La revolución industrial supuso el revulsivo de la concebida como arquitectura del hierro, impulsada a mediados del siglo XIX, por aquello de que el cambio producido permitió conocer nuevos materiales (hierro fundido y colado, acero laminado, hormigón, o el vidrio plano) y técnicas diferentes, favoreciendo con ello la realización de nuevas construcciones que simbolizaban el progreso.
Surgen así lugares con grandes espacios diáfanos, invernaderos, estaciones de ferrocarril, mercados, naves, fábricas, puentes, etcétera, que satisfacen las necesidades sociales. En España son muchos y variados los exponentes de esta época que han venido sobreviviendo a lo largo del tiempo y a las circunstancias cambiantes de las distintas épocas, muchos de los cuáles han tenido que variar su funcionalidad para que se pudieran mantener y no perecer por el descuido en su conservación y mantenimiento, o simplemente por sucumbir ante la caprichosa tentación de los dirigentes, a veces bastante decididos a acabar con el pasado patrimonial sin sopesar las consecuencias.
La ciudad de Badajoz (España) presenta ejemplos dignos de resaltar, de los pocos que se conservan en la Comunidad Autónoma de Extremadura [como el puente del ferrocarril sobre el río Guadiana (1883), y el mercado de abastos (1887) ambos en la ciudad de Mérida, o el puente sobre el río Alagón (1909), en Coria].
Desde que se inaugurara en 1894, el quiosco de la música ha sido el primer exponente, situado en pleno centro de uno de los paseos más emblemáticos de la ciudad, el Paseo de San Francisco. Un quiosco de base poligonal, decorado con cerámica y granito, y rodeado en su contorno por un estanque-fuente. Sus ángulos muestran unas columnas finas de hierro fundido que soportan la cubierta en la que destaca un remate en el centro y marquesinas en todo el perímetro. Son muchos y variados los acontecimientos que se proyectan en este lugar, donde el permanente recuerdo de la bella sonoridad emitida por la banda municipal de música está presente en la mente de todos los badajocenses.
Pero tal vez el más llamativo por su dimensiones e historia puede ser el concebido como Edificio Metálico, construido en esos finales del siglo XIX (entre 1890 y 1898) e inaugurado finalmente el 17 de septiembre de 1899, y que fuera ubicado en la Plaza Alta de Badajoz, teniendo por finalidad cubrir las necesidades de la localidad de un mercado de abastos.
Proyectado por el arquitecto municipal Tomás Brioso Mapelli, diseñaba un edificio que permitiera ordenar las ventas de mercancías en la ciudad y hacerlo según las corrientes higiénicas de la época. El valor del edificio en el año 1899 fue de 193.807 pesetas y 45 céntimos. Durante más de 70 años constituyó el foco comercial principal de la ciudad.
El edificio se concebía como de estructura y cerramiento metálico, encargado su realización material al ingeniero y fundidor Dionisio Pérez Tobía, miembro de la sociedad sevillana “Pérez Hermanos”, autores también de varias obras en Sevilla y en Extremadura. En particular, en Badajoz se puede apreciar la inscripción en las barandillas realizadas para el Puente de Palmas.
La edificación comprende un total de 1.500 metros cuadrados (60 metros de longitud y 25 metros de anchura total). De planta rectangular, con tres cuerpos diáfanos, separados por columnas redondas, que en su origen sirvieron además como soporte y límite de los puestos del mercado. Columnas que al tiempo que soportan las cerchas del cuerpo central, sirven de apoyo para grandes vigas en celosía que de forma longitudinal separan las naves laterales de la central y proporcionan luz a su interior. Las cubiertas de las tres naves tienen en su parte superior varios lucernarios para la entrada de luz y ventilación.
Las fachadas exteriores están formadas por un cuerpo bajo, de fábrica de ladrillo visto, limitado de forma modular y coincidiendo con las columnas de hierro, por pilares y una viga de granito a modo de dintel. El cuerpo superior está compuesto de pilastras y un cerramiento metálico con arcos intermedios, coronados por un friso y rematados con pináculos de hierro. Los ventanales se protegían del sol y la luz, originariamente, por unas persianas fijas de lamas de madera, posteriormente sustituidos por lamas de hierro.
Los tirantes de las cerchas que soportan la cubierta en las tres naves son redondos, con tensores en los extremos o en su parte central para poder ajustar, mediante un sistema de rosca, las posibles deformaciones producidas por las dilaciones u otros elementos.
