Las ciudades son un claro exponente de sus habitantes, un fiel reflejo de lo que son y cómo viven. Por ello me sorprendo cuando veo manifestaciones espontáneas de ciertas pinturas urbanas que, con mayor o menor fortuna, buscan persuadir al viandante de lo que una persona ha sentido y querido plasmar. Unas veces son llamativos mensajes que expresan luchas sociales o políticas; otras una mera forma de romper con el orden y lo estético, en la anarquía que muchos buscan en la forma de vivir en sociedad, o en tribu; en fin, verdaderas obras de arte creadas por artistas que de forma espontánea expresan lo que atesoran en su interior y que, en buena medida adornan y sirven de deleite al paseante. Unos lo hacen sin perjuicio al bien ajeno, otros intentando precisamente lo contrario.
Lo espontáneo hace que, la mar de las veces, sean obras culminadas con precipitación y sin el orden y reflexión propia de las obras artísticas que se exponen en salas de arte. Pero también hace que descubras a quien con medios un tanto rudimentarios improvisa y plasma obras de cierto interés y con un alto nivel de atracción. Muestra evidente de que el arte vive intensamente en las personas, aunque algunas se resistan a exteriorizarlo.
Mi admiración lo es hacia quien mediante la ruptura del hormigón favorecen una visión más natural del entorno y medio ambiente, en pro de una manifestación artística que busca la recuperación de los espacios públicos; y mi crítica lo es, por supuesto, hacia el gamberrismo urbano que se sirve del graffiti para ir destrozando cuando encuentra a su paso. Mi dolor llega hasta el corazón cuando veo plasmado ese amor platónico o el atractivo nombre o mensaje en monumentos y obras que deberían merecer el respeto más considerado. Mi sonrisa aflora en aquello que plasma arte donde no hace daño y embellece lo que, de otro modo, sería insípido y sin atractivo alguno.
Mis paseos callejeros buscan elementos presentes en la decoración urbana. Y de este modo, si en anteriores entradas he relatado algunas de las singularidades que tienen las ciudades, ahora lo hago intentando encontrar esos recónditos lugares de mi ciudad, Badajoz, en los que encuentro esas pinturas que merecen resaltarlas por algún aspecto que me haya llamado la atención. Un paseo con la mirada puesta en las pinturas urbanas.
Encuentro de este modo algunas pinturas que sirven para decorar establecimientos comerciales o lugares de copas abiertos al público, que persuaden visualmente al ciudadano que se acerca a las inmediaciones. De estilo variopinto, en algún caso incorporan mensajes que delatan el servicio que prestan.
Otras parecen marcar territorios. Desde hace años veo cómo una pintura realizada sobre una roca se encuentra a la entrada de la ciudad, viniendo desde la vecina localidad de Cáceres, y que es retocada periódicamente para que no pierda la intensidad de su colorido. A modo de territorio “comanche” resalta la cara de un indio inserto en las rocas que ascienden hacia el Fuerte de San Cristóbal.
En sus inmediaciones, más abajo, en las cercanías de las orillas del río Guadiana, y sobre el hormigón que soporta la carretera de entrada a la ciudad, se encuentra todo un conjunto de pinturas pictóricas, de graffiti, que a modo de gran mural se divisan desde la propia Alcazaba. No es que particularmente me entusiasme esta visión pero a buen seguro habrá quien me contradiga, con tanta o más razón que la que yo pudiera esgrimir. Por algo se dice que para gustos no hay colores.
Otras pinturas aprovechan el asolado paredón que delimita una estancia, por aquello de que parecen aconsejar que sean lugares propicios para colgar publicidad o para dar rienda suelta al colorido.
En otros lugares se plasma una pintura para romper el efecto estético que perjudique la visibilidad del entorno y que bien parece se ha permitido con la temporalidad que pueda suponer la rehabilitación de una zona del casco antiguo.
Y, en las cuidadas viviendas particulares puede igualmente advertirse el decorativo patio que preside la entrada, visible en toda su intensidad desde el exterior, y que me permite felicitar a quien haya conseguido ese efecto tan especial como para ampliar la estancia con un precioso rincón.
Hay más, pero no quisiera culminar el relato con lo que entiendo pueden considerarse ataques a la vista, de modo que esas otras manifestaciones las dejo para que sean descubiertas por el despistado paseante que tropiece con ellas y quiera poner a examen su gusto artístico.