Recientemente he tenido la oportunidad de conocer Colombia, y con más profusión la ciudad de Cartagena de Indias, situada al norte del país, con la esencia histórica que desprende como ciudad colonial, y especialmente desde que se advierte el recinto amurallado que la acordona, con el colorido de sus casas y flores que dota a las calles de una belleza especial, su gente servicial y romántica, su gastronomía, y la crudeza que para los no acostumbrados a ello supone su clima tropical con ese bochorno agravado por la humedad que se sitúa sobre el 90%.
La ciudad fue fundada por los españoles en el año 1533, en un lugar donde se asentaba una antigua ciudad amerindia abandonada, llamada Calamarí, para convertirse prontamente en un importante puerto gracias a los navíos que depositaban el oro de la zona, principalmente procedente de Perú y Ecuador, y que con posterioridad se trasladaba a España. Con el florecer de la ciudad se fortalecía el comercio, muy especialmente de esclavos.
Esa riqueza llevaba a que sufriera ataques constantes de piratas y de las potencias europeas contrarias a la Corona de España, y de ahí puede fácilmente entenderse el porqué de esa fortificación defensiva que supone tener 11 kms de muralla (actualmente quedan 8 kms por las transformaciones producidas), con una altura media que oscila entre los 6 y 8 metros y construida totalmente en roca coralina, propia de la zona. No es sorprendente por ello que haya sido declarada Patrimonio de la Humanidad dada su gran importancia histórica y cultural para el pueblo colombiano.
Cartagena de Indias consiguió su independencia en 1811 por el libertador Simón Bolívar, y desde ahí en adelante se dice que la ciudad renació.
Hoy nos encontramos con una ciudad grande, que supera el millón de habitantes, en la que se mezcla la prosperidad propia de las zonas dedicadas al turismo (como la ciudad amurallada, Bocagrande y Castillogrande), y los barrios marginales donde se puede advertir mucha pobreza e inseguridad. En mi visita he intentando conocer estos contrastes para así llegar a saborear visualmente la esencia del lugar.
Aun contando con diversas entradas la ciudad amurallada, la más clásica y puede decirse que la principal para dar la bienvenida es la Puerta del Reloj, una construcción de estilo neogótico y que constituye el símbolo arquitectónico más representativo de Cartagena. En su momento contaba con un puente levadizo que separaba los distritos de San Diego y Centro de los arrabales pobres de Getsemaní, y que se alzaba todos los días a la nueve de la noche.
Tras ella se encuentra la Plaza de los Coches, antiguamente el lugar donde se producían las transacciones de esclavos, porque no debe omitirse este dato al ser Cartagena de Indias el puerto principal del comercio negrero del siglo XVII. Hoy se estacionan en este lugar los típicos carruajes de paseo. Está rodeada de casonas con balcones de madera y en las arcadas se sitúan los puestos vendedores de cocadas, unos dulces típícos a base de coco. En el centro de la plaza se erige un monumento en memoria de Pedro Heredia, el que fuera conquistador español fundador de la ciudad.
El camino por este casco antiguo nos lleva a la Catedral de Santa Catalina de Alejandría, que en su fisonomía originaria se empezara a construir en 1575, y tras ser parcialmente destruida por el ataque del pirata británico Francis Drake, fue reconstruida y rediseñada en 1612. En su altar mayor luce una obra completamente tallada en madera con acabados dorados.
El trasiego por estos bellos parajes nos conduce a otro lugar emblemático, la Plaza de Bolívar, llamada en su día Plaza de la Catedral y el lugar en que en el año 1610 iniciara sus funciones el Santo Tribunal de la Inquisición, lo que hizo que fuera rebautizada como Plaza de la Inquisición. Hasta que en 1896 fuera adornado el centro de la plaza con la estatua de El Libertador Simón Bolívar, rodeado de vegetación tropical y tupidos árboles.
Frente a este parque está el Palacio de la Inquisición, una construcción elegante donde vivieron los inquisidores. La fachada del edificio es un ejemplo del barroco colombiano, que fue luego transformado en Museo y Archivo Histórico en el que se exhiben mobiliarios de la época, aparatos y cámaras de tortura, y documentación de la época.
