Hay una cuestión que de siempre me ha llamado la atención: lo fácil que a veces resulta construir, generar nuevas infraestructuras públicas y lo difícil que es hacer un plan para su mantenimiento. Y que se cumpla. Como si el tema careciera de importancia. Mantener las cosas cuesta lo suyo y tratándose de patrimonio público parece como si fuera cuestión menor, y no puede extrañar cómo se diluyen las responsabilidades de quienes debieran hacerlo y no dejar en penoso estado de conservación lo que tanto costara levantar.
Es el ordenamiento jurídico el que impone la obligación a las entidades públicas propietarias o a aquellas que tengan competencias de gestión o de conservación respecto de los bienes de uso público, de garantizar que se mantengan aptos para el uso de los ciudadanos y ordenar su restitución y el mantenimiento adecuado. Claro que el incumplimiento por dejadez o simplemente por la confrontación que pudiera existir entre administraciones propietarias y beneficiarias directas hace a veces infructífera cualquier demanda de solución a problemas que el ciudadano soporta y que no alcanza a comprender cómo no se propician soluciones.
La cuestión tiene enjundia por esa división competencial existente en España entre Estado, Comunidades Autónomas y Entidades Locales. Asumir el protagonismo de la inauguración es indiscutible para quien goce de la competencia real, prestos sus fedatarios a la fotografía que inmortalice el momento. Pero cuando se exigen responsabilidades por incumplimiento en el mantenimiento de los bienes puestos a disposición de los ciudadanos, no es de extrañar que cada cual se sacuda el polvillo atribuyendo a otros la dejadez. El problema se acrecienta cuando los colores de los políticos gobernantes se diversifican y entra en juego el mecanismo de tortura al de menor rango en la batalla. Con olvido de los ciudadanos que, a Dios gracia, pertenecen a todos los equipos pero que en este, como en otros temas parecidos, han de soportar el látigo incluso de los que siguen a pies juntillas. El sacrificio por la causa.
Podríamos entrar en infinidad de ejemplos donde lo que digo queda plasmado en la triste realidad. Baste escuchar al actual Ministro de Transportes y Movilidad Sostenible para darse cuenta de todo esto. Pero ahora me voy a centrar en un caso que ocurre en mi querida ciudad de Badajoz. Y en concreto en ese precioso puente Real que hace ya casi treinta años que fuera inaugurado tras lo que fuera un acto institucional de puesta de la primera piedra en 1992 por sus majestades los reyes de España. Un puente atirantado que cruza el río Guadiana a su paso por Badajoz (Extremadura, España), y que vino a colmar una necesidad por la propia expansión que experimentaba la ciudad. Haciéndolo además con un signo relevante de modernidad.

La propiedad es, en este caso, de la Junta de Extremadura y para el ciudadano despistado bien podría entenderse que fuera del Consistorio local (Badajoz) por aquello de estar inmerso en el casco de la ciudad. Pues bien, tras menucias cumplidas puntualmente, lo cierto es que podía observarse cómo los tirantes y barandillas empezaban a presentar óxidos preocupantes (no exclusivas del aspecto externo) y nadie soportaba la labor de mantenimiento. Desde hace una década el abandono empezaba a ser ostensible. Y el tira y afloja político constituía el espectáculo de los ciudadanos que no alcanzaban a entender lo que estuviera pasando. Solo el comprobar que la propiedad estaba en manos de gobierno socialista y la parte beneficiaria directa pertenecía al gobierno popular posibilitaba entender la trama compulsiva.



Y ahora, tras un reciente cambio que unifica colores de gobernantes (populares) el ejecutivo extremeño toma las riendas de esta actuación que según se declara se hace «para el buen mantenimiento de una de las infraestructuras más relevantes de la ciudad de Badajoz desde su inauguración hace treinta años, y después de una década sin que se haya pintado este puente por parte de la Administración regional». Plausible la medida pero lamentables los hechos acaecidos en ese período donde los ciudadanos y benefactores de esta infraestructura han tenido que ver y soportar como se deterioraba lo que nunca debía hacerse. Ahora se dice, y ojalá sea verdad cualesquiera que sean los gobernantes, que cada dos años será revisada esta importante infraestructura para propiciar las medidas de conservación y mantenimiento que sean necesarias.

Traerlo a colación lo es por esa injusta vara de medir que se utiliza por quienes tendrían que deberse a los ciudadanos, indefensos ante tanto desquicie discriminatorio como el que se viene observando. No hablaré ahora de esas otras infraestructuras que permitan que los trenes y sus vías se modernicen -más bien que se adecuen a las necesidades actuales- y lleguen a esta punta sin el sobresalto de saber si lo harán o quedarán por el camino. De esa impericia que supone que los escasos vuelos que aterrizan en el aeropuerto de Badajoz se vean impedidos de hacerlo cuando las nieblas sean frecuentes en periodo invernal y nadie dé el paso decisivo de dotar del mecanismo técnico que lo permita y que por supuesto existe. Que el rio Guadiana a su paso por Badajoz se vea compelido a verse casi totalmente cubierto por el nenúfar invasor y que cualquier medida que se siga lo sea con la tardanza de unos proyectos que por ser costosos nadie aplica la urgencia necesaria. O que la gran Alcazaba (la más grande de Europa) que copa las alturas de la ciudad no pueda completarse con mayores medidas para la restauración y/o rehabilitación de lo mucho que queda por hacer en su interior. En fin, para qué seguir, todas estas muestras son ejemplos claros donde las Administraciones competentes son de todos los colores. Y Extremadura parece cada vez más lejana y para muchos sumida en el olvido.
La solidaridad que pudiera hacerse es una cuestión que debería tener su relevancia. Los extremeños simplemente pedimos que no se nos deje atrás y no se propicien actuaciones que ahonden aún más en las diferencias territoriales. Y que las Administraciones competentes asuman su compromiso y responsabilidad por construir lo necesario…y mantenerlo. Poco se pide para lo mucho que otros hacen y reciben.