Convivencia social y comportamientos extraños

          En la relación social que mantenemos los humanos descubrimos, no con poca frecuencia, ciertas actitudes y formas de ser, o estados emocionales diversos que nos descubren una faceta hasta esos momentos desconocida de quienes nos rodean. En unos casos, esa forma extraña de actuar aparece de forma esporádica; pero en otros, es una especie de patología continua que convierte a ciertas personas en látigos que fustigan a cuantos aparecen alrededor. La convivencia es, a veces, difícil de llevar porque no siempre nos encontramos con el ánimo pertinente como para digerir tanto improperio. Porque el manual de la educación no contempla resistir la furia de los demás.

         Es bastante frecuente atribuir esta especie de trastorno mental en las personas a las circunstancias que rodean el mundo laboral, y tan es así que hoy en día proliferan las medidas preventivas relacionadas con los riesgos psicosociales en el trabajo, así como favorecer la creación de unidades especializadas que permitan mediar en conflictos interpersonales para que la convivencia no lleve a otros extremos más perjudiciales, o estableciendo protocolos frente a todo tipo de acosos laborales o sexuales que se pudieran dar en el ámbito laboral. Todo va dirigido a favorecer la relación de los trabajadores y para generar un clima laboral lo más satisfactorio posible que evite patologías más acusadas y no deseadas.

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         Pero aun cuando es claro que en un ámbito donde conviven personas puedan desencadenarse estas consecuencias, producto de la relación o de la actividad laboral que se desarrolla, lo cierto es que, en gran medida, el trastorno mental deviene del exterior a la relación laboral mismamente dicha, aunque pueda, como es obvio, repercutir o tener igualmente su consecuencia en el terreno laboral. Desde el estado depresivo que surge en situaciones diferentes al trabajo, por circunstancias personales o familiares que rodean a cada uno, pasando por los trastornos bipolares, como afección que se caracteriza por tener estados de ánimo cambiantes (desde la extrema euforia a los momentos más depresivos), pasando por otros estadios que perviven en lo cotidiano, como la irritabilidad que pudiera venir de esos trastornos del sueño que son tan comunes en los momentos actuales y que pueden venir provocados por infinidad de motivos; o las adicciones en las que pudiera caer el ser humano (drogas, alcohol, ludopatía, a las nuevas tecnologías o redes sociales…) y que tanta incidencia negativa tienen en el desenvolvimiento de la vida cotidiana.

         También hay que buscar la causa de estos trastornos en el estado anímico que presenta cada persona. No es difícil advertir a sujetos que tienen por sí mismo una autoestima irrisoria, forzando una imagen llamativa por los sentimientos de inferioridad que pululan en las cabezas, la envidia que hace convertirse en personas irascibles, la inseguridad que se patentiza incluso en situaciones comunes de la vida diaria, y otros trastornos negativos que, a final, afloran a la superficie para encontrar un prototipo de personas que pueden resultar intratables, con una malicia impropia, sin justificación para quienes se ven sometidos a ese patético trato por el simple hecho de tener que convivir obligatoriamente con los torturadores mentales, sin posibilidad de alejarlos con la distancia deseada para incorporarlos al conjunto de personas tóxicas para la salud.

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         Un dato. En recientes análisis llevados a cabo por centros especializados (como CIBERSAM, Centro de Investigación Biomédica en Red de Salud Mental), se concluye que las enfermedades mentales en España suponen la segunda causa de baja laboral, lo que nos da buena muestra del volumen de afectados.

          A veces no se explica cómo hay tanto descerebrado deambulando por la tierra, y no es infrecuente que pensemos que hemos tenido mala suerte en topar con algunos de ellos, pero la verdad es que, más que buscar este tipo de justificación, el consuelo debe venir por el alto grado de probabilidad que tenemos de que así ocurra. En mi mano cae igualmente otro estudio, realizado en este caso por ESEMED-España (Escuela Superior de estudios médicos), que forma parte de un proyecto europeo sobre epidemiología de los trastornos mentales, en el que se viene a declarar que los problemas de salud mental afectan a una parte importante de la población española. Según los datos que emite, el 19,5% de personas presentan un trastorno mental a lo largo de su vida.

       Podemos advertir, por tanto, que toparse con personas que en algún momento presenten un trastorno que nos afecte por la cercanía, no puede ser tan infrecuente como pensemos. El porcentaje es alto, y es el pago que tenemos que satisfacer por la convivencia social. Lo difícil puede ser, sin duda, cuando la persona con esta incidencia negativa en su salud no presente la patología de forma transitoria, sino permanente y, por una razón u otra, tengamos que estar pasando días soportándola. En el trabajo, donde será más difícil desligarse de esta obligada convivencia, puede resultar un auténtico calvario. No digamos nada si a estos «torturadores» se le otorga un cierto poder político, directivo, sindical o fáctico. Mucho autocontrol hay que tener para resistir con la paciencia que debe tenerse. Momento para pedir que se nos de paciencia.

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