Los seres humanos caminamos por la vida con una carga emocional permanente porque cada vez que emprendemos algo, o queremos ultimar alguna cuestión, está presente ese acto mental que supone decantarse por la decisión que consideremos más apropiada. Resulta que como todo conlleva esta actuación, al final nos encontramos con la fatiga que produce lo repetitivo de estos hechos. Nos levantamos y empiezan las primeras dudas sobre qué vestimenta ponerse; llegamos al trabajo y no te cuento el frenetismo que inunda la mente; volvemos y toca decantarse por la comida, por cómo solventar temas relacionados con la familia, la comunidad, los compromisos adquiridos, y un largo etcétera. Siempre existen alternativas que nos hacen enfrentarnos con la realidad de nuestro poder de decisión.
Conviene que sopesemos sobre lo dicho porque aun cuando pase desapercibido por el frenesí de lo cotidiano, no está de más reflexionar al respecto.
Por lo pronto tratemos de calificar el proceso. Tomar decisiones viene a ser un acto de responsabilidad, tanto más relevante cuanto más sea de importante la cuestión a solventar. A la postre, la decisión nos define como personas, sobre cómo somos y el poder que ostentamos. Si se trata de conseguir algo con la decisión que se adopte, está claro que se convierte en un acto de voluntad propio que es definitorio de nuestra personalidad.
Es en los momentos de decisión cuando se forma tu destino
Tony Robbins
A veces, el simple hecho de no tomar decisiones es un acto de tomarlas, porque importa no precipitarse. Nuestra energía mental muestra una limitación que se ve reflejada con actos reflejos que no son tan precisos como podría ser una sobrecarga muscular. En este último caso el cuerpo ya, por sí mismo, toma la decisión de impedirte o hacerte ver la conveniencia de no seguir. Pero cuando se trata de accionar la mente parece que no existen muestras tan evidentes y de proseguir en el intento lo único que puede ocurrir es que lleguemos a tomar el camino incorrecto. La fatiga mental no es propicia para tomar decisiones y conviene saberlo.
Porque importa muy mucho saber cuándo nos encontramos en la reserva y no descuidar el quedarnos sin fluido. Conforme avanza el día es claro que los síntomas nos muestran más las dificultades de inclinarnos por la decisión que pueda ser más apropiada. Por ello, a veces es conveniente dejar la decisión para los momentos de mayor lucidez mental, cuando comience la jornada.
Nunca cortes un árbol en el invierno. Nunca tomes una decisión negativa en los momentos bajos. Nunca tomes tus decisiones más importantes cuando estés de mal humor. Espera. Sé paciente. La tormenta pasará. La primavera llegará.
Robert H. Schuller
Otra cosa bien distinta es la indecisión que pudiera surgir para la resolución que deba adoptarse. Ese sentido de culpabilidad que a veces hemos tenido por haber asumido una decisión que al final ha sido incorrecta, y que nos hace palidecer ante futuras actuaciones. También para esto hemos de estar preparados.
Para ello resulta fundamental asumir el camino que finalmente se ha seguido. La decisión tomada es la que es, un hecho consumado, y de lo que se trata es de aprender de nuestros propios errores cuando no fuera coincidente con lo verdaderamente querido, amén de saber que si buscamos la perfección va a ser muy difícil encontrarla. Ver las cosas de forma realista y asumir con la calma necesaria lo producido para favorecer cualquier posible actuación complementaria, es lo que nos permite deshacernos de ese temor generador de dudas, impidiendo que seamos proactivos.
El riesgo de una decisión incorrecta es preferible al temor de la indecisión
Maimónides
Lo que importa es que se tomen decisiones buscando la máxima cordura y sintonía entre el pensamiento deliberado y la intuición que nos guie. A veces todo es cuestión de un instante, como ese jugador que piensa e intuye en cada jugada cómo debe hacerlo. El fallo puede ser consustancial a las reglas que preside la actuación, pero también el acierto y ello es lo que debe inspirarnos para favorecer que sigamos insistiendo.
A menudo cualquier decisión, incluso la decisión incorrecta, es mejor que ninguna decisión
Ben Horowitz
Cuando veo a personas indecisas, que se mueven por el mundo desde la nebulosa de sus actuaciones, o que permanentemente muestran los vaivenes propios de decidir y arrepentirse a la par, me doy cuenta de lo inseguras que son, del temor que genera vivir, porque a la postre cuando se es así se muestra en todas las facetas de la vida, en todo el compendio de situaciones a las que se enfrentan, desde las más nimias a las más relevantes.
Tomar decisiones constituye actos de poderío, porque se muestra fehacientemente que se es capaz, creciendo con ello la autoconfianza y favoreciendo que vayamos por la vida con una personalidad reconocida. No dejemos por ello que la noche cubra nuestro cielo.
No soy producto de mis circunstancias, soy producto de mis decisiones
Steven Covey
Seguramente habrás tomado decisiones que hayan generado polémica. Decisión tomada, página pasada. Mérito y capacidad te definen sobradamente. No dudes sobre decisiones pasadas. En esta nueva etapa que tienes por delante, disfruta con los tuyos y mira hacia adelante. Te has ganado un merecido descanso. Siempre a tu disposición.
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Muchas gracias Luis. Un fuerte abrazo.
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Interesante entrada. Es cierto que tomar una decisión a veces puede ser difícil e incluso podemos equivocarnos, pero es preferible eso a no decantarnos por nada. Las decisiones que tomamos son, efectivamente, la persona que acabaremos siendo. Muy buena reflexión. Un saludo.
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Siempre es importante tener el impulso necesario para decantarse por la solución que se considera más adecuada, aunque las prisas no son buenas consejeras y, si se puede, hay que sopesarlo con la prudencia necesaria. Gracias por seguir estas pequeñas cuestiones de lo cotidiano y sobre las que me gusta reflexionar. Un saludo
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