Historias sobre tareas y oficios (II)

He vivido las tareas del campo de manera muy cercana. Mi abuelo y mi tío me hicieron ver la dureza de trabajos que hoy en día son llevados con otros medios que facilitan la labor. Pero el recuerdo no puede quedar atrás en mi mente aunque sea ahora para deleite de una infancia que estuviera llena de ingenuidad ante estos trances laborales, si bien permite valorar lo que hoy se tiene y las ayudas facilitadas para mejorar la situación, elementos que pasarán muy desapercibidos para las nuevas generaciones que están completamente ajenas a esos momentos que fueron de especial dificultad para sus antepasados.

El recorrido que vengo a hacer comienza por la siega, una de las tareas agrícolas más difíciles de llevar por las condiciones en que se realizaban de antaño, en esos meses de verano en los que el calor se hacía protagonista del entorno. La siega ha sido, y todavía pervive en nuestra sociedad agraria, uno de los acontecimientos más importantes del año. Tradicionalmente, en las comarcas cerealistas, toda la vida individual y colectiva se veía trastocada al llegar la época en que se desarrollaba esta tarea agraria. El protagonismo lo adquiere ese campesino que mentalmente revivo, que ejecutaba las labores de la siega y que, por ello mismo, se le reconoce como segador, que trabajaba fuertemente en grupos o cuadrillas organizadas para realizar la labor de la manera más rápida y eficaz.

Para segar el tiempo es oro, y por ello empezaba el movimiento en la noche, cuando apenas clareaba. En estos momentos los segadores estaban en el tajo, en una larga jornada que se realizaba de sol a sol. Un duro trabajo que exigía comida recia y repartida a lo largo de toda la jornada. La mujer del campesino desempeñaba una labor de abastecimiento, acudiendo a la era para llevar comidas fuertes, vino y agua fresca en cestas, cántaros y botijos.

El momento de la siega era cuando el cereal se encuentra seco. El trabajo se hacía, en aquellos momentos que recuerdo, de manera manual empleando hoces bien afiladas. Para los diestros, las mies se agarraban con la mano izquierda y con la derecha se cortaba una manada empleando la hoz a unos centímetros por encima del suelo. Luego, las mies se ataban en gavillas con la misma paja que se cortaba, para ir disponiéndolas en hiladas y acto seguido formar haces atadas también con las mismas pajas del cereal que se estaba segando. Las haces debían estar bien equilibradas y, conforme se iban acumulando suficiente número de ellas, se transportaban a la era. El acarreo se hacía con mulas o carros, y después la trilla lo era todo.

Efectivamente, los tiempos pretéritos nos depara una operación ingeniosa que se realizaba con los cereales tras la siega o cosecha, para separar el grano de la paja. Era la trilla. Y esta se hacía con el trillo, que consistía en una plancha de madera, con el frente curvado hacia arriba como trineo, y que era arrastrada por caballos, mulas o bueyes, sobre la parva extendida en una era, y conducidos por un «trilleque».

Tras la trilla se hacía la limpia por medio del aventado, que consistía en lanzar al aire la mezcla de paja y grano obtenida; la brisa más ligera era capaz de arrastrar el bálago a un lado, mientras que el grano caía en el mismo lugar.

Puestos a la faena labriega, llega a mi mente otra tarea que ya se suple por los mecanismos que permite las nuevas tecnologías. La dureza de antaño lo era por la necesaria costumbre que se producía para arar las tierras, con esos medios rudimentarios que permitiera hacerlas productivas y permitir la siembra. La dura tarea era realizada por el labrador, que iniciaba la jornada laboral con ese artilugio terminado en punta que surcaba la tierra y que, para apoyo, contaba con animales que permitieran el arrastre. El labrador hacía que el apero inseparable que dispusiera fuera el arado. En mi caso, y en mi tierra extremeña, lo veía hacer con la ayuda de mulas. ¡Qué recuerdos más imborrables de mi memoria! 

Cuando la tierra se encontraba preparada, era frecuente ver esparcir la semilla a mano por esos infatigables trabajadores que día y noche velaban por conseguir un resultado que les permitiera sobrevivir. Con esa especie de bolsa colgada de sus hombros, la siembra a mano se hacía con el entusiasmo de ver florecer en algún momento lo que ahora se preparaba. 

