Si hay un animal que me gusta admirar por su prestancia es el caballo, aunque debo reconocer que jamás he subido en sus lomos para cabalgar con ese trote característico. Pero admirar lo bello puede hacerse desde múltiples formas, y especialmente he mantenido siempre la mirada puesta en ese majestuoso mamífero de la familia de los équidos, hasta recogerlo en muchos de los dibujos que he ido realizando en los tiempos más recientes. No faltan relatos e imágenes que nos dan muestra de lo cercano que se mantiene este animal al “homo sapiens” y a su desarrollo. A buen seguro que el mundo hubiera ido de forma muy diferente si el ser humano no hubiera dispuesto de este admirable animal, con sus dotes de inteligencia, fuerza y belleza, que sin duda han contribuido al progreso mismo del hombre.
Con la ilustración de mis dibujos voy a hacer un breve relato del caballo, que debidamente domesticado tiene una vida corta (algo más de 5.000 años), frente a los más de 15.000 años en que fuera domesticado el perro, y después otros animales de consumo como las ovejas y los de carga como los burros. No obstante, el aprendizaje para la montura del caballo es todavía más cercano (se dice que aproximadamente unos 4.000 años), manteniéndose hasta entonces como una presa salvaje de la que alimentarse, eso sí demasiado grande para su captura y control.
Las investigaciones más profundas realizadas por personal especializado en genética equina, como es el caso de la realizada en la Universidad de Copenhague por Ludovic Orlando, vienen a destacar las aplicaciones más importantes que ha tenido el caballo en la vida de los seres humanos, destacando tres de ellas: en la guerra, en el transporte y la agricultura.
Se dice incluso que “en cierto sentido, la guerra fue creada por el caballo”, pues no en vano es fácil advertir las grandes batallas realizadas a lo largo de la historia donde el caballo se erigía en protagonista. Y en la historia quedan recogidos ejemplos significativos de este enigmático cuadrúpedo, como Bucéfalo, el caballo de color negro azabache y una estrella blanca en la frente con forma de “cabeza de buey”, que solo se dejó domar y montar por Alejandro Magno; Babieca, de pelaje blanco y al parecer de raza andaluza, que engrandeció las hazañas del Cid Campeador; Marengo, un tordillo de raza árabe, de tonalidad gris oscuro azulado, que fue el corcel más conocido del emperador Napoleón I (contaba con unos 130 caballos para su uso personal); Othar, al que Atila (rey de los hunos) consideró una prolongación de su propio ser; Incitatus, de Calígula, cuya admiración hizo que llegara a nombrarlo senador; Genitor (que significa creador, padre o reproductor), de Julio César, que asignó ese nombre en recuerdo de su padre muerto; Strategos (en griego “General”), de Aníbal, que fue el caballo con el que culminó la hazaña de atravesar los Alpes para vencer a los romanos en su propio feudo; Lazlos (“caballo del desierto”), que fue el primer caballo real que tuvo Mahoma, de raza árabe, con el que hizo su primera peregrinación a La Meca; Siete Leguas, el caballo que acompañó fielmente al revolucionario Pancho Villa; As de Oros, de Emliano Zapata; Palomo, un caballo blanco y de gran estatura, con una cola que le caía casi hasta el suelo y que acompañó en su gesta libertadora en Sudamérica a Simón Bolivar.
Ejércitos enteros se han movido por el mundo sobre caballos que posibilitan la realización de grandes hazañas. El sello que utilizaron por mucho los templarios tiene plasmada la imagen de dos hermanos sobre un caballo significando la pobreza y de que estos animales eran de vital importancia para dicha orden religiosa.
En el transporte el caballo se ha convertido históricamente en pieza imprescindible, pues con él se permitía viajar muy por encima de la velocidad habitual. Tan es así que, con la expansión de las ciudades modernas, aparecieron múltiples transportes tirados por caballos, como tranvías, coches particulares. También los caballos eran los encargados de arrastrar materiales de construcción, de la descarga de cargamentos de barcos y trenes e, incluso, de hacer funcionar las máquinas. Se cuenta que a principios del siglo XX, en la ciudad de Nueva York, por citar un ejemplo, vivían y trabajaban unos 200.000 caballos; es decir, un caballo por cada 17 personas. Qué decir de esos carruajes que circulaban por las calles londinenses, especialmente envueltos de misterios en las grandiosas películas que relataban las investigaciones de Sherlock Holmes, o en las ensombrecidas calles en las que actuaba Jack el Destripador.
En fin, los caballos de granja tuvieron una gran repercusión en la productividad agrícola, sobre todo a finales de la Edad Media. De este modo, los caballos hacían las labores que hoy cumplen los tractores, arrastraban pesadas estructuras de arar, para preparar los campos, en algunos casos y acorde a las dimensiones del campo y de la empresas las labores eran compartidas con otros equinos, además de ser los que se encargaban de arrastrar también toda la demanda de productos hasta el lugar en donde se comercializaba, normalmente la feria del pueblo más cercano, ya que solo hasta épocas recientes los agricultores reciben las visitas de los intermediarios.
