Con el devenir de los años, que caen como losas, se va viendo en las inmediaciones urbanas el profundo cambio que experimenta todo lo que en la juventud cubría la vida. En particular, esos establecimientos que llenaban las calles céntricas transitadas a diario por una colectividad concentrada en esos entornos, que se ve cómo van sucumbiendo por motivos diversos: por desaparecer o jubilarse sus emprendedores sin legado continuista o por esa llegada de grandes superficies y centros comerciales que absorben la clientela sin posibilidad alguna de convertirse en sus competidores. Los que quedan, esos pocos, son como valientes que campean en el terreno de la aventura con el instinto de supervivencia y de rebeldía para no ver finiquitar lo que tanto esfuerzo y sacrificio supuso para sus antecesores.
Es elocuente que el fenómeno es generalizado, pero se hace mucho más visible en ciudades medianas y pequeñas que ven vaciar sus centros históricos o simplemente de convivencia, padeciendo el efecto de una decadencia que hace penar a cuantos podamos asistir para ver lo que es y meditar sobre lo que fuera. Lo devastador seguro que también actúa sobre nosotros, cumplidores de años sin posibilidad alguna de impedir que el tiempo haga mella en la debilidad de lo tangible.
En mi querido Badajoz, Extremadura (España), paseo de continuo, ahora que puedo permitirme hacerlo con mayor asiduidad, para sentir el desasosiego de lo que ahora parece un centro arrasado por un contagioso mal que deja vaciado una infinidad de locales y establecimientos, cada uno con su historia que no olvido, a Dios gracia. Las calles Arias Montano, San Juan, Meléndez Valdés, Muñoz Torrero y Virgen de la Soledad son, esencialmente, las que encarnan ese Badajoz antiguo que podamos añorar, bullicioso y dinámico, y que ha afrontado la modernidad con el dolor de los que ven la decadencia inmersa en sus raíces. Los paneles informativos hechos con azulejos de la empresa extremeña Cerámica Artística de Barcarrota, que ha colocado el consistorio municipal en estas inmediaciones, nos recuerdan el pasado, esa infinidad de comercios y establecimientos de servicios que han ido sucumbiendo.





Muy pocos son los que permanecen, unos en los mismos locales y otros cambiando de ubicación pero en esos mismos ámbitos, regentados por herederos fieles a lo recibido o por virtud de traspasos a otros que, presos también de la historia, han querido mantener la esencia de lo recibido. A esos pocos que veo y observo quiero ahora referirme, por no ser pocos los momentos que me paro ante ellos para apreciarlos todavía más de lo que ya lo hacía con anterioridad. Para mis adentros forman parte de los sueños y los tengo acogidos como si fueran parte de mí, que a buen seguro lo son porque habrán sido incontables los momentos que en mi ya larga vida han constituido un regalo para mis ojos.
La calle San Juan es un auténtico martirio para los que pasamos tanto tiempo recorriéndola y recreándonos de sus muchos establecimientos radicados en este trayecto. De zona de tránsito y paseo obligado, repleto de establecimientos comerciales, se pasa a la desolación. Solo los azulejos, que acogen la relación de los que fueron, sirven para tenerlos presente, aunque para la juventud puede que poco importe lo que haya sido. Pero la historia está para tenerla siempre presente, aunque lo sea como aprendizaje y para no sucumbir ante los mismos tropiezos. Tal es, que no queda comercio alguno de antaño y los locales vacíos adornan el recorrido.

El paseante lo hace ahora por la calle de Virgen de La Soledad, esa que permite bajar desde San Juan hasta las postrimerías de la Ermita de la Patrona de Badajoz, dando a la plaza de la Soledad. Aquí un tanto más de lo mismo. Algún esporádico establecimiento tiene sus puertas abiertas, pocos manteniendo su esencia inicial y otros con fines muy distintos a los originarios. Los primeros pueden contarse con los dedos de una mano. Cuatro son los sitios que hacen pararnos para seguir recreándonos con lo que vemos, y especialmente para sentir un afecto especial para los que regentan esas pequeñas empresas.
El primero es la «Mercería Juan Pedro», donde alfileres, bobinas, botones y otros similares encuentran su aposento para una clientela que sigue siendo fiel. De la mano de Juan Pedro Nogales Caro, este establecimiento dio sus primeros pasos en 1979 en una calle cercana, la de Arias Montano (La Sal para los más vetustos), para trasladarse a esta ubicación actual en el año 1996, atendida por Cándido Corchado Mendo. Tan especial es la tienda como la atención que se presta, sumamente cercana como eran antes los tratos entre comerciantes y clientes. Para curiosidad de lo que digo, me encuentro ahora con un cartel en su escaparate que viene a decir que en este día cerrará un poco antes por precisar realizarse otros menesteres pero que por la tarde se recuperará el tiempo para que nadie se vea desatendido. Así se despachan las personas campechanas.

