Todos los momentos son buenos para adentrarse en las entrañas de una ciudad como Sevilla, tan acogedora como emergente. “Sevilla tiene un color especial” dice la canción de ese afamado grupo Los del Rio, y la verdad es que, por mucho que recorras sus calles siempre te quedan las ganas de seguir visitándola, porque sus tesoros son tantos que hasta el aire se impregna de algo especial. Un día de estos he vuelto a visitarla, lo justo en tiempo para querer aprovecharlo al máximo, sabedor desde el primer instante que debo seleccionar mi recorrido y lo que deseo hacer, que no es otra cosa que alegrar a la vista con alguno de sus preciados monumentos, introducirme en sus calles comerciales para ver un ambiente tan propio de las fechas navideñas y, como no, dar gusto al paladar con su sabrosa gastronomía. Me propongo, por ello, relataros mi experiencia por si pudiera interesaros de cara a vuestras inquietudes viajeras o para haceros recordar lo que ya hayáis hecho en otro momento.
El viaje de dos horas concluye en el parking de la Avenida de Roma, para desde ahí convertirme en un viandante más que patea esas calles sevillanas. Hay que alegrar la vista y para ello vuelvo a un sitio donde hacía muchos años que no iba, para recordar momentos anteriores y para ver los detalles con una mayor profusión, propia de la edad y de las nuevas inquietudes que pululan por mi mente. Así me encuentro en la Plaza de España, configurada como uno de los espacios más espectaculares de la arquitectura regionalista, que fue encargada al arquitecto Aníbal González para la Exposición Iberoamericana del año 1929, contando a su vez con un buen conjunto de colaboradores para finalmente ser inaugurada por el rey Alfonso XIII.
Se dice que en su construcción llegaron a trabajar mil hombres al mismo tiempo y, como no, tampoco resultó pacífico su desarrollo con importantes oposiciones de la Academia de Bellas Artes que se oponía a la altura prevista de las dos torres laterales por su rivalidad con la Giralda; o por quien fuera diseñador del parque de María Luisa que rechazaba la construcción de la ría que rodea la plaza, al considerar un lujo para una ciudad que tenía gran escasez de agua. Con todo, se concluyó la obra en 1928 por el arquitecto Vicente Traver y Tomás, que termina los cerramientos del recinto y añade la fuente del centro de la plaza. La Plaza fue declarada bien de interés cultura, en la categoría de monumento, en 1981.
La imagen externa impresiona por su belleza y majestuosidad. Sobre un cuerpo central, se abren dos brazos laterales curvos y dos torres en los extremos norte y sur de 74 metros de altura. En las paredes de los brazos se encuentran una serie de bancos y paramentos de azulejos que forman espacios alusivos a las 48 provincias españolas, colocados en orden alfabético.
En ellos se representan mapas de las provincias en el suelo, paneles sobre hechos históricos y escudos de cada capital en el muro, y anaqueles en los lados con unas hornacinas para libros y folletos de cada provincia. En el centro del semicírculo hay una plaza oval, ideada para desfiles, actos cívicos y exposiciones de maquinaria y ganados, rodeada por un canal o ría. El único elemento ajeno a ella es la fuente central, muy cuestionada en su momento porque rompía la rotundidad del vacío de la plaza.
Pasear por la plaza y fijarte en sus múltiples detalles, sus preciosas luminarias, esos puentes con azulejos y jarrones de cerámica, los soportales del edificio central con una cubierta de madera encomiable y, bueno, detalle tras detalle, hizo que pasara un momento inolvidable, pero el tiempo apremia y debo seguir, acompañado siempre de Isa, mi mujer, que disfruta igualmente de tanta belleza.
Justo a la salida de la Plaza, utilizamos ya un medio público para el desplazamiento. El tranvía me lleva a la Plaza Nueva, donde se encuentra el Ayuntamiento con un precioso árbol de navidad y, en su lateral, un llamativo Belén con figuras sobresalientes. Imposible resistirse a la parada y dejarse llevar por la mente.
En la Plaza advierto un monumento equestre, con la figura de San Fernando (rey), y todo un conjunto de pequeños estands comerciales que denotan encontrarnos en navidad.
