Si las ciudades se midieran por títulos y acreditaciones, nos encontraríamos con un ejemplo sin par en la ciudad de Córdoba, que tiene reconocido por la Unesco la importancia universal de los bienes históricos que posee, ampliando el título de Patrimonio de la Humanidad no sólo a la Mezquita Catedral (que ya había recibido el reconocimiento en 1984), sino también a todo el conjunto urbano que la rodea. Además, en diciembre de 2012, recibió otro distintivo más: la Fiesta de los Patios, reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Amén de todo ello, Córdoba ha sido el lugar del nacimiento de grandes filósofos: el estoico romano Séneca, el musulmán Averroes y el judío Maimónides; y de poetas destacados: Lucano, Ibn Hazm, Juan de Mena, Luis de Góngora y Ángel de Saavedra, también conocido como el Duque de Rivas. Sin olvidar a otros personajes ilustres, como el pintor Julio Romero de Torres. Y otros muchos que desde las distintas variantes de la cultura y el arte llenarían páginas.
Merece, sin duda, que nos recreemos visitándola y admirando su encanto. Un viaje programado para un día me hace saborear nuevamente lo mucho que puede advertirse, eso sí con la agitación propia de quien quiere ver mucho y dispone poco tiempo para ello. Pero ya llueve sobre mojado, como se suele decir, y parte de lo que ahora se divisa con premura ha sido objeto de mayor dedicación en viajes anteriores a la localidad, sabedor además de que su encanto me envuelve para volver en cuanto pueda y profundizar aún más en los detalles.
Desde que pones un pie en su suelo se advierte que estamos en un lugar con un ingente legado cultural y monumental. Su situación estratégica, a orillas del río Guadalquivir, antaño navegable, al pie de Sierra Morena y la herencia de los distintos pueblos asentados en sus ricas tierras, la han convertido en un lugar privilegiado. La tercera ciudad de Andalucía más grande y más poblada tras Sevilla y Málaga.
Pretendo iniciar mi visita en la zona céntrica, que normalmente se deja por el viajero para atender a todo el conjunto monumental que se sitúa a orillas del Guadalquivir, en torno a la Mezquita. Pero no quiero dejar estos otros puntos de esta ciudad, y por lo pronto, en mi caminar advierto la existencia de numerosas iglesias fernandinas que me hacen parar. Según cuentan, son un total de 12 las existentes en la ciudad, y constituyen templos cristianos que fueron mandados erigir en Córdoba (muchos de los cuales fueron transformación de mezquitas que, a su vez, habían sido iglesias durante el período visigótico) por Fernando III “El Santo”, tras la reconquista de la ciudad en el siglo XII. Cada una de estas iglesias era cabecera de barrios o collaciones en los cuales se dividía la ciudad desde la Edad Media y hasta el siglo XX.
Me llama la atención la Iglesia de La Magdalena, situada en la Avenida Ronda de Andújar y que, en la actualidad no es objeto del culto católico, sino que es un equipamiento cultural utilizado sobre todo por la Fundación CajaSur. Aquí es, realmente, el punto de arranque del recorrido que hago en esta visita a la ciudad.
Avanzando en el trayecto me encuentro con la Iglesia de San Lorenzo, situada en la plaza del mismo nombre. Fue construida durante la segunda mitad del siglo XIII, probablemente entre 1244 y 1300, en plena transición del románico al gótico. Puede advertirse en su estructura el prototipo de iglesia andaluza de la época, consistente en una planta rectangular de tres naves, sin crucero y cabecera en forma de ábside. Y si tiene algo especial, por resultar diferente e inusual en Andalucía, es el porche de tres vanos apuntados en la portada principal, que según parece se debió construir sobre el siglo XVI. En cuanto al sólido alminar árabe fue convertido por Hernán Ruiz el Joven en torre renacentista y se considera precedente de la Giralda de Sevilla.
Junto a otras joyas que tiene en su interior, y que la caracterizan de forma singular, fue declarada Bien de interés cultural en la categoría de monumento desde el año 1985.