El caballo se erige igualmente en protagonista en el cine y la literatura, en los que pueden resaltarse ejemplos significativos, como Tornado, caballo de “El Zorro”; Rocinante, de Don Quijote de la Mancha, Sombra gris, de “El Señor de los Anillos”; Artax, en “La historia interminable”; Silver, del “Llanero Solitario”; Dreamer, en “Camino hacia la victoria”; Héroe, de “El Fantasma»; o en aquellos otras películas en los que sin adquirir un protagonismo singular, el caballo se erige en pieza clave del espectáculo visual, como es el caso de esa gran producción que fue de Ben-Hur, protagonizada por el sin par Charlon Heston. En la mitología, como Pegaso, caballo del Dios Zeus. O para recrear dibujos animados, como Jolly Jumper, de “Lucky Luke”; Tiro Loco McGraw; Spirit, “El corcel indomable”; o Tiro al Blanco, caballo de Toy Story 2-3.
El gran poeta que fue, García Lorca, mostró en su obra la pasión que le movía por el caballo. En su última obra de teatro que dejara inédita, “La Casa de Bernarda Alba”, alude a un caballo, un tremendo garañón nunca visible, pero que se impone por la omnipresencia de dos fuerzas sobrenaturales –el amor y la muerte– da coces contra los muros del corral. Simbolismo de la pasión ahogada, soterrada, escondida y furiosa de siete mujeres sin amor. Porque no es la presencia, nunca visible, de Pepe el Romano, sino el estruendo incontenible y huracanado del caballo lo que da su tremendo dramatismo a las escenas de La Casa de Bernarda Alba.
Puede decirse con todo ello que ningún otro animal ha impactado tanto en el progreso del ser humano y en su propia historia. En torno a él existen también curiosidades a resaltar. Francesco Baracca, un héroe italiano de la Primera Guerra Mundial, llevaba pintado un caballo en el fuselaje del avión de caza que pilotaba. En 1923, la escudería Ferrari ganó el primer circuito del Savio, en Rávena, y allí Enzo Ferrari conoció al conde Enrico Baracca, padre del ilustre aviador, y más tarde conocería a su madre, la condesa Paolina Biancoli, que pidió al creador de la firma de automóviles que emplease el caballo de su hijo como insignia para sus coches, asegurándole que le traería suerte. Ferrari siguió el consejo y conservó el color negro original del animal, al que añadió un fondo amarillo, representativo de Módena, su ciudad natal.
Y aunque hoy en día el caballo ha dejado de representar muchos de los papeles que le fueran atribuidos por la historia, sí sigue manteniendo la llama viva en el ser humano que siente la necesidad de montarlo por el puro y sencillo placer de cabalgar.
En el terreno deportivo, el caballo representa un papel primordial; en la equitación hay que destacar distintas especialidades que se ajustan a las cualidades del caballo.
Igualmente, las muestras en espectáculos públicos constituyen un aliciente digno de resaltar, como ocurre en las exhibiciones de la Real Academia Andaluza del Arte Ecuestre, o la participación del caballo en la tauromaquia.
El protagonismo del caballo en la vida del hombre encuentra, por lo demás, su expresión en los grupos escultóricos de cualquier ciudad que se pise. Siempre aparece, sea en bronce o en piedra, simbolizando su belleza y gallardía.
Y aunque no falten en nuestras mentes esas imágenes de caballos que protagonizaban las series del oeste americano, es relevante decir que en estas latitudes los caballos habían desaparecido hasta que fueron reincorporados tras el descubrimiento de Cristóbal Colón. En la Universidad de Extremadura existe una obra artística ecuestre, del famoso escultor norteamericano Roy Shifrin, que representa a tres caballos unidos en un solo cuerpo, que simbolizan la nobleza y la fortaleza de un animal que fue determinante en el descubrimiento de América y una aportación más de la cultura hispana al desarrollo de los Estados Unidos y de Canadá.
Con todo ello me planteo realzar a este animal, que en sus distintas razas y características, constituye un bello ejemplo de que la naturaleza es bella, y que merece la pena disfrutarla. Un animal que cuando le hablas sabe escuchar, porque, como se ha dicho, para entender a los caballos hay que comunicarse con ellos. Los que conviven cerca de estos animales saben que el caballo asocia palabras concretas con acciones deseadas, y aprende rápidamente el lenguaje corporal y de signos de los humanos.
Un clásico de las películas de caballos, basado en una novela de Nicholas Evans, da buena muestra de esta sintonía existente. Robert Reford da vida al personaje protagonista de “El hombre que susurraba a los caballos”, una persona muy especial ya que tiene un don, que es entender a los caballos, saber escucharlos y que éstos le transmitan sus males. Por eso mismo es un susurrador de caballos. Una buena muestra de la sensibilidad que envuelve a este animal.
Carlos I de España y V de Alemania, en su faceta multilingüe, hizo famosa la siguiente frase: “hablo español con Dios, Italiano con las mujeres, francés con los hombres y alemán con mi caballo”. Aunque la cita admite variantes, me quedo con esta por aquello de que hablar con los caballos no es una invención del que ahora os hace el presente relato. Podría decirse, incluso, que es una perogrullada, por ser consustancial a una entrañable relación.
Precioso Luciano, me ha evocado cuando D. Isauro nos hacía pintar una cabeza de caballo y sus sabios consejos y correcciones cuando se la presentábamos.
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Cierto Ángel. La pintura del Carballo siempre es un modelo. Gracias por tu comentario. Un abrazo.
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Qué artista!
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Muchas gracias por tu comentario. Un saludo.
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Me encanta esta entrada. Desde bien pequeñita me enamoré de los caballos, pidiendo siempre un Percherón en navidad jeje.
Y unos dibujos preciosos, por cierto.
Un saludo.
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Me alegra mucho que te haya gustado Esther. El cabello es un animal precioso. A ver si algún día llega el percherón deseado. Un saludo.
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