Me ha causado una profunda conmoción el caso de la joven trabajadora que se ha quitado la vida después de que sus compañeros compartieran un vídeo con imágenes íntimas suyas, grabado tiempos atrás con otro trabajador de la misma empresa, antes de que se casara felizmente con una nueva pareja y tuviera dos hijos. La grabación llegó también, como era de prever, al poder de su pareja. La empleada, humillada al máximo, había comunicado lo que estaba ocurriendo a la empresa en la sede oficial que mantiene en España (que cuenta con más de 2.500 trabajadores) sin que se tomara medida alguna para protegerla, lo que le llevó a esa tremenda decisión de suicidarse por la angustia y la ansiedad que le estaba provocando la situación.
Comparto totalmente la opinión que se ha vertido al respecto por parte de críticos y organizaciones sindicales, considerando que es un tema de calado y de responsabilidad personal de todos y cada uno de los compañeros de la trabajadores que, aunque queden desvanecidos de castigo alguno, nadie evitará que moralmente se les haga merecedores de la culpabilidad que supone por ese divertimento que, por desgracia, se acostumbra a hacer cuando se tiene noticia de algún compañero o compañera y se divulga alegremente con fines vejatorios y humillantes. Tan alegre como perversa e irresponsable actuación.
El tema no es aislado, aunque no siempre veamos titulares de prensa con una trágica consecuencia como la ahora producida. El respeto y consideración, y la libertad y derechos fundamentales de las personas se pone muy en entredicho cuando personas sin escrúpulos, a veces las que más tienen que callar, se convierten en altavoces del chisme, con una alegría que desborda lo permisible. Sin tan siquiera pensar el daño gratuito que infringen y lo devastador que puede ser para la persona que se sitúa en el centro de la diana.
El chismorreo es un deporte popular y encuentra un asiento muy incisivo entre los trabajadores, por aquello que cada uno se envalentona lo suyo cuando no les toca ser el centro de esa desafortunada atención. Mucho nos vanagloriamos de haber alcanzado un estado democrático y de derecho, donde los derechos fundamentales se deben respetar en su amplia dimensión y esencia, pero a la postre es tomado por muchos como sinónimo a la existencia de un estado de libertinaje, donde opinar puede hacerse hasta sus últimas consecuencias incluso para humillar, vejar, vilipendiar y dejar el fleco de la duda racional hacia otros; para que se defiendan como puedan, agachen la cabeza cuando pasen al lado de los compañeros, asuman la depresión o angustia que les produzca, o tomen decisiones más drásticas como la ahora publicitada.
El tachón que se hace en la vida de los compañeros afectados resulta muy difícil de borrar. Ahí quedará de por vida ese alegre y gracioso comentario o imagen para que cuando alguien no pudiera percatarse, se le llame la atención para decir “esa o ese fue quien…”. Mucho valor y fortaleza ha de tener quien se vea perseguido por ello, porque siempre estará presente su actuación para recordarla cuando menos se piense. El hostigamiento debería ser perseguido con contumaces actuaciones que preserven los derechos de quienes no tienen por qué soportar la intromisión ilegítima en sus vidas.
Vaya mi comentario para quitar la careta a esos chismosos y chismosas, que son los que deben ser denunciados y reprimidos públicamente, y la mejor manera de ponerlos en su sitio es simplemente no seguir la estela que van dejando, que refleja a las claras el tipo de personas tóxicas de que se trata. Enturbiadores de un clima laboral y de las relaciones que debe estar presidido por el respeto entre los humanos y sus legítimos e íntimos derechos fundamentales que tienen como personas.
Vergüenza dan esos «compañeros» que han «cosificado» a una mujer hasta ese punto. No tendrán ni conciencia ni remordimientos. Un buen expediente laboral les abría yo a cada uno.
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