Una nueva iglesia se advierte en la calle Realejo, la de San Andrés, fundada en el siglo XIII aunque con numerosas reformas en los siglos XIV y XV. El templo no se edificó sobre ninguna mezquita, y varios indicios aclaran que esta parroquia se estableció sobre la Basílica visigoda de San Zoilo, un auténtico centro cultural en el que se veneraban los restos del mártir cordobés de época romana. También es declarada Bien de interés cultural en la categoría de monumento.
Siguiendo por la calle San Pablo, y en la plaza de Orive, dentro del barrio de San Andrés-San Pablo, me encuentro con un bello palacio, denominado de los Villalones, aunque también se reconoce por palacio de Orive, que es un antiguo palacio renacentista, obra del arquitecto Hernán Ruiz II, y que fue construido en 1560. Hoy alberga delegaciones municipales de cultura y de promoción de la ciudad.
La Iglesia de San Pablo es otra de las joyas que encuentro en el camino. Era la iglesia del desaparecido Real Convento de San Pablo de Córdoba. Está situada en la calle Capitulares, aunque tiene también acceso desde la calle San Pablo. En su interior puede apreciarse una de las famosas imágenes de la Semana Santa cordobesa: Nuestra Señora de las Angustias, realizada por Juan de Mesa en el siglo XVII.
Mientras camina por las calles adviertes que las casas que tienen cierta prestancia disponen de patio; un espacio que el cordobés cuida y mantiene lo más hermoso que puede, cultivando plantas durante todo el año. En primavera se produce una explosión de colorido y belleza, pero ahora tenemos una alternativa, cual es visitar el Palacio de Viana, conocido como el museo de los patios; sus doce jardines forman un recorrido en el que se muestran los diversos estilos que predominan en la ciudad. Además, su hermosa arquitectura renacentista invita a ser visitado no sólo por fuera, sino por dentro.
Es momento para acercarse a la zona del Ayuntamiento, centro neurálgico de la ciudad, junto al cual se encuentra situado el único Templo Romano de Córdoba. Dedicado al culto imperial, asombra por sus grandes dimensiones. Formó parte del Foro Provincial junto con un circo. Originariamente estaba elevado sobre un podio y contaba con seis columnas exentas de tipo corintio en su entrada. Frente a ésta se levantaba el ara o altar. La reconstrucción, llevada a cabo por el arquitecto Félix Hernández, ha portado a Córdoba una muestra más de la grandiosidad de esta urbe en época romana. Algunas de las piezas originales del templo se encuentran expuestas en el Museo Arqueológico o en inusuales y bellos rincones de la ciudad, como la columna estriada de la plaza de la Doblas.
El siguiente paso me lleva a ir por esas recónditas calles córdobas hasta llegar a la famosa Plaza de los Capuchinos, que antiguamente pertenecía al patio del Convento del Santo Ángel (Capuchinos), donándolo dicha congregación a la ciudad, entre otras cosas, por ser lugar de tránsito entre dos barrios muy populares de Córdoba.
En la Plaza me encuentro de nuevo, desde aquella lejana época de estudiante que acudía de excursión de Instituto, con ese maravilloso y popular Cristo de los Faroles, realizado por el escultor Juan Navarro León en el año 1794. Enclavado en uno de los lugares más tradicionales de Córdoba, el Cristo de los Faroles se encuentra iluminado por ocho faroles que le rodean y le dan su nombre popular. La actual fisonomía tiene su origen en las verjas que se levantaron en los años 20 del siglo XX y sus faroles fueron sustituidos por otros más hoscos en el año 1984.
La plaza mantiene su empedrado original y es el lugar de culto predilecto de los ciudadanos cordobeses.
Este Cristo ha sido objeto de innumerables canciones o coplas, entre ellas, la más famosa, del mismo nombre, interpretada por Antonio Molina y que fue base para la película que se hizo con el emblemático nombre, en el año 1958. Seas creyente o no, lo cierto y verdad es que todo visitante recibe una sensación especial cuando mira este maravilloso monumento.