Llega el momento de aprovechar para hacer algunas compras y, para ello, las opciones son muchas. Las famosas calles peatonales Sierpes y Tetuán tienen una amplitud y bullicio en la que se encuentran las firmas de moda y de cosmética más conocidas (Mango, Zara, H&M, Stradivarius, Calzedonia, Massimo Dutti, Sephora, Yves Rocher, y un largo etcétera), a las que se unen comercios tradicionales sevillanos. En paralelo y en perpendicular a estas calles encontramos, a su vez, otras muchas que acogen el mismo fin comercial. Destaco en la calle Rioja la tienda de lencería Oysho, enclavada en un edificio protegido como bien patrimonial y en la que junto a su fachada puede advertirse un precioso patio con una llamativa lámpara. Al final puedes comprobar que los brazos van soportando bolsas con compras, y en el bolsillo unas tarjetas un poco más desgastadas. Pero estamos en navidad.
El día avanza y llega el momento de reponer energías. La gastronomía en Sevilla y sus establecimientos son variados. Muchas son las opciones posibles pero me inclino por la recomendación que tantas veces he escuchado, y acudo junto al Archivo de Indias a un pequeño pero encantador lugar, la Bodeguita Casablanca (calle Adolfo Rodríguez Jurado, 12). Obvio que el lugar es para tapear y su espacio interior es minúsculo, abarrotado de gente y con sus mesas exteriores igualmente rodeadas de un gentío impresionante. Al final, la gentileza del personal que atiende el establecimiento facilitó un rincón donde Isa y yo nos apresuramos a degustar las delicias del lugar. Una carta ambiciosa pero la cocina cierra a las cinco, lo que nos lleva a apresurarnos pues se había hecho bastante tarde. De modo que el calamar plancha a la bilbaína, el bacalao con boquerones, y los huevos rotos con jamón, sirven para que degustemos su exquisitez y, a su vez, recomendarlos para cuantos quieran acercarse en algún momento a este apreciado sitio. Felicitaciones a los profesionales que lo atienden que con trato agradable y ágil nos hicieron pasar un gran momento.
Desde aquí, la vista de la Catedral y su campanario (La Giralda) conmina a acercarse para deleitar, una vez más, la vista. Es uno de los símbolos por antonomasia que tiene Sevilla, reconocible en el mundo entero y que ningún visitante se puede perder. Merece una visita sosegada y contemplativa para disfrutar tanto de su exterior como interior, pero ahora me conformo simplemente con una rápida visual externa. La torre es en realidad el antiguo alminar de la mezquita almohade de Sevilla, del siglo XII. Con una altura de 97,5 metros fue transformada posteriormente en campanario renacentista. Supone un prodigio de armonía, pues en ella se una admirablemente la arquitectura de dos cultura diferentes distanciadas por cuatro siglos, la renacentista y la almohade.
El cansancio del día va haciendo mella y conforme avanzaba la tarde las calles se llenaban de más y más gente. Un descanso en una de las cafeterías existentes en la Avenida de la Constitución para después coger el tranvía y acudir a la búsqueda del coche que nos permita regresar a casa. Pero en el camino no se desaprovecha ver algo especial, el Hotel Alfonso XIII, considerado como uno de los hoteles de lujo más prestigiosos del mundo desde 1929 (recordemos la fecha por la Exposición Iberoamericana de ese año), renovado recientemente en 2012, se encuentra ubicado junto a los Reales Alcázares y la Catedral, en el histórico y vibrante barrio de Santa Cruz. Está considerado Bien de Interés Cultural desde 1998. Aparte de su glamour histórico hay que considerar a este edificio como una majestuosa obra de arte que simboliza las influencias moriscas de la ciudad. Fue inaugurado oficialmente el 28 de abril de 1928 con la celebración de un suntuoso banquete presidido por el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia, con motivo de la concertación del enlace entre la infanta Isabel Alfonsa con el conde Juan Zamoyski. Entre sus múltiples anécdotas que pueden contarse respecto a este espléndido hotel se encuentra la de haber servido de espacio para el rodaje de algunas escenas de la famosa película Lawrence de Arabia, y entre las personalidades que han estado en él se encuentran el príncipe Carlos y Diana de Gales (1992).
Ya se ha hecho de noche y es momento de volver. Regreso feliz de un maravilloso día en esa gran ciudad que es Sevilla. Sin duda, volveré para seguir recorriendo tus rincones.
Que buen inicio del blog… Enhorabuena
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