En las dos fachadas principales se abren dos grandes arcos de acceso. Su estructura superior se presenta adintelada sobre viga de hierro, y a modo de decoración en la parte más alta del centro del arco principal, se encuentra un escudo con los símbolos de Castilla y León sobre rosetón circular, y en sus laterales el escudo de Badajoz también sobre rosetones circulares.
El acceso, en las dos fachadas, se hacía a través de grandes escalinatas de granito que permitían salvar el desnivel de acceso desde el exterior hasta la nave.
El cerramiento exterior está formado por un cuerpo bajo de fábrica de ladrillo visto, modulado por pilastras y recercado superior e inferior de granito.
Siguiendo con la descripción originaria, contaba con un semisótano que solo ocupaba parte del edificio, utilizado como almacenes y cámaras frigoríficas.
Sin embargo, debido tanto a lo angosto del espacio resultante al situar el edificio de nueva planta en la Plaza Alta, como a la ausencia de alcantarillado hasta la década de 1930, ocasionaron numerosos problemas de limpieza del entorno, circunstancia que motivaba continuas protestas de los comerciantes y vecinos. Si a ello se une el interés que tenía el Ayuntamiento de la localidad por dejar libre la plaza para devolverle un aspecto histórico apropiado a sus orígenes, puede entenderse que finalmente se decidiera desmontarlo, máxime cuando llevaba algunos años cerrado.
Lo que no puede resultar tan comprensible es que en estos momentos se pensara vender los restos como chatarra, y atendiendo al clamor popular, se optara afortunadamente por donarlo en el año 1975 a la Universidad de Extremadura, para su reubicación en el campus universitario en Badajoz, en la avenida de Elvas, inicialmente destinarlo a los fines educativos mediante la ubicación de la biblioteca de la Universidad, para posteriormente albergar la Facultad de Económicas (hasta que dispuso de edificación propia), el servicio de educación física y deportiva, y otros usos colectivos.
Esta nueva ubicación se produce entre los años 1975 a 1977, se dice que con un coste total de aproximadamente unos 20 millones de las antiguas pesetas. Su nueva ubicación se produce, como antes se indicaba, en el campus universitario de Badajoz, en una amplia parcela. En la nueva composición que se hiciera del edificio se introdujeron algunas modificaciones para permitir que se cumplieran los fines de la Universidad, elevando el basamento original para crear un semisótano de estructura de hormigón armado para apoyo del edificio, recubierto exteriormente de granito y con huecos para iluminación, que hizo necesaria la construcción de dos escalinatas en los accesos. Además se cambió el material original de la cubierta de acero galvanizado por tejas de fibrocemento, y posteriormente también se colocarían carpinterías de aluminio blanco. La planta superior quedó diáfana, con la cubierta sujeta por 22 columnas de forja y un estrado de madera al fondo, cerrada con cristaleras todas las vigas en celosía, ventanas y huecos de lucernarios, y el semisótano comprende toda la extensión del edificio. Se incorpora iluminación exterior e interior.
Entre los múltiples actos que tuvieron lugar en este recinto se encuentra el que dio la bienvenida a los Ex-Presidentes Hispanoamericanos en su visita a Extremadura (1987). También tuvo lugar en este recinto y año la investidura del primer Doctor Honoris Causa por la Universidad de Extremadura, profesor Lefebvre. Sin olvidar otros muchos actos solemnes o culturales.
Pero con el tiempo se fue deteriorando, por la carencia de ayudas que permitieran conservarlo como se debía y, con ello, perdiendo poco a poco la actividad y protagonismo, hasta que a principios de este siglo XXI quedó sin uso y cerrado por causa de las enormes deficiencias que se observaban. El deterioro fue progresivo durante el cierre de casi dos décadas, y las prospecciones y estudios técnicos que se realizaron ponían de manifiesto el grave estado y las numerosas patologías que presentaban la estructura portante del edificio, la cubierta, la fachada metálica y los demás elementos estructurales y ornamentales. Necesitaba una intervención urgente para evitar su ruina y destrucción definitiva.
A pesar de las peticiones que se suscitaban desde la Universidad a todas las instituciones, nunca recibía la ayuda que se precisaba. Y cuando parecía que desde instancias estatales se favorecía su restauración, con un proyecto realizado por el Ministerio de Fomento, siendo su titular la Ministra María Antonia Trujillo, el cese de la misma determinó la paralización en su ejecución.