Muy cerca de allí, es posible descansar un momento y recrearse con los Jardines de la Merced, también conocidos por Jardines de Colón, que siempre tuvieron su referencia en el antiguo convento de frailes mercedarios. Este enclave constituía una de las salidas naturales de la ciudad hacia el norte. Los jardines se embellecen con una fuente en su centro proyectada a finales del siglo XIX, todo rodeado de rosales, setos, y gran cantidad de plantaciones arbóreas. En el interior de dichos jardines se alza la Mezquita de Al-Morabito, donde se practica el culto al Islam. Se construyeron los colegios de Colón y Ferroviario en dos de sus esquinas. La fuente dedicada a la mujer cordobesa, de más reciente construcción y situada en una de las puertas de acceso a los jardines es un símbolo más que la ciudad le ha tenido al agua desde la época romana. Desde los jardines hay una bella vista del antiguo convento barroco de La Merced, que actualmente es sede de la Diputación Provincial.
Una vez recorrido lo relatado, procede acercarse a la zona de la Mezquita-Catedral de Córdoba, visita obligada para todo visitante. Sabido es que se trata de uno de los monumentos más importantes de la arquitectura islámica en España, así como del más emblemático ejemplo de arte omeya hispanomusulmán. Desde el siglo XIII y hasta la actualidad es un templo católico, la iglesia catedral de la diócesis de Córdoba. Circunstancia no exenta de controversias actuales, por esa reivindicación casi permanente que se hace para que vuelva a tener un culto musulmán.
Se empezó a construir como mezquita en el año 785, tras la invasión musulmana de la península Ibérica, en el lugar que ocupaba la basílica visigótica de San Vicente Mártir, el templo cristiano más importante de la ciudad. El edificio fue objeto de ampliaciones durante el Emirato de Córdoba y el Califato de Córdoba. En 1238, tras la Reconquista, se llevó a cabo su consagración como Catedral con la ordenación episcopal de su primer obispo, Lope de Fitero. En 1523 se realizó la mayor alteración del monumento con la construcción de una basílica cruciforme renacentista de estilo plateresco en el centro del edificio musulmán. Hoy todo el conjunto constituye el monumento más importante de Córdoba, y también de toda la arquitectura andalusí, junto con la Alhambra.
El patio de los naranjos es un lugar mágico para muchos que encuentran la paz en este enorme recibidor al aire libre. El amplio patio de la Mezquita recibe este nombre por el árbol frutal que lo colorea de naranja y verde mientras las fuentes dejan correr el agua cristalina. Caminando entre sus sombras cualquiera se puede sentir califa.
El viejo corazón de esta ciudad es un laberinto de casas blancas, de callejuelas que serpentean a su antojo dibujando recodos y ensanchándose en pequeñas plazas. El conocido como barrio judío crece a la sombra de la Mezquita. Buscar la estatua de Maimónides o la antigua sinagoga puede ser una auténtica gymkana. Eso sí, es un reto que sumerge al visitante en un submundo de macetas azules, suelos empedrados y tabernas andaluzas en las que disfrutar de la noble y universal costumbre del aperitivo.
Llegado este momento, es hora de reponer fuerzas y aprovechar lo que nos brinda la gastronomía cordobesa. Alrededor de la Mezquita existen sitios que merecen la aprobación de los visitantes. Por una recomendación hecha por una compañera de trabajo que encontramos en Córdoba, hace que nos inclinemos por El Churrasco, situado en la calle Romero, en una amplia casa mudéjar con patio cordobés y varios salones, popular por su especialidad en carnes a la brasa. Debo decir que el precioso lugar, la atención y alegría que mostraba el personal del servicio, y el delicioso rabo de toro que tuve ocasión de degustar, hicieron que el momento fuese de lo más grato posible. Gracias a Rosa y su marido por la excelente recomendación.