Sobre el paisaje de la parcela o la huerta, se alza el labrador, en aquellos duros años de la labranza manual. Así, el labrador regaba todos los días la huerta, abriendo y tapando con una azadilla las distintas boquillas de la reguera, para que hilada por hilada, llegará el agua hasta el final del canalón. La mirada fija y decidida del labrador, con sus ropas gastadas del campo, así como con sus pies descalzos, son el exponente de unos momentos de antaño que viví muy de cerca con mis familiares, trabajadores de los de sol a sol y que en esos campos de Dios dejaron sus mejores años de vida.

En el paisaje que hoy podemos ver de los campos extremeños encontramos todavía resquicios de unos viejos artilugios que en su día fueron el resorte fundamental para permitir el riego de huertas y campos. La noria era una máquina que, al voltear la rueda elevaba el agua hasta la superficie para ir vaciándola en la madre de la reguera o a una alberca, que actuaba como depósito para que el agua tuviera más fuerza y discurriera por los surcos, sobre todo cuando la huerta era grande. El giro de la rueda era impulsado por un animal, generalmente una mula o un burro, dando vueltas sin parar.

La imagen del pastor es igualmente retenida en la memoria. Esa persona que se dedica a la cría, guía y cuidado del ganado al aire libre, acompañada de perros pastores, adiestrados para cuidar al ganado bajo la dirección de su amo. El pastor, aunque especialmente referido al ganado ovino, también se reconoce con otras especies de rumiantes. 

El trato con el ganado también trae lo suyo. Otro oficio que ha ido cambiando con la utilización de herramientas eléctricas es el de esas personas que, antes de la entrada de verano, se dedican a cortar la lana de los animales, los esquiladores. El trabajo no es nada fácil y requiere mucha experiencia para realizar la esquila correctamente porque de ello depende la lana resultante que después se comercializa. 

En mis raíces extremeñas no puede quedar en el olvido esa vida que llevaban los habitantes de la zona agreste de Las Hurdes. Reproduzco aquí, en dibujo, el grabado de J. Araujo, de 1880, denominado «El banco de la paciencia», en que esos ganaderos de la tierra se ayudaban de las mismas herramientas que utilizaban para esquilar ovejas en aras de cortar su cabello. Raíces profundas sí, pero reales del pueblo extremeño. 

.Los campos extremeños han venido siendo el medio de subsistencia para tantas y tantas personas. Todo tiene su aprovechamiento. En estas tierras es fácil encontrarse con abundantes alcornoques, y cada año, en los meses más calurosos, es fácil advertir la presencia de cuadrillas de trabajadores que realizan el descorche, manteniendo así vivo uno de los trabajos más antiguos que siguen existiendo. Una faena que comienza bien temprano para aprovechar las horas menos calurosas del día. Una tarea habilidosa que siempre ha llamado mi atención, como también ver esas sacas de corcho desbordando vehículos que las transportan para llevarlas a los lugares de producción y comercialización. 

En las zonas rurales podía divisarse también otra figura conocida como el carbonero. Una persona cuyo trabajo consistía en cubrir totalmente enormes pilas de leña con musgo y ramas tiernas, para hacer lo que se llamaba la carbonera. Luego se prendía esta leña y dejaba que se quemara durante días para posteriormente subir a la pilas y pisarla. Cuando la capa estaba estable y no temblaba, era señal de que todo estaba secado y endurecido, para así poder abrir la pila y obtener el apreciado combustible. En la actualidad ya no se usan pilas de leña, sino que la producción se hace en hornos hechos en el suelo. La leña de encina extremeña supone una valiosa materia prima. 

8 comentarios en “Historias sobre tareas y oficios (II)

  1. Extremaduras…I’m trying to remember a lovely newspaper article on the area..isolated from the rest of the world….agrarian…dwindling population…I can’t remember. Farm work is such a hard life. We did not have the water wheels…now it is all done by tractor/machines. In the state I grew up in, Iowa, we used to have harvest festivals where farmers brought out antique equipment and show how it all used to be done.

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  2. Fernando

    Muchas gracias por compartir esas experiencias y tradición que a pesar de su dureza garantizaban la autonomia de la labor. Me gustaria si es que recordara, como se utilizaba la guadaña o cuchilla para parva ya que no he encontrado mucha informacion al respecto.
    Saludos!

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