Vivir entre costuras

Por mor de lo que pude saber de la actividad que realizaran mi propia madre y la de otras de personas cercanas, he podido comprobar que las tareas de «costureras» y «modistas», dicho sea en términos femeninos, junto a las propias de sastrería para hombres que desempeñaran los «sastres» y «sastras», se mantenían muy vivas y sus protagonistas proliferaban en los finales del siglo XIX y principios del XX, en momentos donde la población española vivía en mundos diferenciados. La gran mayoría de forma precaria, con pobre alimentación y sobreviviendo en viviendas acordes con lo que representaban; otras, en esa nobleza que exigía formas apropiadas a su condición.

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El inevitable paso del tiempo

Con el devenir de los años, que caen como losas, se va viendo en las inmediaciones urbanas el profundo cambio que experimenta todo lo que en la juventud cubría la vida. En particular, esos establecimientos que llenaban las calles céntricas transitadas a diario por una colectividad concentrada en esos entornos, que se ve cómo van sucumbiendo por motivos diversos: por desaparecer o jubilarse sus emprendedores sin legado continuista o por esa llegada de grandes superficies y centros comerciales que absorben la clientela sin posibilidad alguna de convertirse en sus competidores. Los que quedan, esos pocos, son como valientes que campean en el terreno de la aventura con el instinto de supervivencia y de rebeldía para no ver finiquitar lo que tanto esfuerzo y sacrificio supuso para sus antecesores.

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