En la fachada lateral (hacia la calle de la Inquisición) se encuentra el ¨buzón de la ignominia¨, constituido por una pequeña ventana coronada por una cruz, que servía para que los delatores dejaran anónimamente su información.
Pero prosigamos el recorrido. Allá por donde camines, constituye un espectáculo visual encontrar pórticos, balcones con flores que cuelgan y adoquines que rezuman historia. Así llegamos a la Plaza de la Aduana, la más grande de Cartagena, que en su origen se destinó a hacer las veces de plaza de armas, por lo que a su alrededor se levantaron las oficinas administrativas durante la época de la Colonia. Allí se encuentran la mansión donde vivió el fundador de Cartagena, Pedro de Heredia, y una estatua en homenaje a Cristóbal Colón.
La Plaza de San Pedro Claver recibe su nombre en honor a la labor y el esfuerzo de San Pedro Claver a favor de los esclavos provenientes de África. En este lugar se encuentran numerosas esculturas en metal entre las que se encuentran la del propia Santo con un esclavo que le sirvió de intérprete.
Allí se encuentra el claustro y la iglesia que lleva su mismo nombre, construida a comienzos del siglo XVII por religiosos en honor al santo, si bien la que ahora se contempla data de un siglo después. Una de las infraestructuras que más sobresalen del centro histórico de la ciudad. Una joya arquitectónica, del estilo colonial predominante de la época. En su altar mayor descansan los restos de San Pedro Claver, que se hacía llamar a sí mismo “esclavo de los esclavos”.
Frente a esta plaza se encuentran el claustro y la iglesia que lleva su mismo nombre, esta iglesia fue construida a comienzos del siglo XVII por religiosos en honor a San Pedro Claver, pero un siglo después se edificó una nueva y el actual claustro que vemos en la actualidad.
Una nueva plaza merece destacarse, la concebida como Plaza de Santo Domingo, que llega a conocerse popularmente como la plaza de la Gorda por la famosa escultura de Fernando Botero, de 650 kilos, que se sitúa en su explanada, que se corresponde de una oronda mujer, Gertrudis, que tumbada se mira al espejo entre las sillas de los cafés y restaurantes que se encuentran a su alrededor. Se dice que si se le toca el rechoncho pecho, se tendrá suerte en el amor, y también que se regresará a la ciudad, así que mi mano se posaba con todo respeto para inmortalizar el instante.
Al frente de la estatua está la Iglesia de Santo Domingo, una construcción iniciada a finales del siglo XVI, y que es el templo más antiguo que posee la ciudad. Cuenta con la leyenda que una de sus torres inconclusas fue torcida por el diablo. Otra es que el Santo Cristo situado en su altar, fue tallado por un ángel.
Por estos lares pude advertir las mujeres mulatas concebidas como las palanqueras, de una simpatía extrema que adornan con su permanente sonrisa, vestidas con blusas coloridas, polleras largas y un cuenco en la cabeza donde apoyan los recipientes con productos para vender. Es un espectáculo que te permiten sacar fotografías a cambio de una tarifa que admite el regateo, famoso en estos lares cuando se trata de convenir precios a los productos y cosas que se ofrecen al turismo. Con este ofrecimiento, tampoco me fue posible no sucumbir a posar con esta agradable y colorida compañía.
Pero prosigamos nuestro recorrido. Entre los baluartes de Santa Clara y Santa Catalina nos encontramos con el último proyecto de la Colonia realizado dentro de la ciudad amurallada. Se trata de Las Bóvedas, una edificación de corte renacentista conformada por 24 bóvedas a prueba de bombas y 44 arcos de medio punto que actúan como un pórtico galería que corre a lo largo de toda la fachada principal y obedece a un diseño simétrico. Engalana y jerarquiza su fachada con un frontón central que alberga en su tímpano un blasón tallado en piedra. Por allí transitaban las tropas en tiempo de guerra, sirviendo de refugio ante el fuego invasor. También tuvo un cometido de servir de cárcel y almacén de víveres y pólvora. Luego de su restauración, en su interior podemos ver ahora cómo existen tiendas artesanales, de antigüedades, negocios de arte, joyerías con las características esmeraldas, o bares. Un lugar apropiado para soportar el famoso regateo.
