De nuevo me acerco a este archipiélago canario que tanto me apasiona, en este caso para introducirme en la isla de Tenerife, la mayor de todas las que comprende Canarias (con forma triangular, y un área de algo más de dos mil kilómetros cuadrados), que presenta una diversidad digna de mencionar pues, aun ostentando un clima moderado, moldeado por los vientos alisios, que en algunas ocasiones se ve alterado por las calimas provenientes del Sahara, hay variantes como consecuencia de la propia geografía que ostenta y que se deja ver claramente en el contraste natural que tiene.
Puede advertirse de esta forma cómo florece el verde en los rincones montañosos del noroeste y del noreste, mientras que las costas del sur son soleadas y secas. Un sur que es el destino popular para los veraneantes que se encuentran deseosos de disfrutar de las hermosas playas que comprende y que, en este caso, no va a ser destino de mi visita, que lo es más por el centro y en el norte de la isla.
El inicio lo hago en la antigua capital, San Cristóbal de La Laguna, una histórica ciudad canaria con tradición universitaria. En el modélico trazado colonial que tiene, declarado Patrimonio de la Humanidad (la única ciudad canaria que ostenta esta acreditación), acoge edificios históricos de gran valor histórico y arquitectónico. Una ciudad de más de cinco siglos de existencia, tras la incorporación de la isla a la Corona de Castilla en 1494 por el Adelantado Alonso Fernández de Lugo. En 1497 se fundaría San Cristóbal a orillas de un lago interior situado al norte de la isla. Ya desde entonces, la ciudad se convirtió en el principal centro de poder político y militar de Tenerife. No faltó unirle otro aliciente más, el cultural, disponiendo por algún tiempo de la única universidad canaria, la de San Fernando.
El núcleo urbano inicial (Villa de Arriba) surgió en torno a la Iglesia de la Concepción, verdadero germen de la ciudad, cuyo templo fue declarado Monumento Histórico Artístico, y que en sus sucesivas remodelaciones ha dejado patente una mezcla de estilos gótico, plateresco y mudéjar. Su elemento más representativo es la torre, de finales del siglo XVII, símbolo representativo de la ciudad. Por lo demás, el edificio alberga un rico patrimonio histórico artístico donde destacan los artesonados, el púlpito de madera, el retablo de la capilla de Ánimas y la pila bautismal en la que bautizaron a los guanches conquistados.
La ciudad extendió después su casco antiguo, en el siglo XVI (Villa de Abajo) para adaptar esa fisonomía que se mantiene, en forma de cuadrícula, siguiendo los cánones racionalistas propios de la época. Y lo más relevante que se conserven al menos 600 ejemplares de edificios de arquitectura mudéjar, de origen ibérico producto de la procedencia hispano portuguesa de sus pobladores, y presenta además rasgos específicos de la arquitectura colonial americana por efecto de las intensas relaciones humanas, culturales y socio-económicas mantenidas a lo largo de la historia.
Destaco además algo que me llama la atención. A diferencia de otros lugares peninsulares en los que se insiste en perder raíces históricas, aquí el callejero es particular. En sus llamativos carteles de las calles se indica, junto al actual, el que mantenía anteriormente. Para no perder señas de identidad.
De entre las construcciones religiosas sobresale la Catedral, asentada sobre la que fuera iglesia parroquial de Los Remedios, del siglo XVI, construida en estilo mudéjar, constando de una sola nave a la que se adosó una torre en el siglo XVII. El actual templo catedralicio fue reconstruido a principios del siglo XX, con una fachada neoclásica, y el resto de la obra es de factura neogótica. En la plaza que precede a la entrada lateral es un lugar muy apropiado para sentarse a divisar el ir y venir de los transeúntes, tomándose ese café especial canario que se llama «barraquito», delicioso para los que somos un poco dulceros. Así lo hago y para comprobar cómo acude la gente a ver a la Virgen de la Candelaria («La morenita«), Patrona de Canarias y que en estos días recorre la capital tinerfeña.
El Convento de Santa Catalina de Siena es otra de las edificaciones que merece resaltar. Fue fundado en 1611 por la orden dominica, y en su construcción puede apreciarse la influencia mudéjar en los miradores de madera tallada o el tejado revestido de teja árabe. Su iglesia, a la que se accede por la plaza del Adelantado, cuenta con una fachada rematada en espadaña. Su austeridad externa contrastan con suntuosos interiores ricamente decorados. Entre sus tesoros se encuentran tres retablos barrocos de madera tallada, varios óleos e imágenes religiosas. En este edificio se conserva el Arca Sepulcral de Sor María de Jesús, conocida como «La Siervita de Dios», cuyo cuerpo yace incorrupto en un sarcófago y que puede visitarse cada año en el aniversario de su muerte.
