En la historia de la humanidad y de sus gobernantes siempre ha existido la idea de que detrás del protagonista principal se encontraban otros personajes que con cierta sumisión quedaban un tanto ensombrecidos hacia el exterior, sin dejar entrever su brillante y sagaz intervención que quedaba en una especie de encantamiento que resultaba irresistible hacia quien, con total predisposición, se dejaba llevar por el camino que se les señalaba y acometer las acciones que se aconsejaban.
No faltan muestras de estos encantos, a los que también la historia hacía ver que se trataba de meros sueños llenos de amor cuando se trataba de mujeres cercanas al todopoderoso varón, sin ser lo suficientemente explícitos para reconocer que en verdad, aunque en algún caso lo fuera, no era cuestión de sexo sino de inteligencia, esa que impregnaba las dotes de muchas mujeres que contribuyeron al éxito de quien se dejaba aconsejar y, por tanto, no siempre dirigidas a la persuasión de quien perdía la cabeza por amor. Una interesante novela de Santiago Posteguillo, Yo Julia, afronta con notable éxito la vida y la memoria de la emperatriz más poderosa de la antigua Roma (desde el año 193 a 211), Julia Domna, consorte de Septimio Severo, a la que la misma historia no la quiso nunca sacar de esa defenestrada posición a la que se ha sometido a infinidad de mujeres que tuvieron el carisma, inteligencia y habilidad para no merecer ese trato ciertamente opaco y poco coherente con su activa intervención.
Esa misma historia que, en otras ocasiones y con loable profusión de lo acontecido, sí ha querido ir sacando a flote a los cercanos al poder, a veces para resaltar con crudeza el despiadado poder que tenían por la confianza que se había depositado en ellos. Con esmero científico se han ido descubriendo las pericias de ciertos personajes para hacer valer el papel que representaron en su momento. Un repaso de los monarcas en España, en los siglos XVI y XVII, nos delatan a las figuras de los denominados validos, como hombres que por gozar de la confianza del monarca que deseaba dedicarse más a florituras graciables de la vida que a la intempestiva y poco gratificante gestión de esos pueblos sometidos a su poder. Normalmente fueron personas que tenían como único mérito ser amigos o personas de confianza del monarca de turno, y en su privilegiada posición sucumbieron a los vientos del poder conferido para con ello atribuirse cargos, pensiones y mercedes para sus familiares y partidarios.
Aunque lo fueran con profusión durante la dinastía de los Austrias, también aparecen en épocas diferentes, bajo otras denominaciones como “privados” en el caso de la Edad Media, y “favorito” en el período de la monarquía del rey borbón Carlos IV, en el siglo XVIII (pueden consultarse, a estos efectos, las entradas que en su momento hiciera: Una figura en la historia: los validos / Manuel Godoy, en las entrañas de Badajoz).
Más cercano en el tiempo todavía, algunos historiadores han querido ver al General Primo de Rivera como un valido de Alfonso XIII, en los inicios del siglo XX. En otros territorios han ido apareciendo igualmente figuras similares, como ocurriera en Inglaterra y Francia.
Pero sin ese despiadado deseo de hacer dejación de la gobernanza que corresponde al poder de turno, lo cierto es que no faltan personajes cercanos a los líderes gubernativos que gozan de especial predicamento en las actuaciones del que siguen o a quien se vinculan con figuras semejantes a asesores, jefes de gabinetes, o cualquier otro título sugestivo que permita mantener en nómina al preferido -voy a llamarles así-, para distinguirlos de los pretéritos ejemplos referidos con anterioridad. En cualquier caso, e independientemente de la formación académica o habilidades existentes en los designados, estamos en presencia de personas de confianza y por ello sin mayor exigencia que la actuación dedil y voluntaria del designador.
Siempre nos encontramos con estos segundos de a bordo que, a veces, cuando ocupan posiciones más públicas visualmente, son apropiados resortes para combatir los duelos que deben mantener los primeros, facilitando el descanso en el encarnizado combate que se vive cuando se gobierna. La soledad del gobernante es una apreciación muy cierta porque siempre hay un momento donde el poder de decisión y los momentos de dar la cara son actos aislados donde no cabe asistencia. De ahí las tácticas bien llevadas para desviar hacia otros la atención del momento, como hacía con contumaz sabiduría intelectual el ínclito Alfonso Guerra respecto de Felipe González.
