La joven de la perla

        El mundo del arte es variopinto y permite alcanzar cualquier pretensión que pudiera tener el aficionado. Particularmente tengo mis inclinaciones que en algún momento he podido mostrar por las entradas que he hecho en el blog, a las que uno el recreo que me produce intentar emular a los eruditos de la materia con muestras de pinturas de lo que modestamente realizo y que, en un  alarde de atrevimiento total, he llegado incluso hasta hacerlas visibles en las redes sociales.

        Como me produce una enorme satisfacción entrar en este campo artístico, hoy lo hago para referirme a esa grandiosa obra que en torno a 1665 saliera de las manos de Johannes Vermeer, y que desde el año 1995 (momento en que se hizo una catalogación de las obras de este pintor) conocemos universalmente como La joven de la perla (inicialmente estaba registrado como “Un retrato al estilo turco”, para ser conocido después como “Joven con turbante” o “Cabeza de joven”). Una imagen que puede advertirse divulgada en los más variados productos comerciales y que, para quienes hayan tenido la oportunidad de acercarse al Museo Mauritshuis de La Haya, habrán quedado prendados de esa mirada que penetra en quien se ponga por delante. Gracias a la maestría de su autor, con el espléndido uso del color y de luces, nos encontramos ante una imagen icónica que cautiva tanto como para resultar difícil alejarte de la envolvente mirada de una joven retratada.

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       Pero antes de entrar en mayores detalles de la obra, quiero referirme a su autor. Johannes Vermeer nació en la ciudad holandesa de Delft en 1632, y su dedicación a la pintura lo hacía con extremada cautela por cuanto que de sus manos salían pocos cuadros en comparación con otros pintores. Escasamente pintaba un par de cuadros al año, estando especializado en obras de pequeñas dimensiones que reflejan interiores domésticos con, por lo general, un único personaje, casi siempre una mujer.

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       Las figuras las estructuraba en actitudes tranquilas, relajadas y pensativas, y realizando actividades de cierta normalidad en la vida cotidiana, como leyendo, conversando, estudiando o tocando algún instrumento. Reflejo por tanto de momentos íntimos de la vida corriente.

         Pero en ellos aparece como algo normal la luz natural que, si advertimos en la casi generalidad de sus obras, entra por una ventana que se sitúa a la izquierda de los personajes. Parece deducirse que el pintor ultimó sus obras en el mismo lugar, su estudio de pintura, que adornaba meticulosamente cada vez que emprendía uno de sus trabajos. Vermeer ha sido considerado un maestro de la luz, que se refleja en cada una de sus obras que, al mismo tiempo, permiten apreciar la existencia de un conjunto especial y que, según se dice, y así recoge la novela de Tracy Chevalier, a la que posteriormente me referiré, obedece al uso que hacía de una cámara fotográfica que se llamaba cámara oscura, un medio con el que analizaba los objetos y detalles de las obras que realizaba.

        Volviendo a la joven de la perla, se trata de un cuadro de 44,5 por 39 centímetros, sencillo e íntimo pero realmente único que muestra, efectivamente, a una chica retratada en la cercanía, sin elementos añadidos que pudieran distraer la atención. Solo esa imagen de la chica que tiene girada la cabeza hacia su izquierda, con el cabello recogido en un turbante, iluminada sobre un fondo oscuro y que mira al espectador directamente a los ojos. Si te mueves, observarás como sigue penetrando en ti su dulce mirada, un tanto melancólica, pero mostrando el brillo húmedo de los ojos, y con una ligera sonrisa con los labios entreabiertos. Una imagen que es intemporal, de belleza permanente. Por algo se viene a decir que es la Mona Lisa del Norte, en clara alusión a ese icono francés (La Gioconda) que acoge el Museo del Louvre y que fue obra de Leonardo da Vinci.

       La dama misteriosa muestra, además, un elemento de especial relevancia y que, a buen seguro, sería incorporado por el autor para convertirlo en el centro del cuadro. Un remate de especial relevancia. Se trata de un pendiente que según se ha venido entendiendo por mucho tiempo lo constituye una perla que luce en la oreja izquierda, con forma de esfera o semiesfera, y que en la maestría del pintor es diseñada exclusivamente con solo un par de pinceladas de color blanco.

       La polémica en torno a este elemento ha sido objeto de tratamiento durante mucho tiempo. Al final, surgía la duda de si se trataba realmente de una perla. Seguro que cuantos lo hayan divisado en la cercanía no lo tendrán totalmente claro. Para aclarar algo al respecto, hay que decir que en 2014 el astrónomo Vincent Icke hizo público un estudio en la revista “New Scientist”, en el que llega a la conclusión que no se trata de una perla, sino un objeto de metal o de cristal. Pero es que incluso anteriormente, el Mauritshuis había determinado que el tamaño que tenía hacía descartar que se tratara de una perla natural, presumiendo que pudiera tratarse de una imitación que resultaba bastante común en aquellos tiempos.

        Abundando en todo ello se encuentra otro argumento. La retratada aparenta ser una mujer sencilla y no de alta sociedad, por lo que resulta un tanto inverosímil que pudiera tener una joya tan cara y poco común. En fin, el brillo que desprende parece ser más propio del reflejo que a modo de espejo desprende un metal.

        Muchos son los misterios que pueden rodear a esta obra y que pretenden desvelarse por quienes se acercan a la fascinación de esta chica. El primero es, sin duda, de quién pudiera tratarse porque en ningún momento el autor quedó prueba al respecto. Como igualmente ocurriera en esas otras obras que realizara de otras tantas mujeres y que, como ha advertido algún apasionado estudioso, cada una de ellas alberga secretos e historias latentes que nunca han sido contadas. 2915DB9C-ECBD-4AFE-8261-95A7A6D48B6FEn este caso, una cierta aproximación de lo que muestra la imagen podría llevarnos a pensar que se trataba de una sirviente de la familia Vermeer, y así ha venido a concebirse en la historia novelesca relatada por la escritora Tracy Chevalier, cuya lectura recomiendo (“La joven de la perla”). Para hacernos una idea, la obra se configura como «la historia de una fascinación, de cómo surge un sentimiento que se mueve entre la admiración y el amor. Una hermosa novela sobre el despertar a la vida y al arte«.

         El resto de misterios que puede desprender esta fascinante obra están siendo objeto de investigación mediante la revisión técnica que se está haciendo actualmente para analizar las pinceladas, capas de pintura y materiales aplicados por el artista. Obviamente no se trata de averiguar lo imposible, quien fuera la modelo, porque su autor no lo desveló, sino se documentar los efectos del paso del tiempo para afrontar mejor el deterioro futuro. Así de positivo se muestra el avance de los medios tecnológicos hoy existentes, y dentro de un tiempo conoceremos los resultados.

       Decir finalmente que La joven de la perla fue adquirida en 1881 por el coleccionista  holandés Arnoldus Andries des Tombe por dos florines en una subasta en la Haya. Tras su muerte, legó el cuadro y otros once al Mauritshuis.

 

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