España, sí ese país que se organiza en la actualidad en diecisiete comunidades autónomas y dos ciudades autónomas, conformadas a su vez por cincuenta provincias, a la que algunos gusta denominar “nación de naciones”, por aquello de la enorme polisemia que tiene la lengua española que permite referirse al término –aunque lo sea generando una tremenda confusión- desde una concepción cultural u otra jurídica constitucional, celebra en este año 2018 los cuarenta años de consagración de su Constitución Española, ese Texto Fundamental que marcó un floreciente camino desde que fuera ratificada por el pueblo español en referéndum de 6 de diciembre, para posteriormente entrar en vigor el 29 del mismo mes y año.
Un aniversario feliz por aquello de que recuerda que en esa fecha culminó la que fuera llamada transición a la democracia, desde el régimen dictatorial que venía siendo cuarenta años antes. No fue fácil conciliar posicionamientos tan drásticos como lo eran las concebidas como extrema derecha y extrema izquierda, con la intervención de centristas o moderados en su ideología de una u otra facción. Al final, con enormes esfuerzos y cesiones se llegó a consagrar ese “Estado social y democrático de derecho que propugna como valores superiores del ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político” tal y como proclama pomposamente el artículo primero de esta Carta Magna.
Ocurre que, a pesar de que en estos días se observa por doquier los ensalzamientos al Texto Fundamental, con actos públicos celebrados por todos lugares e instituciones para recordar y rememorar la hazaña política de un pueblo que sufrió lo suyo para acercar posiciones, el momento presente revela cierta tristeza. El mismo Presidente del Gobierno aprovecha el momento para declarar que la Constitución Española es un “texto añejo” necesitado de revisión. Qué decir de quienes con su deseo ferviente de alcanzar la secesión, no tienen reparo alguno en declarar su oposición a ese texto con el que no se identifican. Pasando por los que, merodeando en cualquier momento de revuelo, se tiran al barrizal para defenestrar con crudeza a ese marco constitucional que –no deberíamos olvidarlo- nos ha permitido avanzar, progresar y dejar de lado el frenético deseo de mantener vivo el enfrentamiento entre los integrantes del pueblo español.
Se me viene a la cabeza la hipocresía de la que permanentemente hacen gala muchas personas. Se observa cómo salen a escena, con un marcado deseo de postureo, teatreros que leen los artículos de la Constitución sin sentimiento alguno. Como si la comprensión de la lectura fuera igualmente una metodología de la enseñanza del pasado, que conviene dejar atrás para alabar lo que el circo pide, la palabrería vaga, el deseo frenético de convertirse en encantadores de serpientes, por aquello de que, como dijera Groucho Marx, los valores son permeables y resulta fácil cambiarlos si es menester. Todo es cuestión de agradar al oído ajeno, y para ello uno salta la comba si resulta necesario. No pretendo generalizar pero me resulta incomprensible que quien preconice el cambio normativo y acuda a la movilización, salga a escena para alabar el texto que arguye.
Me entristece sobremanera que este aniversario reavive –más todavía- el ferviente deseo de cambiar las reglas de juego. Tengo la impresión de que no se trata de adecuar el marco normativo fundamental a los tiempos presentes, sino de volver a lo que se venía haciendo cuando esos constituyentes dejaron la piel para convenir un texto. Porque sospecho que lo que se hizo fue dar un paso previo -más bien una cesión temporal consentida- que calmara ánimos y permitiera seguir, para retomar el trascendental tema cuando ya se viera el momento y la oportunidad. Eso es, un pacto consentido pero que en modo alguno suponía la aceptación indefinida por una facción importante del pueblo, deseoso de volver a la carga de hacer valer su frenético deseo de imposición de valores e ideas políticas.
Al final, hay una voluntad decidida de acudir al quirófano para introducir el bisturí de la revolución y cambiar las reglas que posibiliten un vuelco en la configuración política y jurídica de este país. No es de extrañar que en este escenario estén floreciendo ramilletes de extremistas que busquen la trinchera de la oportunidad, considerando que les llegó el momento de hacer valer su doctrina.
Cuarenta años dan para mucho, también para reflexionar sobre el camino que llevamos recorrido. Nuestra Constitución Española, por mucho que se antoje la oportunidad de modificarla, debería serlo, si así fuera menester, por la reflexión pausada de aquello que permita mejorarla, mas no creo que sea buena idea hacerlo con el calentamiento político de quienes más que progresar por el camino emprendido, desean cambiar la dirección. La que siempre han deseado.
En todo caso, y por haberlo vivido intensamente, no considero que nos encontremos ahora en el final de un trayecto, por lo que sí voy a celebrar este Aniversario con la admiración que merece un Texto que deseo mantenga la esencia del espíritu que impregna.
Feliz 40 aniversario de Democracia
Me gustaLe gusta a 1 persona