Se habla mucho en los tiempos actuales de esas tergiversadas actuaciones que llevan a cabo quienes se aprovechan de las circunstancias para obtener un lucro propio o del círculo en que se mueven, por aquello que la debilidad humana parece que resulte imposible no sucumbir ante la manzana que se pone al alcance para mordisquearla, máxime si alguien cercano interviene igualmente para hacerlo todavía más irresistible.
Pero delante nuestra pululan acontecimientos y circunstancias que por aparentar cierta normalidad nos hace complicado ver y conocer lo que realmente se cuece por detrás, en otro modo de corromper el sistema que vivimos por aquello de que, como dice el conocido refrán, “si quieres que te cante la tela por delante”. O de los distintos modos de propiciar el silencio.
Ojeo la prensa diaria y compruebo cómo ciertas instituciones son, en ciertos momentos, masacradas por las malas noticias que salen de ella. Una especie de desgracia que hace ver a la sociedad lo negativo que puede ser acercarse a ese entorno, creando un ambiente hostil por parte de los lectores que se lamentan de esos gobernantes o dirigentes tan nefastos y de la desgraciada gestión que llevan de unos servicios públicos. Pero, por arte de la magia que inspira el periodismo, ocurre que pueden verse ciertos giros en el canal de información para, en otros instantes, mostrar bastantes aspectos positivos que generan complacencia en el pueblo llano.
Del mismo modo no resulta difícil advertir que en unos momentos se complica la gestión de grupos políticos con llamativas muestras de rebeldía sindical, prestos a llevar a trabajadores o ciudadanos en general a manifestaciones y actos públicos de desaprobación de actuaciones y de modos de gobernar, a veces tan proliferas y contundentes como para que quien está puesto en tela de juicio vaya haciendo las maletas. Otros períodos son de muestras totales de silencio, a veces incomprensibles cuando acontecen situaciones que deberían hacer levantar a los muertos pero que, por ese causal momento que se vive, la calma es tan grande como el árido desierto.
Uno ha creído, en esa inocencia que cada vez tenemos menos arraigada, que el periodismo se mueve con la libertad de investigar lo que acontece en la vida y el mundo que vivimos para que la ciudadanía en general conozca lo que ocurre y pueda ir con cabal conocimiento de la realidad. Ya sabemos que los sistemas políticos dictatoriales han manejado tanto estos medios de comunicación como para que el pueblo no tenga más visión que aquello que se quiere infundir. Pero los sistemas democráticos tampoco permiten que la libertad de prensa sea tan abierta como para que lo que reflejan las páginas sea toda la verdad que existe. No faltan las presiones políticas para intentar que los medios se acerquen a sus postulados, al menos para que no se conviertan en látigos que fustiguen a sus ideales y actuaciones. Qué decir de los medios de comunicación públicos, que se convierten en fuente del deseo de los partidos políticos para disponer de la mejor vía posible para dirigir los mensajes precisos que se quieren dar. Hasta los más extremistas ansían dirigir los medios de comunicación, sabedores del poderoso arma que representan.
Pero no siempre hay que buscar la influencia externa para dirigir el cotarro. A veces, cuando la libertad de prensa se pueda mover en un cierto grado de independencia organizativa, hay formas sibilinas para mantener vivo el negocio. Sin dejarse caer en las manos de quien pretendiera dirigir por entero la comunicación, se pueden favorecer las noticias positivas sobre las negativas, simplemente destacando aquellas y minimizando estas últimas. Todo es cuestión de encontrar un punto de encuentro en el que si tú, institución en concreto, me garantizas una prestación económica concreta que ayude a mantener el medio, puedo abrir páginas a lo que quieras que sea noticia favorable. Si este punto de encuentro no se alcanza, podemos presionar destacando lo funesto y minimizando o llevando al olvido cualquier acontecimiento positivo que pudiera existir. Es cuestión de poner en funcionamiento la balanza.
Qué decir de esas organizaciones sindicales de casta, que mantienen vivo unos patrimonios que para sí quisiera el mundo empresarial, y que se encuentran tan arraigadas a las Administraciones públicas como para vivir en su seno con plenitud de libertad y con un número de efectivos liberados de actividad laboral que debieran hacer sopesar en el modelo que tenemos instaurado. Claro que, con ello, y con las subvenciones que reciben para acciones formativas o para actuaciones tendentes a favorecer la prevención de riesgos laborales, por citar meros ejemplos sintomáticos, los gobernantes políticos pueden mantener la que pomposamente se denomina paz social. Si esto flojea, el letal poder sindical se levantará irremisiblemente para hacer ver las malas condiciones en las que viven los empleados, o favoreciendo huelgas de servicios básicos para la ciudadanía por aquello de que no se atienden sus reivindicaciones como deberían. A ver cómo, llegado este momento, se sale del entuerto.
Es claro que el sistema precisa del equilibrio que puede suponer tener unos representantes de los trabajadores para impedir abusos de antaño. Pero lo que quiero resaltar es algo de más enjundia. Pretendo destacar las distintas formas de comprar el silencio y que pervierte el sistema. Por fortuna, no todas las organizaciones sindicales gozan del mismo tratamiento. En el enrevesado mundo que desenmascaro siempre aparecen las más arraigadas en ideología a los poderes políticos establecidos. El resto, a trabajarse como pueda el electorado, que será su única fuerza. Realmente, la que debería ser.
Los recursos económicos son, por todo ello, el mecanismo de calmar las panzas, necesitadas de permanente alimento. Ganarse el reconocimiento sin posibilidad de compensas económicas es tanto como pretender que en ciertos restaurantes te atiendan correctamente sin una buena propina de por medio. Al menos, en algunos países son transparentes y las incluyen en la factura, muchas veces porque este es el medio con el que luego medir el salario de sus trabajadores.
En parecidos términos encontramos otras actuaciones dignas de mencionar. El mundo de las publicaciones en revistas científicas de prestigio ha virado hasta el punto que buena parte de los recursos económicos del erario público sale a diario de las universidades para pagar publicaciones de su profesorado. Hasta no hace mucho podía uno advertir que cuando una publicación era revisada por el Consejo Redactor de una revista, y recibía su beneplácito, merecía el reconocimiento de la publicación e incluso en algunos casos el pago al autor, por aquello de ceder y publicitar derechos de propiedad intelectual. Hoy, en cambio, no digo que los trabajos no cumplan la primera premisa de reconocimiento y revisión, pero el autor paga (se dice que entre 500 y 3.000 euros, dependiendo de la editorial) o su trabajo no ve la luz en revista de impacto, con el agravante que va a suponer de cara a su promoción y reconocimiento profesional, basado fundamentalmente en el papel que sustenta el currículum que se tenga y en los medios donde se haya producido la difusión. La ciencia, además de la generación de conocimiento, tiene a su alrededor un negocio editorial que los propios investigadores califican de “complejo y con muchas aristas”. Una fina forma de expresar lo que hay detrás.
Observando el detalle de este tipo de cuestiones es como se advierte que, en realidad, las apariencias engañan. Lo que vemos es una cara de una moneda, manteniendo oculta otra. Unas situaciones que son detonantes de un mundo donde nada es graciable. Y cuando lo consuetudinario se convierte en norma, resulta muy difícil erradicarlo. Es la educación dada, y la recibida. Para moverse en la jungla que exige que lo crematístico vaya por delante.