo mosaico circular que recuerda al artista desaparecido. No hay estatuas ni monumentos, solo una palabra «Imagine», y a su alrededor gente que permanece sentada en los bancos respirando paz y escuchando las canciones que no faltan por parte de esos músicos callejeros que están presentes en el lugar y esperan unos dólares a cambio. Siendo un descreído de los mitos, no falta quien dice que John Lennon no hubiera visitado nunca este lugar. No sé lo que hará el imprevisible Lennon pero creo que lo ve desde donde quiera que esté.

También te queda la posibilidad de ver los interiores del portaaviones Intrepid que sirvió a la marina de los Estados Unidos durante 31 años (entre los años 1943 1974) y el submarino Growler, que fuera utilizado durante la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS, de 1954 a 1964, ubicados ambos en el muelle 86, en la orilla del río Hudson, que se mantienen como museos incorporando el primero aviones y helicópteros de distintas épocas.

Seguro que si penetras en este bullicio callejero encontrarás los alicientes del espectáculo que continuamente ofrecen policías, bomberos, ambulancias y conductores en general, acostumbrados por estos lares a hacerse oír de forma ciertamente escandalosa. Verlos en películas no tiene nada que ver con la realidad de estas calles acostumbradas al ruido. Otra manera más incisiva de hacerse ver y oír.

Queda por referirme un poco a la gastronomía. Los restaurantes pueden asustar por sus precios. A lo anunciado hay que añadir los impuestos estatales y esas propinas que dicen ser el salario que acumulan los sirvientes. Es fácil encontrar las propuestas que hacen: del 20 por ciento en adelante, con lo que puede advertirse que sentarse en mesa con platos y mantel no va a resultar nada fácil de asumir por el bolsillo. Por ello mismo, las hamburguesas, los perritos y las pizzas facilitadas en restaurantes sin servicio de mesa y que son la casi generalizada forma de llevar la situación y calmar los estómagos más exigentes. Aunque no puede faltar el pequeño respiro que te des para apreciar la cocina que tienen, sobre todo, los latinos y que se acercan más a nuestros gustos. De tomar bebidas que contengan alcohol ni hablo. Solo diré que si tienes en cuenta que una cerveza puede costar 8-10$, lo mejor es sustituirlo por el agua de grifo que es potable que por fortuna no cobran, y como que están obligados a facilitártela. Si no la ponen, puedes chapucear la petición: «Some tap water, please».

En esos momentos de dar un poco de rienda suelta al momento de la comida puedes encontrar lugares apropiados para darte un homenaje. Tal es el caso del restaurante italiano Carmine’s (Times Square, 200 West 44th Street), de estilo familiar que ofrece una moderada relación calidad-precio y con platos de tamaño sorprendente. También en esto existe el show neoyorkino y encuentras lugares como Ellen´s Stardust Diner (1650 Broadway), un local ambientado en los años 50, con camareros que cantan y una larga carta de clásicos americanos. En fin, si no se quiere olvidar la esencia de la cocina española queda la opción de acudir al multirestaurante del famoso José Andrés, el Mercado Little Spain (10 Hudson Yards), donde encontrarás a precio razonable esos platos que añoras.

Y cuando ya parece que has salvado tu honor cubriendo esas largas jornadas de caminatas y visitas, en el último día quieres dejar en consignas del hotel tus equipajes hasta que puedas recuperarlo para el regreso previsto. Te sorprenderá los 3 o 12 dólares que puedan pedirte por mantenerlos allí, aplicables a cada bulto y no solo maletas, incluyendo por tanto como individualidades las mochilas y bolsas que quieras dejar. En esta ciudad llevar la cartera en mano se convierte en algo normal. Salvo el agua de grifo, todo se paga.

Ya es hora de volver y con el temor de asomar al aeropuerto piensas que facilitarán la salida. Pues verás como el control se vuelve exigente. Me agradó sumamente llegar a Lisboa y encontrarme con una policía de aduana que me saludaba y daba educadamente la bienvenida. Calmó mi ansiedad de un vuelo que, para colmo, fue especialmente turbulento.

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