Tras una deliciosa comida es conveniente un paseo, y que mejor que hacerlo por el centro urbano y comercial de Córdoba. Pasear por el centro supone la apreciación de la ciudad cosmopolita, donde tantas y tantas personas discurren permanentemente para hacer compras o ir a los lugares de trabajo. Ya en época romana era éste el eje neurálgico de la vida de la ciudad, pues aquí se disponían el foro y los edificios más importantes. En general, las calles comerciales se trazan alrededor de la Plaza de las Tendillas, la más céntrica de la ciudad, cuya configuración actual data de los años veinte del pasado siglo. En el centro de la plaza, sobre la fuente principal, está situada la estatua ecuestre del Gran Capitán, como así fue conocido a ese prestigioso militar del reinado de los Reyes Católicos don Gonzalo Fernández de Córdoba. Alrededor de este monumento pululan infinidad de palomas que es raro no ver alguna aposentada en la cabeza de esta escultura, proyectada toda ella en cobre excepción hecha de la cabeza que es de mármol, y de ahí la propia singularidad que tiene respecto a otras estatuas del mismo porte.
La calle de Gondomar es una de las calles más concurridas de la ciudad. Junto a la calle Cruz Conde y la calle Concepción, es la calle comercial más importante de la ciudad por el número de establecimientos que en la misma residen, así como por situarse en el centro comercial de la ciudad. Nace en la plaza de las Tendillas y finaliza en la confluencia de la avenida del Gran Capitán, calle San Felipe y el comienzo de la calle Concepción.
Contemplar la belleza cordobesa es también posible a través del pincel. El Museo de Julio Romero de Torres reúne la colección más importante de cuadros de este insigne vecino que, como dice la famosa copla, pinto a la mujer morena como nadie más sabía hacerlo. El Museo acoge obas sobre el flamenco, desnudos costumbristas y retratos con paisajes que sirve para reconstruir la Córdoba del siglo XIX. Además, también guarda joyas como los primeros carteles publicitarios de España, pintados por Romero de Torres para promocionar esta urbe.
La tarde fenece y hay que dar por concluida la visita. Camino al lugar alejado donde he podido aparcar el vehículo, pues en el centro es imposible hacerlo.
Cruzo el río Guadalquivir, por medio de ese extraordinario puente romano que embellece igualmente el entorno y la ciudad.
El puente une la zona del Campo de la Verdad con el Barrio de la Catedral, y fue el único puente con que contó la ciudad durante veinte siglos, hasta la construcción del Puente de San Rafael, a mediados del siglo XX. Fabulosamente remodelado desde enero de 2008, el puente romano ha tenido su historia, de la que me empapo para conocer lo que piso. Construido a principios del siglo I d.C., durante la época de dominación romana en Córdoba, tiene una longitud de unos 331 metros y está compuesto por 16 arcos, aunque originalmente tuvo 17. Fue un importante medio de entrada a la ciudad desde la zona sur de la península Ibérica por ser el único punto para cruzar el río sin utilizar ningún tipo de embarcación. Probablemente la Vía Augusta que iba desde Roma hasta Cádiz pasaba por él. A un lado del puente se encuentra la torre de la Calahorra y al otro se encuentra la Puerta del Puente.
A lo largo de su historia ha sufrido numerosas reconstrucciones, principalmente una en la época caifal, una después de la Reconquista y otra a principios del siglo XX. Estos arreglos fueron más de carácter estético que estructurales, y de hecho sólo el arco número 14 y número 15 (comenzando a contar desde la Puerta del Puente) son originales. La restauración no estuvo exenta de polémica debido al carácter ambicioso del proyecto que quiso devolver al puente un aspecto lo más parecido posible al original. Para ello, se limpiaron los tajamares, se descubrieron los sillares originales, se sustituyó el adoquinado por un suelo liso de granito y se rehabilitó una hornacina existente dedicada a San Acisclo y Santa Victoria. Igualmente, se recuperó el nivel original del extremo norte del puente, enrasado con la Puerta del Puente y el Paseo de la Ribera.
Querida Córdoba, un placer haberte visitado de nuevo. Sin duda, eres una ciudad que me envuelves por la luminosidad que desprendes, la grandeza que muestras, y cordialidad de tus nativos. Volveremos a vernos.