Asturias, belleza natural (y II)

            Si nuestro deseo fuera tener Oviedo a los pies y divisar la ciudad en su panorámica general, no hay más que acudir al recorrido que nos lleve a la cima del monte Naranco. Una colina redondeada de 636 metros de altitud y más de 30.000 metros cuadrados de espacio abierto y natural que culmina con el soberbio monumento del Sagrado Corazón, en el que aparece la figura de Jesús abrazando y protegiendo simbólicamente a la ciudad de Oviedo.

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            Una meta para muchos caminantes que hacen firme propósito de escalada para pasear, entrenarse o competir. Una cima que ha recibido a muchos ciclistas profesionales que son capaces de asumir el reto descolgándose del pelotón para llegar a la meta en solitario (el primero que dio a conocer este reto fue José Manuel Fuente “el Tarangu”, en la Vuelta Ciclista a España de 1974, añorado en el recuerdo del monumento que se erige a las faldas inmediatas de la cima del monte; aunque no faltan otros recuerdos posteriores, como el triunfo de Tony Rominger en 1993).

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            Pero de suma relevancia son las dos joyas del arte prerrománico que nos encontramos en el ascenso: Santa María del Naranco y San Miguel de Lillo, declarados ambos monumentos por la UNESCO como patrimonio de la humanidad. Se concede así a este monte las imborrables señas de identidad del reino astur y su condición legendaria.

             Santa María del Naranco es un antiguo palacio situado a cuatro kilómetros de Oviedo, sobre la ladera sur del Monte Naranco. Originalmente no se proyectó como iglesia, sino que fue el Aula Regia del conjunto palacial que el rey Ramino I de Asturias mandó construir, y que se terminó en el año 842. El edificio, de planta rectangular, está dividido en dos pisos, uno inferior o cripta que es totalmente cerrada y una superior diáfana, unidas por una escalera exterior. La construcción, de cuidada mampostería, está elevada sobre un zócalo de piedra para imprimirle un sentido vertical que se refuerza con los contrafuertes estriados que llegan hasta el tejado. Los miradores se estructuran en triple arquería que apoyan sobre columnas con fustes labrados y capiteles corintios. Exteriormente, desde las ventanas penden pilastras estriadas y con cruces que se rematan en medallones con figuración animal y humana. Su estilo artístico es el denominado arte asturiano o «ramirense», dentro del prerrománico.

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            La Iglesia de San Miguel de Lillo fue construida igualmente durante el reinado del rey Ramiro I, para rendirle culto al Arcángel San Miguel. Actualmente solo se conserva una tercera parte del edificio original. En concreto, el pórtico, el acceso al coro y el comienzo de tres naves. Aunque todavía se puede contemplar la ornamentación de basas y capiteles, y algunos vestigios de las celosías de las ventanas.

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            De aquí  vamos a recorrer el interior de Asturias, con parada obligatoria en el Santuario de Covadonga, dentro del Parque Nacional de Picos de Europa. El acceso se hace a partir de Soto de Cangas, desde la carretera que une a Cangas de Onís con Arenas de Cabrales.

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             El Santuario se encuentra a seis kilómetros, a cuya entrada vemos la Santa Cueva, lugar que se cuenta apareció la patrona de Asturias a ayudar al rey Pelayo a expulsar a los musulmanes. Está excavada en la roca, encima de una cascada de agua, donde mora la patrona de Asturias desde hace más de 1300 años. Su acceso se hace a través de una larga escalera que merece la pena subirla.

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      Este peculiar lugar se ha convertido en un centro casi de peregrinación, y a su alrededor se han construido entre 1887 y 1901 el templo y el complejo de Covadonga, debido en gran parte a Roberto Frasinelli, el Alemán de Corao, para rendir culto a la Santina. Es de estilo neorrománico y se halla dispuesta sobre una gran explanada. En su interior alberga la cripta.

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           Y de ahí a los Lagos de Covadonga, que se encuentran a doce kilómetros más por una carretera de subida serpenteante, con un paisaje y una vegetación exuberante para llegar a uno de los lugares más hermosos que  se puedan visitar. Tan impresionante es la permanente subida de visitantes que en períodos veraniegos se cierra al tráfico particular para únicamente poderlo hacer en la red de autobuses que continuamente hacen el recorrido.

          Aunque se resalta la existencia de dos lagos (Enol y La Ercina), realmente también hay uno más pequeño que se llama El Bricial, que sólo tiene agua cuando se produce el deshielo en las montañas.

         El primer lago que se divisa es el de Enol, el más grande, que se encuentra a una altitud de un poco más de mil metros y con una profundidad máxima de 23 metros. La vega en la que se enclava forma parte de un valle glaciar en forma de U y es un lugar muy frecuentado tanto por los visitantes como por los ganaderos del entorno.

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           El lago de La Ercina está situado un poco más arriba, a 1.100 metros de altitud. Tiene unos 550 metros de largo por 350 metros de ancho y una profundidad cercana a los ocho metros. Alberga complejas comunidades de plantas acuáticas y concita una nutrida población de aves.