En esta agonía, detectada por los ciudadanos badajocenses que clamaban su recuperación y vuelta al casco antiguo, la Universidad consigue que se declare al Edificio Metálico, en el año 2012, como Bien de Interés Cultural con categoría de monumento (Decreto 251/2012, de 18 de diciembre, de la Comunidad Autónoma de Extremadura). Un punto de inflexión para seguir luchando por favorecer el restablecimiento de este preciado bien patrimonial. Con los esfuerzos económicos que le permitían sus escasos presupuestos universitarios, el año 2018 se convierte en el momento en el que resolutivamente se inician actuaciones efectivas. El decidido interés de su equipo de gobierno, presidido por el Rector Segundo Píriz Durán, ha supuesto que se acometa una primera fase de recuperación.
El proyecto se realiza por el arquitecto Francisco Hipólito Ojalvo, tras un diagnóstico ciertamente lamentable del estado en que se encontraba la edificación metálica, y las necesarias actuaciones que imprescindiblemente debían realizarse. Las obras de restauración se acometen y en octubre de 2018 se alza un extraordinario resultado, que la Universidad va a destinar como paraninfo de la misma, y para ello se han practicado unas actuaciones que pretenden situar al edificio en la similitud más precisa con su origen, totalmente accesible, sustituyendo elementos añadidos con el tiempo para retomar sus elementos primarios. Para este proceso se ha procedido al saneamiento de toda la estructura metálica, y los pilares y lamas se han limpiado con arena a presión, protegido contra el óxido, y se han pintado con el color que evoca la fundición. Además, se ha rediseñado el sistema de evacuación de aguas, que antes bajaba por dentro de los pilares. También se ha sustituido la carpintería de aluminio blanco y los falsos techos que tenía. La iluminación interior ha experimentado un nuevo rediseño, y para resaltar el exterior se ha dotado de una iluminación artística. Con ello se reivindica como el mejor exponente de la arquitectura de hierro de finales del siglo XIX que se conserva en la ciudad.
El único elemento completamente nuevo es la cubierta, que se ha renovado para evitar el principal mal que amenazaba al edificio, la corrosión por el efecto de agua. El nuevo techo, sin uralita, ha mejorado el aislamiento térmico y acústico. A él se han reincorporado los tejadillos de la cubierta original, que antes funcionaban como respiraderos y que ahora tendrán una función meramente decorativa.
La restauración ha permitido incorporar además, elementos muy sugerentes como las dos enormes vidrieras que se han colocado en las fachadas, justo encima de las puertas de acceso. Con ellas, el edificio se hace permeable al exterior, permitiendo la vista desde fuera. En la fachada se han restablecido los medallones existentes, con réplicas que completan los dos únicos que se conservaban.
Y para favorecer el entorno del edificio, los accesos se han mejorado con el tradicional empedrado portugués, colocado por maestros calceteiros. Un guiño merecido al país vecino, que constituye una labor artística que se luce por igual en muchos otros lugares emblemáticos de la ciudad (como los aledaños a la Plaza Alta y la Plaza de Cervantes).
En fin, se ha logrado hacer accesible al edificio, con una rampa de entrada por la parte norte e incluso en el interior de la edificación para subir al escenario.
Una restauración que sirve para recuperar un edificio con mucha historia, el único que tiene reconocido interés patrimonio cultural en un campus universitario en el que sus edificaciones atienden a la época del ladrillo más reciente. Merece el esfuerzo realizado aun cuando no puede caer en el olvido de otras fases que deben complementar a este resurgir, para que efectivamente se convierta el lugar en el punto principal de actos académicos y culturales de la Universidad de Extremadura.
Ojalá que la segunda fase que pueda atender a la restauración de la planta baja permitiera sentar las bases del museo de la Universidad de Extremadura, algo consustancial a otras universidades y que aquí constituye una asignatura pendiente. Es cuestión de la sensibilidad cultural que se pueda tener y del deseo de mantener viva la historia de la evolución que tiene la Universidad extremeña, compartiéndola con la sociedad.
La lucidez del acto solemne de apertura del curso académico 2018-2019, celebrada el 19 de octubre de 2018, ha supuesto el principio de una nueva etapa en la que figure como protagonista este bello edificio. Esperemos que siga haciendo historia.
Se nota que te corre la Universidad por las venas. Bravo. Un artículo estupendo. Documentado y con sentimiento.
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Gracias Luis. Un abrazo.
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