Calle abajo es inevitable pararse en un local rotulado como «Ferretería Bazar Rodríguez». Ya lo dice todo su pórtico de madera y las infinitas muestras de sus ofrecimientos, desde lozas, objetos de peltre, instrumentales eléctricos o pequeños electrodomésticos, muchos de ellos con el sello de lo que existía en las casas del siglo XIX, detenidos en el tiempo y rejuvenecidos por mor de quien se ocupa en la actualidad de mantener la esencia de lo que fuera y ahora es. Abrió en 1932 por Eladio Rodríguez Rodríguez, para pasar con el tiempo a su hijo Francisco Rodríguez, y tras su jubilación dejarlo en manos de su hija Fátima Rodríguez. Sin duda es una parte de la historia que no quiere abandonar su capítulo.

Sigo para encontrarme con un sitio que muestra una faceta un tanto característica, a juego con su actual propietario. Se trata de «Foto Vidarte», todo un emblema de la ciudad. Si la historia badajocense quiere escribirse no podrá faltar el arsenal fotográfico que han dejado los propietarios de este establecimiento. La andadura comenzó cuando Enrique Vidarte Pérez abrió en 1915 un estudio fotográfico que por aquellos entonces era de luz natural, por lo prohibitivo que suponía el uso de la corriente eléctrica. Siguió la tradición su hijo Emilio Vidarte Camiña, y en la actualidad Juan Carlos Vidarte Rebollo continúa, eso sí, con una peculiar forma de entender el negocio, limitado a ciertos eventos y utilizando el local con lo que a él le gusta que sea una especie de museo de la imagen, extensible a la calle, donde se acomodan cosas variopintas. La fachada, por sí misma, es fiel reflejo del peculiar modo de entender lo artístico el bueno de Juan Carlos.

Cerrando la bajada, el paseante se encuentra con «Calzados Martínez Olgado». En este comercio, que lleva funcionando desde 1850, se vende calzado pasando por tres generaciones, los últimos fueron los hermanos Alberto y Francisco Martínez Ordóñez, que vivieron la época en que los zapatos se hacían a medida y que se jubilaron en el año 2000. La que fuera empleada con 22 años de servicio a sus espaldas, Josefina Salgado Baicón («Pepu»), se hizo cargo de la tienda cuando la dejaron los titulares, y aquí se mantiene luchando contra la adversidad de la bajada de clientes y el vacío del casco antiguo. Tiene claro que cuando deje el negocio va a ser difícil que alguien lo continúe.

En esta calle ha desaparecido, cambiando de ubicación, el igualmente popular comercio de telas conocido con el nombre de «Tejidos Murga», que mantiene su esencia durante generaciones. Un centenario negocio que ya dispuso de dos locales sucesivamente ocupados en la calle Virgen de la Soledad y que ahora se ha trasladado a la cercana calle del Obispo San Juan de Ribera, regentado en la actualidad por Lourdes Madrigal, tras recibir el doloroso desenlace de quien le acompañara durante años, su marido, el conocido popularmente como «pepe el de los murga», tan arraigado a la ciudad como para que todos sintieran su pérdida por esa enfermedad que asola a la humanidad. El lugar elegido por todos, tanto como para llegarse a decir que siempre que haya Carnaval en Badajoz, harán falta comercios como este. Su oferta abarca algo más, y la necesidad de telas para cualquier eventualidad encuentra su destino en este establecimiento.

