Universitarios a los sesenta

        El título que precede a esta entrada no es de cosecha propia. Es el titular que plasma el diario de mi localidad en esta fecha, para referirse a seis estudiantes mayores de sesenta años de edad que se encuentran realizando carreras universitarias, a la par que esos jóvenes que pisan las aulas cada día para adquirir una formación académica. La información periodística incide en el hecho de la edad para destacar que en las aulas se encuentran estudiantes «que son mayores que gran parte del profesorado».

          La noticia deviene llamativa pero no es novedosa en lo sustantivo porque la acción formativa universitaria de los mayores viene siendo una realidad desde hace ya tiempo, y buena prueba de ello es que se propician programas concebidos específicamente para los avanzados de edad, bautizados con el nombre de «Universidad de mayores» o similares. Se plantea con ello un loable fin de acercar a las universidades a quienes no pudieron vivir esta experiencia educativa, o para mantener el vínculo con las mismas, de quienes ya disponen del tiempo libre que les permite la jubilación para con ello proseguir en una formación continua que más que dirigirse a conseguir un título universitario, lo que se pretende es simplemente que la llama siga viva y los interesados en seguir mantengan actualizados conocimientos que vienen bien para estar activos en la sociedad. De esta forma, la persona mayor de edad sigue aportando su parte a esa sociedad que no siempre es consciente y valora como debiera el potencial que tiene en los mayores.

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           Pero lo que ahora se destaca es que, en un loable esfuerzo, las personas mayores no se conforman con programas específicos para ellos, sino que se exigen más y viven por igual plenamente integrados en un mundo del que forman parte. En este caso, matriculados y siguiendo la enseñanza universitaria coincidiendo con los estudiantes jóvenes que acuden a la universidad en la edad que por promoción les toca. Personas que sin verse forzadas por circunstancias personales o profesionales, no van a las aulas para formarse de cara a entrar en el mercado laboral, sino simplemente para adquirir conocimientos universitarios. Un deseo de formación personal que, sin duda, repercute y mejora la sociedad. En algunos casos será para cumplir un deseo de realizar lo que antes no pudieran por las diversas circunstancias que hayan concurrido en sus vidas; en otros, simplemente por complementar y mantener actualizada su formación, esto es, por esa inquietud interna de aprender más. Si en un momento se vieron obligados a proseguir una enseñanza adecuada a las exigencias del mercado de trabajo, ahora, con la libertad que les da la vida, aprovechan para entrar en una formación deseada por convicción.

FORMACION-CONTINUA

        En las aulas esa imagen no distorsiona en absoluto. Todo lo contrario. Lo viví cuando estudié o ejercía docencia en la Universidad, y lo veo ahora, porque los estudiantes jóvenes son los primeros que admiran y sienten respeto para esos compañeros de fatiga que están ahí, plenamente integrados con ellos. Un ejemplo que sirve de estímulo para los que teniendo la vida llena de fortaleza física e intelectual, a veces muestran ciertas reticencias al esfuerzo que exige una enseñanza universitaria. Porque universidad y sociedad debe ser un todo.

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