En los distintos manuales y opiniones que emiten los expertos en recursos humanos hay una clara predisposición al perfil y modelo de actuación que deben seguir los que de antaño eran concebidos como jefes y que, ahora, en terminología y concepción moderna se denominan líderes de las organizaciones. Un líder es la clave para que la maquinaria productiva se mueva con motivación de los que abarca el velo de la organización de que se trate.
Pero en pocas ocasiones –o prácticamente nunca- el esquema reflexivo se invierte, para hacerlo desde el papel del subordinado. O acaso es que el músico no puede tocar su instrumento si no está presente el director de la orquesta. Bueno será pensar en la necesidad de que exista un elemento de conexión para que el equipo, el grupo, camine por la senda correcta, pero de ahí a que el subordinado no disponga de unas ideas mínimas de cómo debe guiarse por el terreno de lo laboral, hay una notable diferencia.
Porque aquello de que “hago lo que me dicen” convierte a los que lo preconizan en máquinas, vacías de contenido racional, de cerebro y de personalidad. A veces la vaguedad se esconde en esta premisa, para nunca jamás sacar a relucir algo de iniciativa y entusiasmo por la tarea que se hace. Y esto va para todos, no centremos el tema exclusivamente en mano de obra no cualificada. Incluso, en este último caso, te sorprende sobremanera la voluntad que se pueda tener para sacar adelante el trabajo que se tiene. Cosa que, en otros ámbitos de lo público puedes ver cómo la apuesta es toda la contraria, pensando en la salida incluso en el instante de entrada.
Bien merece, por todo ello, que hable del papel del subordinado y del protagonismo que debería adquirir para cumplir con su misión, tan relevante como la que pueda tener cualquier otro trabajador que tenga responsabilidades mayores.
Sin extenderme en demasía, centro el tema en cinco puntos clave:
1. Cumplir con el compromiso adquirido. Supone que para desarrollar una jornada laboral nadie tenga que recordar qué horario comprende. El sentido de responsabilidad y respeto al trabajo implica no sobornar el sistema. Soy de los contrarios al fichaje en las entradas y salidas, aun cuando puedo comprender que es el método más objetivo de saber cómo se cumple la jornada. Lo mediatizo en el sentido de que nadie debe ser tan irreflexivo como para regatear el esfuerzo mínimo que supone entrar y salir del trabajo en el horario comprometido. Pensemos que con este compromiso todavía no estamos hablando nada de la efectividad del trabajo, sino simplemente de estar presente.
Si se parte por no cumplir esta premisa es difícil que podamos entender las restantes, pues ya nos califica de antemano.
2. Ser resolutivo. Implica que, cuando aparezcan los problemas cotidianos, busquemos soluciones. Porque no hay peor subordinado que el que permanentemente se acerca al superior para decirle por donde tira, qué camino coger. O acaso no nos llama la atención cuando en un centro comercial el trabajador al que acudimos para que nos resuelva cualquier cuestión se limita a dirigirse al jefe para trasladar nuestra inquietud. Resolver los problemas es algo tan básico para cualquier profesional que no nos puede extrañar ese mensaje subliminal que pueda trasladarnos el superior cuando nos diga: “Dame soluciones y no problemas”.
3. Ayudar al superior. Seguro que el lector habrá pensado ya en el caso del “pelota” de turno. No, no es este el mensaje. Se trata de favorecer el éxito de todos y, en esto, también está el del jefe del grupo. Escuchaba recientemente a un famoso futbolista que era preguntado por el posible cese de su entrenador, que venía a dar como respuesta que “si quieren echar al entrenador que nos echen a todos”. Aquí está el quid de la cuestión. Cuando en la organización fracasa el superior, o se le quiere responsabilizar de un resultado negativo, realmente debería surgir el apoyo del colectivo pues, si hay malos resultados, todos han participado de alguna manera. Salvo casos en que, evidentemente, el superior se apartaba del papel de conexión grupal que debería haber adoptado.
4. Quejarse menos. Es costumbre arraigada en el mundo laboral quejarse de todo lo mal que pueda funcionar la organización, presa de las confusiones y actos irregulares que comenten los demás. Nunca se responsabiliza uno de la parte de tarta que le corresponda. A veces la queja viene como consecuencia del desconocimiento que se tiene de la organización. Se piensa que lo que yo veo es el todo, olvidando que el paisaje tiene más extensión. Poner en entredicho la opinión o el dictado que marquen otros situados por encima nuestra es olvidar que también ellos siguen pautas de los que tienen más arriba, o siguiendo una política de la organización que, desde luego, no tiene que ser la que a nosotros guste. Porque si es así, crea tu propia empresa.
5. Ser entusiasta. Moverse por el ámbito laboral con entusiasmo es algo imprescindible. Mirando el trabajo con lo que de positivo tiene para nuestra realización personal. Por muy nimia e intrascendente que consideremos nuestra tarea, siempre será fundamental para cumplir un objetivo, porque si no dejaría de ser necesaria.
Respetar nuestro trabajo es respetarnos a nosotros mismos.
Con estas pequeñas directrices creo que debería moverse el subordinado, y a buen seguro que permitiría que la organización mantenga una sintonía positiva, favoreciendo igualmente al que tenga que asumir responsabilidades mayores. No olvidemos que todos respondemos ante alguien.
Mi experiencia laboral, como trabajador, por cuenta agena, con más de cuarenta años de cotización, me acreditan para firmar estos cinco puntos y alguno más.
1.- Honradez y Profesionalidad. Entendiendo por Honradez, ser consciente de sus carencias de conocimientos y solicitar formación laboral cuando se detecte su carencia. Profesionalidad, estar entregado, en cuerpo y alma, a su trabajo o empresa a la que representa las veinticuatro horas del día.
2.- Tener Iniciativas y proponerlas para mejorar su trabajo y el de los demás para hacer más rentable la empresa que en definitiva es la que te mantiene.
Un trabajador, para mí, no se mide por su trabajo sino por su rendimiento. Y todos los puestos de trabajos, en una empresa, son importantes y varían según su responsabilidad. En mi visión, tan importante es el trabajo bien hecho del «Peón» que el del «Director» aunque, tienen, evidentemente, responsabilidades distintas.
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Un comentario apropiado y de quien tiene mucha experiencia gerencial. Suscribo igualmente estos puntos. Gracias por intervenir. Un abrazo.
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muy interesante. Añadiría también dentro del entusiasmo, la capacidad de adaptación a los cambios organizativos y de procesos
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Algo fundamental. La resistencia a todo cambio supone un serio problema para toda organización.
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