¡A esta es!

          Un año más se presenta la Semana Santa llena de entusiasmo para quienes la viven con fervor, y también para aquellos otros que la saborean desde la vertiente cultural. Las ciudades parecen otras y, aunque algunos se empeñen en criticarla y buscarles las vueltas para simplemente borrar todo lo que es pasado, es difícil que pueda erradicarse en sitios donde hay más que pasión, trascendiendo la propia religión para convertirse en un arte.

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         En este ajetreo lleno de fe, donde el principal protagonismo lo adquieren las tallas de imágenes que tienen su propia historia cada una de ellas, y en que las iglesias abren sus puertas para poder visitarlas de otro modo, hay un conjunto de personas que trabajan, se integran de un modo u otro en los desfiles procesionales, o simplemente velan para que todo vaya como han deseado. Son protagonistas de una pasión ferviente que merece cuanto menos respetarse. Los que se limitan a participar en la otra forma posible, viendo recorrer las calles los desfiles procesionales, advierten por momentos cómo aflora un sentimiento especial, para encoger el alma y sentir escalofríos al ver de cerca esa imagen a la que sienten, cuando las horquillas resuenan con el estallido que producen en los suelos empedrados de los cascos antiguos, o cuando el sonido seco del tambor retumba en el interior.

          Una mención especial a esos costaleros que, aun sintiendo como se clavan las tablas en su cuello y hombros, siguen haciendo el esfuerzo para que ese Cristo o esa Virgen suba al cielo. El capataz guía el paso acompañado de su segundo y los contraguías, encargados de repetir las órdenes a los costaleros que se encuentran en la parte trasera del paso, y cuando resuena en la noche la voz de ¡a esta es!, tras dar un tercer martillazo, todos impulsan con algo más que las fuerzas físicas ese paso que escenifica un momento crucial de la pasión y muerte de Cristo. ¡Cuanta pasión tienen estas personas! que ahora se agrupan en asociaciones de costaleros pero que, de antaño, no faltaban los que cumpliendo la penitencia que quedaba en el interior,  asumían voluntariamente ese trance con entusiasmo y con una protección que parece sobrenatural .

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         Momento especial es ese en que una voz resurge en la noche y propicia el silencio de todo el mundo. Escuchar una saeta y ver balancear el paso suavemente hace que el sentimiento brote en el oyente. Imposible mantenerse impávido ante todo ello. El costalero siente una especie de fuerza especial y eso se deja ver en el movimiento. Frase a frase, cante a cante, termina el instante con el aplauso sentido y el agradecido paso largo de los costaleros.

         El nazareno, cuando lo es de corazón y sentimiento, se deja ver. Rígido, envuelto en penitencia, acompaña en silencio, sintiendo lo que hace, a veces denotando que hay algo más que le mueve al dejar ver esos pies descalzos que, con todo el recorrido se resienten pero sin dejar señal; algo misterioso que únicamente puede comprenderse si se tiene ese sentimiento. Con el cirio, la cruz, o el emblema del desfile procesional, el nazareno es …un penitente. Y en ese rostro oculto brotan lágrimas que no pueden verse, sólo sentirse.

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        Silencio, huele a incienso y se acerca la procesión. Es momento de sentir la Semana Santa.

 

 

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