En todo el trayecto de la ciudad pueden apreciarse números palacios y casas señoriales de los siglos XVII y XVIII. Describir todas y cada una de estas bellas edificaciones me llevaría a una extensión imposible de asumir para el espacio que me propongo. Por ello mismo me limitaré a resaltar algunos bellos ejemplos. Uno de los mejores conservados es el Palacio de Salazar, actual sede del Obispado tinerfeño, edificado en 1682, que posee un suntuoso portal de estilo barroco con diversos elementos neoclásicos y manieristas.
La Casa del Corregidor, de 1540, con portada de piedra volcánica roja (uno de los pocos ejemplos de arquitectura plateresca en Canarias), actualmente se encuentra en proceso de restauración, que era la antigua residencia de este enigmático personaje y hoy forma parte de las dependencias del Ayuntamiento.
Justo al lado se encuentra la Casa de la Alhóndiga, construida alrededor de 1709. Su nombre se debe a que se utilizó como alhóndiga, es decir casa pública en la que se almacenaba, compraba, vendía o contrataba el grano. Tras diversos usos, en la actualidad forma parte de las dependencias municipales. Y, a continuación, la Casa Alvarado-Bracamonte o de los Capitanes Generales, que la mandara construir el capitán general Diego de Alvarado-Bracamonte a principios del siglo XVII y en ella residieron algunos capitanes generales durante el siglo XVIII, y de ahí su nombre. Destacan en ella la portada y los huecos de las ventanas labrados en toba roja, así como el motivo decorativo que asemeja una balconada con balaustres y que quedó al descubierto en la restauración de los años 90. En el interior, el patio con las columnas de piedra es un ejemplo del denominado «patio canario».
El Palacio de Nava se encuentra ubicado frente a la plaza del Adelantado, se trata de un palacio que conjuga elementos barrocos, neoclásicos y manieristas tras la última reforma llevada a cabo por Tomás Nava Grimón y Porlier. Un claro ejemplo de la arquitectura canaria que comenzó a construirse en el año 1585 por orden de Tomás Grimón, por entonces regidor de Tenerife, que participara activamente en la conquista de la localidad. Sus herederos erigen esta construcción, ampliándola y mejorándola conforme aumenta el poder de la familia hasta alcanzar, en el siglo XVIII su máximo desarrollo. El palacio de Nava está declarado Bien de Interés Cultural con la categoría de Monumento desde 1976, aunque el estado de deterioro de algunos de sus elementos interiores ha propiciado que se considerara en peligro.
Mención especial hago al Teatro Leal, emplazado en una de las zonas comerciales más activas de la ciudad. Un edificio que destaca por su estilo ecléctico, en cuya fachada se aprecian elementos florales y animales, mientras que en su interior destacan los murales de López Ruiz y de Manuel Verdugo. El Teatro Leal fue restaurado y reinaugurado en el año 2008, manteniendo una prolífera actividad que le hace considerarlo como uno de los principales espacios culturales del municipio.
A principios del siglo XVIII, La Laguna experimentó un declive que propició el auge de la vecina Santa Cruz de Tenerife hasta que, un siglo después, ésta se convirtió en capital insular. En la esporádica visita que hago ahora a esta bella ciudad portuaria me ha permitido apreciar que cuenta con amplias avenidas, plazas y exóticos espacios verdes, sin obviar destacados monumentos. A la mente se viene, como no, una fiesta que hace característico el lugar, el Carnaval, declarada de Interés Turístico Internacional.
Mi relato en cuanto a la ciudad es escaso porque así fue mi estancia. En el centro neurálgico de la ciudad, cercano al mar, se encuentra la plaza de España, construida a mediados del siglo XX sobre el antiguo emplazamiento del castillo de San Cristóbal (siglo XVI). Frente a la plaza se alza el Cabildo Insular de Tenerife, en un edificio de corte racionalista. Cercano está el Casino, construido en el primer tercio del siglo XX siguiendo las tendencias eclécticas de la época, que alberga en su interior una destacada colección de obras de pintores canarios.
De las zonas vedes tuve la oportunidad de recorrer el parque García Sanabria, que alberga un importante museo de esculturas al aire libre. Se trata de un original enclave en el que obras de artistas contemporáneos conviven con palmeras y otras especies vegetales tropicales. En él es posible admirar creaciones de autores españoles y extranjeros como José Guinovart, Óscar Domínguez, Joan Miró o Henry Moore.
En la plaza Weyler, uno de los principales puntos de encuentro de la ciudad, merece hacer una parada para tomarse un café. Fue construida en 1893 como anteplaza al edificio de Capitanía General. La fuente que tiene en su centro, de mámol blanco de Carrara, está decorada con elementos neorrenacentistas.
