El vuelo de los humanos

          La vida muestra distintas caras según transcurre y conforme transitas por ella. Una noria que tan pronto te sitúa en la cúspide de la cresta, con su luz radiante, como te mantiene en la oscuridad de su punto contrapuesto. Al vivir ya unos cuantos años es como divisas el panorama con cierta familiaridad. En tu entorno, en la lejanía más o menos próxima de tus amistades, o en la sociedad en general que gusta de chismorrear todo cuanto acontece por ahí, como si fueran cosas que pasan siempre a los demás y en los que jamás se reconocerá que pueda uno encontrarse en la misma o parecida situación.

         A los que quiero de verdad les hago ver la conveniencia de volar alto, como dice una de esas canciones de un famoso cantante español que habré escuchado infinidad de veces. Volar alto no significa prepotencia o sentido de superioridad hacia los demás, sino simplemente hacerlo con la distancia necesaria para que no te lluevan las bofetadas que el mundo –y la vida en sí mismo- desea dar. Volar alto es hacerlo con la fuerza que te permita seguir en ese espacio, con el coraje de brindar lo que tienes dentro y la seguridad de hacerlo con convicción. En fin, volar alto es tanto como creer en ti y en tus posibilidades.

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         Pero no hay que confundirse. En ese estatus encontrarás muchos otros “voladores” a tu alrededor. Gente que te parecerá lo mejor del mundo y con los que convivirás instantes llenos de satisfacción convencido de que ese aliento, esas palabras magnificadas que te dan, son sinceras. En realidad esconden el truco de buscar tu ayuda, tu reconocimiento, para ellos mismos conseguir su objetivo personal. Les conviene estar a tu lado. Tú mismo llegas a creerte lo más, una especie de ídolo que nunca cometes errores, infranqueable, un modelo que muchos te dicen que eres y que desean seguir. Se echa en falta que, en estos momentos de algidez, alguien se acercara a ti para decirte la famosa frase que se dirigía a los emperadores romanos a la entrada triunfal en Roma, recitada por quien sostenía la corona de laurel: “¡Oh, César, recuerda que eres mortal!”.

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         Ocurre que cuando flojeas el vuelo, y tu área de actuación disminuye, muchos de los “moscardones” se alejan. Poco a poco, detonante de que ya eres indiferente para esas mismas personas que antes te adulaban. Si se tercia, te cruzas por la calle y, curiosamente, muchos van -o se hacen- tan despistados como para ni tan siquiera decirte hola o adiós. Sí, esos del abrazo anterior. Pocos son los que se mantienen a tu lado, aunque tu modelo infranqueable puede que ya no sea tanto. Mantener cerca a algunas personas lo es por el cariño que te profesen, por su benevolencia, o sencillamente por tratarse de buenas personas para las que da igual lo que ocurra, pues parece que mantendrán viva la llama de la amistad. Como se suele decir, pocos pero bien avenidos. Afortunadamente siempre quedan algunos.

         Pero hay de ti cuando el vuelo sea bajo. La canción dice que “la gente tira a matar cuando volamos muy bajo”, y no le falta razón. De lo idílico, pasando por la indiferencia, llegamos al olvido o la defenestración, que es todavía peor. Porque en última instancia dejas de ser un ídolo o modelo de algo. Si el vuelo baja por cometer errores o simplemente por apartarte de la línea recta que los demás te marcan como camino, ocurrirá que de forma despiadada, quienes deberían admitir que los humanos tropiezan o tienen cambios mentales propios de la dirección que toman los acontecimientos que vive, en lugar de volcarse para intentar ayudar o intentar comprender, simplemente muestran el reparo de haberles defraudado y convertirte en algo extraño. Entre el amor y el desamor hay una línea muy fina, y mejor no probar el trasvase.

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         Con esto simplemente muestro lo excéntrico de la vida. Lo que somos, nos creemos, y lo que vemos y creemos que son los demás. Ojalá nadie escuche decir que le has defraudado, porque será tanto como destruir en un instante el castillo que tanto ha costado levantar y donde te creías que estabas, para entrar en la realidad de que, ya, parece que nada será igual. Tanto más doloroso cuanto más cerca de ti se encuentre la persona que te lo diga. Si se puede y se tiene energía para ello, intenta retomar el vuelo. Si te dejas llevar, que es lo que por desgracia puede apetecer, has fenecido también para los demás.

      En el peor de los casos, este brusco cambio de la vida te resulta insuperable. O al menos te lleva a una rebeldía que hace alejarte de todo y de todos.

      Aunque no siempre tenga que ser así y llegar al extremo indeseado, sirvan mis palabras para esa gente que viéndoles vaguear e inmersos en el mundo de los indigentes, tienen un recorrido de vivencias a quienes no puede resultar extraño eso de los vaivenes de la vida. Cuando los veo por las calles no puedo impedir pararme, examinarlos de cerca, y apreciar sus valores que, por muy escondidos que los tengan, siempre presentan brotes reconocibles. Sobre todo porque me ayuda a no enjuiciar con desconocimiento.

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