Los tiempos recientes nos están llevando presurosamente a la conflictividad entre derechos constitucionalmente reconocidos. La libertad de expresión es, en este sentido, la panacea a la que todo el mundo quiere acogerse para desvirtuar o quedar en segundo término otros derechos individuales igualmente caracterizados por el emblema de ser fundamentales para el ser humano. Parece que eso de ser demócrata implica que todo ser viviente pueda esgrimir cuanto vierta su ruidosa boca, esencia misma de un desahogo que no tiene por qué estar en consonancia con el respeto, la educación o la misma convivencia, ciertamente devaluados en unos tiempos donde el bullicio callejero no siempre permite la paz social.
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