Desde La Laguna acudo a las cercanas localidades del norte tinerfeño. No puede quedar atrás el Puerto de la Cruz, una ciudad con una tradición turística centenaria. Y es que resulta de lo más agradable el bello paseo marítimo, hasta llegar al Lago Martiánez, todo un conjunto de piscinas de agua marina, obra del arquitecto canario César Manrique.
En el paseo pueden verse numerosos artistas que muestran su faceta pintoresca haciendo retratos a quienes quieran quedar plasmados en el papel. No voy a dejar de mencionar a uno de estos artistas, que desde hace tiempo vengo siguiendo por las redes sociales, y que de golpe me lo encuentro en vivo y en directo para comprobar cómo muestra sus dotes con la técnica del pastel. Mi reconocimiento a Julio Puentes.
Como no, Tenerife es una isla volcánica y no puede dejar de visitarse el centro geográfico insular en el que se levanta el Teide que, con 3.718 metros, es el de mayor altitud de España.
Esta cima volcánica, al igual que otra que se sitúa en su proximidad y que sin gozar de tanta popularidad es igualmente digna de resaltar, Pico Viejo (3.135 metros), se encuentra dentro de los límites del Parque Nacional del Teide, declarado también Patrimonio de la Humanidad en 2007. Es además un espacio natural protegido en la categoría de Monumento Natural, por lo que no puede extrañar el gran atractivo turístico que tiene.
Me permito aquí aludir a los orígenes prehistóricos de las islas canarias, y al misterio que supone sus originarios habitantes, los guanches, que igualmente es referido al lenguaje que usaban los que vivían en las islas antes de la conquista española. El Museo de la Naturaleza y el Hombre, que tuve la oportunidad de visitar, tiene muestras claras de estos antepasados pues no en vano posee la mayor colección existente sobre la cultura guanche y además cuenta con uno de los sistemas de conservación y exhibición de restos humanos momificados más exigentes del mundo. Está ubicado en un destacado edificio de la capital insular de Santa Cruz de Tenerife, el Antiguo Hospital Civil de Nuestra Señora de los Desamparados, que data del año 1745, y que fue remodelado a finales del siglo XIX.
Son numerosas las leyendas que existen sobre los guanches. Referiré una que me ha llamado la atención, en la que se narra cómo veían y consideraban las erupciones volcánicas producidas.
El aire andaba espeso, turbio y ardiente. Las nubes se arremolinaban tropezando entre ellas y las aguas del mar andaban revueltas. Los animales estaban inquietos, hasta la coruja que sólo merodea en lo oscuro, voló bajo la luz. Aquellos signos presagiaban que Guayota estaba próximo. Apareció Guayota y se apoderó de Magec, el sol, dejando el cielo a oscuras. Todo fue una noche cuando aún era el día. Rogaron entonces a Achamán los guanches, para que tuviera misericordia, que devolviese al día sus luces, que su poder librase de todo daño. Achamán atendió las súplicas y acudió dispuesto a defenderlos. Guayota, con Magec prisionero, se había ocultado en los adentros de Echeyde (Teide).
Allí fue a buscarle Achamán. Cuando lo halló, el suelo se abrió en truenos, estampidos y temblores que aturdían a las islas más lejanas, fue el comienzo del combate. Por el cráter de Cheyde, Guayota arrojaba humos, peñascos encendidos, lenguas de lava, azufres y escorias con los que intentaba doblar a Achamán. Aire y cielo se convirtieron en un lamedal hirviente tan encendido en brasas que causaba espanto. Y prosiguió Guayota vomitando fuegos hasta que Achamán, al fin, logró vencerle. Como castigo a su maldad lo encerró para siempre dentro de Cheyde. Después volvió a Magec al cielo para que siguiera iluminando la tierra, y enseguida el día volvió a ser día y se aquietaron las aguas y las nubes. Guayota, cautivo desde entonces, aún respira en lo más alto de Echeyde.
Leyenda de Guayota «el maligno»
En este paraje tan impresionante, con sus lunáticos paisajes y una belleza natural sin par, pueden advertirse hasta singulares figuras propias del resultado de las erosiones producidas. Pasear por este entorno es tanto como trasladarse a otro mundo, lleno de paz y de naturaleza. Un paisaje elegido como plató natural para diversas escenas de algunas películas, incluyendo «Furia de Titanes«, protagonizada por Lian Neeson y Ralph Fiennes, o «Hace Un Millón de Años» (1966), con Raquel Welch.
En este entorno se encuentra el Parador de las Cañadas del Teide, para comer y deleitarse con la gastronomía típica canaria. Que no falten las papas arrugadas (patatas) y los mojos (salsas). El vino no puede desdeñarse, para saborear alguna de las cinco denominaciones de origen que se producen en Tenerife.
Este ha sido mi paseo por tierras tinerfeñas, sabedor de que sus maravillas envuelven muchas más cosas que las que he podido reflejar en esta ya de por sí larga reseña.