Y si de historia se trata, ya fuera de la ciudad amurallada es necesario acudir al Castillo de San Felipe de Barajas, llamado así para rendir homenaje al rey Felipe IV, y a los ancestros del gobernador, los Condes de Barajas. Esta fortaleza, que data de 1657, es una de las más grandes de Latinoamérica, y es uno de los principales atractivos para el turismo. Se alza sobre el llamado Cerro de San Lázaro, y fue construido como un guardia de la “puerta de entrada” a la ciudad.
Llegó a ser una fortaleza infranqueable, con baterías, cañones protegidos por murallas imposibles de ascender. En su interior puede hoy verse lo que en su día fuera el aljibe, el cuartel, el hospital y el laberinto de caminos, túneles, galerías, desniveles y trampas construidos. Además desde allí puede verse la ciudad desde los diferentes ángulos del cerro, en una panorámica que llama la atención al visitante. Desde allí puede verse el Monte Popa, una montaña de unos 150 metros de altura en cuya cima se asienta el Monasterio de Santa Cruz.
El castillo sufrió constantes ataques por parte de los ingleses y franceses, siendo sonoro el producido en 1741 por el almirante inglés Edward Vernon, que tenía por misión atacar y destruir la ciudad acompañado de una tropa que excedía de 27.000 soldados, junto con 186 buques y dos mil cañones, pero sucumbió ante el militar español Blas de Lezo, protector de la ciudad, que se defendía con tan solo 3.600 hombres y seis buques.
En la explanada que se encuentra a la salida de la fortaleza puede verse una grandiosa escultura del militar español, el llamado medio hombre por aquello de que en sus sucesivas actuaciones bélicas había perdido un ojo, un brazo y una pierna. Con todo, su estrategia pudo con toda la poderosa armada inglesa.
Aquí tuvimos ocasión de trepar a ese bus colectivo popular en Cartagena, llamado chiva cartagenera, de madera, pintado en colores fuertes, con largos bancos tapizados, sin puertas ni ventanillas, propios para excursiones turísticas y que en la noche sobresalen por las luces que le adornan y el espectáculo musical que se produce en su interior.
Cartagena de Indias es también un lugar de contrastes. Ya desde las murallas puede divisarse la zona moderna, Bocagrande, que supone un cambio profundo en la fisonomía del lugar. El paisaje cambia por entero e incluso podría decirse que se acude a otro lugar diferente, traspasando fronteras. Pero así es este bello lugar, y Bocagrande se caracteriza por sus impresionantes rascacielos, hoteles frente al mar, múltiples restaurantes y tiendas lujosas que concentran una importante actividad turística y comercial.
Con todo, un lugar fuera de los consejos turísticos pero que constituye una aventura digna de ver, por aquello de conocer en su esencia a ese pueblo no tan pudiente que lucha día a día por sobrevivir, es acudir al mercado de Bazurto, que se encuentra a pocos minutos del centro histórico de Cartagena, justo debajo del cerro o monte de La Popa, y sin embargo no tienen nada que ver uno con el otro ambos lugares. No es un sitio para perderse, y he de confesar que acudir a él lo era sabedor de lo que encontraría por las referencias dadas, aunque no podía perderme la oportunidad de ver un pueblo que se agolpa en 35.000 puestos de trabajo en un lugar inicialmente diseñado para 1.200, con lo que claramente puede detectarse que se trata de una zona de inseguridad, amén de ser insalubre. Por allí se ven puestos de pescado, carne, fruta, electrónica, y ropa. Grandes en su número y en la mercancía que se vende, aunque digo igualmente que mi estómago se cerró cuando ví las condiciones en que se ofrecían los productos.
Finalmente, y para quienes quieran disfrutar todavía más, pueden acudir a las cercanas Islas del Rosario, un archipiélago que está a una hora en barco de la ciudad, y que es una buena opción para ver un Caribe de aguas más cristalinas, así como para disfrutar del buceo y otros deportes náuticos.
Un bonito viaje con un grato recuerdo. Si es verdad la leyenda de «la gordita», puede ser que tenga la oportunidad de volver. No me importaría en absoluto.