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            De vuelta no puede omitirse la visita al pueblo de Cangas de Onís, el que fuera capital del Reino de Asturias hasta el año 774. En esta población se estableció el rey don Pelayo, y desde aquí emprendió con sus gentes acciones sobre los territorios del norte de España, como único foco de resistencia al poder musulmán, una vez desaparecido el Reino visigodo. En este término municipal tuvo lugar en el año 722 la Batalla de Covadonga, donde don Pelayo venció a las fuerzas musulmanas y consolidó un poder y prestigio que le permitió permanecer independiente y fundar el primer reino cristiano posterior a la derrota de los visigodos en la Batalla de Guadalete.

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           El mítico Puente Romano con su Cruz de la Victoria colgante es uno de los monumentos más fotografiados de Asturias, convirtiéndose en el símbolo de la animada capital canguesa, donde no falta el culto a la gastronomía, interesantes tiendas gastronómicas y, según me cuentan aunque yo no haya podido coincidir, un mercado dominical donde se adquieren los productos más sabrosos de la huerta y los mejores quesos de Picos de Europa, para los que le guste este manjar.

          Me marcho para acercarme a la bella ciudad de Gijón, puerto pesquero, industrial y también deportivo. Sin duda, la costa hace estragos y nos lleva a mirar al horizonte en ese entorno que representa la playa de San Lorenzo, que forma una concha de casi dos kilómetros que se convierte en el icono del turismo gijonés. Un gran arenal cuando la marea está baja y cuyo oleaje irrumpe contra el muro del paseo marítimo cuando crece.

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            La iglesia de San Pedro, construida entre 1945 y 1955 por los arquitectos Francisco y Federico Somolinos, ocupa el lugar del templo del siglo XV que funcionó como iglesia parroquial de la ciudad hasta finales del siglo XIX. La actual iglesia se inspira en los templos el prerrománico asturiano, de los que toma las bóvedas superpuestas perpendicularmente, los esbeltos contrafuertes, el crucero elevado y elementos decorativos como las celosías, el sogueado de las columnas y las ventanas triforas.

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           El asentamiento histórico de Cimadevilla, antiguo barrio de pescadores, es otro lugar apropiado para visitarlo para comprobar que se conservan edificaciones, trazado y ambiente propio de su pasado marinero Entre sus construcciones destaca la casa natal de Jovellanos, en el mismo solar en que estaba el castillo del Conde Enríquez, hoy convertido en museo municipal de bellas artes. El Convento de las Agustinas, luego convertido en fábrica de tabacos, es la construcción más notable del barrio.

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            Extramuros, pero muy próxima a las decimonónicas Casas Consistoriales y a la Iglesia de San Pedro, sobresale, por su calidad arquitectónica, la palaciega mansión de los Valdés, si bien es más célebre la de los Marqueses de San Esteban del Mar del Natalhoyo o Palacio Revillagigedo, muy próximo a la antigua dársena, ahora reconvertida en puerto deportivo.  Un lugar especial es el situado en lo alto del tómbolo que dio origen a la ciudad, el parque del Cerro de Santa Catalina, coronado desde 1990 por la obra “Elogio del Horizonte”, del escultor donostiarra Eduardo Chillida, símbolo turístico de la ciudad.

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           La costa asturiana nos brinda nuevas oportunidades de conocer la belleza de estas tierras. Acercarse a Cabo Peñas es una verdadera gozada visual. Se encuentra en la zona central de la costa asturiana, entre Gijón y Avilés, en el municipio de Gozón. La superficie real de este saliente, a vista de satélite, es de 19,2 km2 y contiene toda una serie de compartimentos estancos plenamente naturales; hasta el punto de tratarse de un espacio protegido, principalmente a nivel biológico por su importancia como hábitat de aves marinas y otras especies migratorias. Se hallan aquí también todas las variedades de brezo existentes en la región, así como relevantes formaciones geológicas. Está coronado por el Faro de Peñas, construido en 1852 y en la actualidad el faro más importante y el que mayor alcance tiene en el litoral asturiano.

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          Sus escarpados acantilados, que en ocasiones alcanzan los cien metros de altitud, rompen sobre las aguas del Cantábrico, formando un conjunto de inigualable belleza. Una zona protegida que si se puede visitar es gracias a una pasarela de madera que ayuda a la conservación de esta zona con un enorme valor natural. Pararse a mirar el mar, escuchar a las aves y guardar silencio es un placer que para descubrirlo hay que estar en el sitio.

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            Prosigo este recorrido para llegar a Cudillero que, para mi gusto, es uno de los pueblos marineros más bellos que he podido visitar, con un encanto especial, y que no me cansaré de visitarlo. La primera impresión es ver a una pendiente de la ladera en la que aparecen sus preciosas y singulares casas como colgadas de la misma, luciendo alegres colores. Por algo es un pueblo declarado Conjunto Histórico Artístico. Un puerto pesquero que obliga, sin duda, a comerse una mariscada de las que sirven con entusiasmo sus hospitalarios vecinos, para de esta forma conjugar la gastronomía con el paisaje para formar una estampa única e inolvidable.

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         Asturias tiene mucho más que ver y saborear. Cada pueblo tiene un encanto especial y sus playas abundan. La costa Verde esconde paradisíacas playas en las que el verde de las montañas se funde con el del mar en caprichosa formas. Descubrir todo ello lleva tiempo. Me quedan otros relatos para futuras visitas porque, sin duda, volveré.

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