No vamos a negar el avance que en los últimos años ha experimentado la mejora de los entornos urbanos para facilitar la movilidad de las personas que poseen algún tipo de discapacidad física o movilidad reducida, pero parece mentira que con todos los avances sociales que hemos producido queden cosas tan nimias por cumplir como para dejar constancia de lo mucho que queda por hacer en este campo.
La verdad es que mientras no sufres las consecuencias de algo no eres consciente de las deficiencias que existen a tu alrededor. Es el caso de quienes caminando sin dificultad, a lo sumo seremos conscientes de las imperfecciones que puedan verse en algunos acerados o los baches sin cubrir que te encuentras en el camino. Pero normalmente no impiden proseguir evitando los peligros.
La cosa cambia cuando el que camina, o transita por las calles, en una persona con algún tipo de discapacidad física o movilidad reducida. Si los acompañas en un recorrido por la urbe empiezas a descubrir deficiencias que, en una gran mayoría, no te entran en la cabeza como pueden producirse. Porque no son cosas que surjan de un día para otro, sino estados que ha habido más que tiempo suficiente para comprender que deben recibir algún tipo de solución o mejora para facilitar el tránsito. Quizá en tu ablepsia con la que caminas de cotidiano no detectes ciertas anomalías en el recorrido urbano, pero cuando acompañas al necesitado vas descubriendo cosas en las que antes no habías tan siquiera pensado. Puede ser que ese sea el motivo de que los mortales sin deficiencias no necesiten poner las luces largas para divisar la extensión de la carretera, pero es motivo de preocupación no pensar más allá de lo que parece normal pero no lo es.

Mi experiencia comienza con la novatada de dirigir a un familiar que, por necesidades físicas y padecimientos propios de su columna precisa ir en silla de ruedas. Lo del medio para el traslado es un avance significativo para que los impedidos puedan salir del domicilio para respirar y verse involucrados en una sociedad que aun sin ponérselo fácil, siempre es mejor que las cuatro paredes de la casa que te cobija.
Te las prometes muy felices dirigiendo el medio que transporta al impedido, al igual que este que a priori se siente acomodado como para seguir el camino. No ha sido fácil pues, como ocurre a muchos mortales, eso de verse de un día para otro en una silla de rueda y que los demás puedan verte así no es del agrado y cuesta asumirlo. Tanto como para que a muchos resulta imposible convencer de que se asuma la situación y sea congruente con la facilidad que va a suponer salir y respirar al aire libre. Tal es el caso que me ocupa.
Total que nos ponemos en marcha y, nada más salir del portal de la casa encuentras los consabidos escalones que deben sortearse. Hay que tener formación previa para saber que lo más conveniente es dar la vuelta la silla y acometer el obstáculo de espaldas. Hacerlo al contrario simplemente puede suponer que al acomodado paciente lo hagas caer de bruces hacia el exterior. Como el conductor de vehículo que, de pronto, ve que el vehículo que conduce queda en su frontal involucrado en una zanja.
Pasado el primer obstáculo te involucras en un acerado que no resulta fácil. Vas sorteando obstáculos producidos por anuncios, farolas y desconchones en el suelo, para llegar a ese semáforo donde hay un rebaje que permite el acceso de las sillas de ruedas pero que, por desgracia, tiene un punto donde quedan pinchadas las ruedas delanteras. Si ha llovido, queda sumida la zona en una laguna que presagia encontrarte en una hazaña para sortear el obstáculo. La fuerza y maña, o la ayuda de otra persona es la que permite salir del obstáculo, para proseguir en hazañas similares hasta llegar a ese paseo recién estrenado, donde caminan personas haciendo deportes, corredores, bicicletas pero que, hele ahí, nadie ha pensado que podían llegar personas con sillas de ruedas. Tan es así que ese paciente con problemas de columna va a verse sometido a un salto permanente producido por ese suelo que, bien con acerado de losetas o conglomerados o pavimentos de hormigón que para mejor lucimiento han sido simulados como losetas, no es más que una vertiente visual sin efectividad práctica para los caminantes que van a averiguar la gracia del invento.

El recorrido no presenta alternativa alguna y para quienes como yo caminan por primera vez acompañando a quien necesita facilidades, nos alarmamos sobremanera por el hecho de que nadie haya podido pensar que una parte lisa facilitaría la accesibilidad de estas personas.
No encuentro justificación a este proceder de los encargados de estas trayectorias urbanas, tan alarmantes como las decisiones que hace unos años pude ver para quienes el carril bici era meramente una pintura en aceras sin que tuvieran el firme apropiado para ello ni tan siquiera evitara los obstáculos de farolas, señales y otros elementos del mobiliario urbano. El despropósito se agudiza y no parece que tenga vías de solución o al menos yo no lo veo en los procederes de las distintas vías urbanas que se realizan en estos momentos.
Cumplido el primer recorrido con mi familiar, al que quise darle la facilidad del desahogo de las calles y lugares de recreo, y al que invité a repetir el paseo, recibí como respuesta que mejor se quedaba en casa porque su espalda no soportaba el traqueteo al que se había visto sometido, similar al de un tren de décadas pasadas.
No le faltaba razón para temer el machaqueo que puede experimentarse en lo que es una aventura urbana. Efectivamente, no es fácil el tránsito del que necesita ayuda por su discapacidad o impedimento de movilidad. Mi pregunta es simple: ¿Dónde están las ayudas para hacer viables las calzadas a los ciudadanos con dificultades? No sé qué contestar, como tampoco la poca imaginación que pueda existir en los distintos proyectos que se acometen para reforma de calzadas urbanas. ¿Acaso no se exigen? ¿Tampoco como mejoras? Vete tú a saber.
Por lo pronto he averiguado que lo que yo veo como normal no es lo mismo para otros. Tanto como para que nunca deberíamos dejar de pensar en los demás.