Dicho lo cual me centro en el momento presente. No faltaron las voces que hacían ver a un personaje conocido en el mundo de la pericia de la consultoría, el liderazgo y la gobernanza, Iván Redondo, como la mente que dirigía los pasos del actual presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. En teoría nos encontramos ante un consultor político, al que se le catapultaba a la concepción de un hombre de dos caras, por la dualidad de asesoramientos mostrados en los gobernantes del Partido Popular y, después formando parte del equipo socialista, desde las primarias del partido hasta llegar a la presidencia, en el que ocupa la jefatura del Gabinete del presidente.
Aunque el papel que el público en general le otorgaba era el de dirigir la prestancia pública que debía mostrar el presidente, con poses tomadas de propósito para objetivos de diversa índole (recuérdese al efecto y como mero ejemplo ese lucido viaje en avión con gafas de sol y despachando asuntos de estado, como en su momento hiciera JF Kennedy), siempre dirigidas a acrecentar el estigma del gobernante, la verdad es que su papel parece mucho más incisivo, como ya acostumbraba a realizar en otros momentos estelares de su apoyo a gobernantes (caso del expresidente Monago en Extremadura), preparando eslóganes y discursos del ahora presidente del Gobierno de España, que evidentemente no puede considerarse como una mera intervención literaria, y así parece apreciarse por la designación para incorporarlo al llamado “grupo de desconfinamiento progresivo”, en estos duros momentos del proclamado, y parece que interminable, estado de alarma. Estamos pues ante un preferido que sobresale de manera clara de cualesquiera otros muchos que se designan como personal de confianza. Aquí hay madera, como coloquialmente se dice cuando se hace referencia a personas que parecen ser muy adecuadas para desarrollar con talento una actividad, aunque pueda discreparse con sus directrices. Esto ya es otro tema.
Con todo, el momento actual que se vive en España cabalga por el camino de otros “segundos” que parecen “primeros”, aunque lo sea por esa floritura de gobierno de coalición que lleva a convivir políticas que, a priori, pudieran ser sociales y progresistas pero desde el impulso moderado, a otras que con la bandera del populismo trochan por la maleza del progresismo radical de la izquierda, en una cada día más exultante puesta en escena de dos personas que no se sabe a ciencia cierta, aunque pueda presumirse, si concilian sus ideas y posiciones, o chocan frontalmente con ellas pero que con un único objetivo de mantener el poder posibilita la mirada hacia otro lado para parecer lo que no es. El lema propio de la benemérita española “Todo por la patria” bien parece que pueda convenir al propósito de este “cariñoso” acercamiento que más temprano que tarde deparará resultados, los que creemos que pueden ser y así parece adivinarse, o los que no pensamos que ocurrieran nunca pero servirán para desmaquillar la esencia del amor verdadero.
El “segundo”, Pablo Iglesias, líder de la coalición política Unidas Podemos, convenientemente situado en una Vicepresidencia que le da alas, curiosamente enumerada con el designio que marca este relato, muestra la faceta del respaldo que le permite atribuirse graciables actitudes impropias de quien quiera gobernar y conciliar posiciones entre los representantes elegidos democráticamente por el pueblo español. Más bien direcciona el deseo que le envuelve de convertir en casta la propia que le da cobertura.
Pero cuando se enarbola una bandera que no es la nacional, y se exhibe un intento de asalto al poder tan manifiesto, no cabe la menor duda que nos encontramos ante un “segundo” que marca muy mucho al “primero”. Detrás del presidente, que silencia, se muestra un aguerrido político que al más puro estilo western de los de antaño, muestra la brillante arma que luce preparada para combatir con quien haga falta, porque el fin justificará los medios. El preparado discurso provocador es fiel reflejo de un venturoso momento que pacientemente se espera para afianzar aún más sus posiciones. Está por ver la reacción del primero, ahora mismo silente en este duelo de populismo.
Visto lo que la historia nos ofrece, es evidente que detrás de cada cual siempre hay alguien que “ayuda” a posicionarse. Bueno será descubrir esa sombra que se verá tanto más alargada cuanto mayor sea su influencia. Siempre será acertado estar atentos a los segundos, porque nos darán un fiel reflejo de cómo son los primeros y, con sus actuaciones, pueden vislumbrar el ferviente deseo de estar dispuestos al desembarco.