En los aledaños, ya en la calle Francisco Pizarro recaló uno de los establecimientos que históricamente se encontraban en la calle San Juan, casi a las puertas de la Plaza Alta. «Casa Espada» es una empresa familiar que fuera fundada en 1875 y que actualmente se encuentra ya en su cuarta generación de propietarios. Sergio Pereira ocupa la titularidad del negocio que impulsó su bisabuelo hace más de un siglo, siendo ayudado por su madre, Josefina Real, que formó la tercera generación. La empresa está especializada en la comercialización de artículos de fiesta en general, y no podré olvidar aquellos momentos navideños donde acudir a Casa Espada era toda una necesidad para belenes, juguetería y artículos festivos.

En la misma calle está otro establecimiento que perdura, y con gran éxito, por la secuencia de precursores del negocio de la pastelería que ha tenido. Se trata de la más que famosa Pastelería-Confitería «La Cubana», toda una institución que deleita a cuantos puedan acercarse a sus viejas e históricas vitrinas repletas de dulces desde 1890. Fue fundada por Casimiro y Sebastián Nicolás, junto con María Vila, toda una familia procedente de Elche que pretendía estar temporalmente en este lugar hasta marchar a La Habana, como deseaban. Sin embargo, la muerte de Casimiro hizo que recalasen aquí para el resto de sus vidas y para regocijo de los muchos badajocenses y turistas que han podido saborear sus delicias. En 1985 seguía las riendas del negocio Juan Martínez Gómez, cuya presencia en el establecimiento lo era desde aprendiz a la temprana edad de 13 años. Su trabajo y dedicación le hizo mantenerse por 40 años en la maestría del obrador. Con la ayuda de sus cuatro hijos consiguió mantener las recetas tradicionales de los anteriores dueños. Hoy, los hermanos Martínez mantienen viva la llama, con el mismo criterio de antaño, siendo uno de los locales más visitados para deleite de cuantos se acercan a sus productos estrellas: bollos (más de 1.500 diarios), tartas tripartitas, yemas reales, sultanas, mojicones, negretes y en períodos navideños polvorones y delicias de yemas y turrones en sus variadas formas. Mi resistencia tiene un límite y sucumbo continuamente a las provocaciones.

El paso me lleva a una calle cercana, Meléndez Valdés, para encontrarme con un histórico bar: «La Corchuela», casa fundada en 1827. Un lugar elegido por público de todas las edades. Fue creado por Inocente Jiménez Grajera, continuando el legado su hijo Andrés Jiménez Remigio, y actualmente atendido por su nieto Inocente Jiménez del Amo. Conocido por sus tapas y raciones caseras con productos de la tierra y sus nutritivos desayunos. Todos los eventos que ocurren en Badajoz encuentran un reflejo en este local.

En la cercana calle de Menacho, ha recalado muy recientemente uno de esos negocios que siempre estaban en la calle San Juan pero que ahora bien parece que busca otro espacio que le haga salir de ese solitario centro histórico. Me refiero a la centenaria droguería «El Globo», que abriera sus puertas en la antigua ubicación en 1885. Su responsable, Paco Medrano, ha decidido el cambio en busca de una clientela que iba fallando ya en el viejo local. Aquí puede encontrarse todo producto que ya no resulta fácil encontrar en otros establecimientos, además de contar con la siempre apreciada recomendación de su titular.

Seguimos para llegar a la calle de Santo Domingo, donde encontramos un ultramarino que cuenta con una curiosidad. Se trata de la conocida como «Casa del Bacalao La Perla», fundada en 1892. Al jubilarse Antonio Crego, con muchos años tras el mostrador, traspasó el negocio en 2015 a dos empresarios chinos que regentan el lugar manteniendo intacto local y servicio. Ya se preocupó muy mucho Antonio de enseñarles todos los intríngulis del negocio para que, como él mismo anunciara, no se perdiera la esencia de este establecimiento. ¡Cómo lo haría que consiguió su objetivo! Para que luego digan.

En el mapa local y céntrico bien parece no encontrarse mayores muestras de relevancia, a salvo de otros negocios que por traspasos han seguido la estela de sus predecesores, manteniendo el nombre para reseña histórica pero con la esencia diferenciada que imprimen sus nuevos propietarios. En todo caso es importante que estos nuevos propietarios, y los que pudieran llegar, hagan florecer la esperanza de revivir un centro necesitado de alicientes para acudir a ellos con la frecuencia que sería de desear.
¡Cuántos recuerdos!¡Qué bien escrito, qué bonito! Gracias, Luciano.
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