Vivir el hoy puede no resultar tan grato

Personas cercanas a mí me hacen saber que en algunos de los relatos que realizo puede advertirse un cierto sentimiento de tristeza o desánimo. La verdad es que no puedo ocultar que el trayecto recorrido y las vivencias tenidas hace que afloren en mí ciertos sentimientos que pretendo no exteriorizar pero lo querido sucumbe con lo que pueda resultar por eso de que somos lo que somos, con nuestras fragilidades, y la realidad que vivimos. Quizá no sea incierto que por momentos deje caer posos de desánimo pero en modo alguno aparecen con pretensión diferente a la de ser reflejos de los pasajes de la vida que llevo recorrido y que me ha dado experiencias que, como puede ocurrir a muchas otras personas, no siempre son agradables. Vivir es transitar por el camino que tiene baches difíciles de evitar, y que quedan inmersos en tu interior por lo dificultoso que haya podido ser superarlos.

Si hay alguna cosa que fustigue más a nuestro organismo es el de ver padecer y sufrir a los seres queridos. Más que tu propio sufrimiento. Y cuando se peinan canas son muchos los momentos donde se han podido vivir escenarios difíciles de llevar.

Cuando eras jovencito la vida siempre brillaba. No parecían existir los días lluviosos porque siempre había momentos de disfrute y de belleza natural. Cabalgabas con la gracia de ver un panorama irresistible a nuestras facultades para absorber todo lo bello que aparecía delante de nosotros. Ni veíamos ni creíamos en las desgracias que siempre eran de otros. La sensación es la de ser infalible a cualquier ataque que perturbara nuestros muchos momentos de felicidad. Salías a todas horas, deseoso siempre de estar con esos amigos y amigas que llenaban tu vida. En verano te incomodaba la siesta, ese momento perturbador de nuestra activa vivencia. No había tregua, todo te llenaba y deseabas siempre estar en la calle, con tus amigos, en esos entornos donde las horas se hacían fugaces y el sol siempre veías sin ojeras, cuando no esa luna permanentemente risueña que te llevaba a sacar lo mejor de dentro de ti. El mundo no tenía problemas, sencillamente porque no eras consecuente con que existieran.

Tras esos pasos obligados y uniformes de toda persona en la edad escolar y juvenil, te adentras más tarde en el mundo de las responsabilidades, de los cuidados con los pasos que se dan. Inicias relaciones serias, formas una familia y todo cabalga con los problemas propios de crear un hogar y un entorno de seres que te siguen, que tú mismo has generado y contribuido a su existencia. Con todo, los problemas se superan, con mayor o menor dificultad pero la edad hace que tengas energía suficiente para afrontar todo lo que se ponga por delante. Salvo algún accidental suceso, no son momentos donde empiecen a padecer y desfallecer seres queridos. Todavía no, pero para desgracia no tardan los disparos.

Sí, porque aquellos que tanto has amado y querido empiezan a dejarte. Las causas son variopintas, pero empiezas a vivir las enfermedades y las embestidas con una intensidad mayor. Ya eres consciente y el dolor va afectando a tu interior. Paso a paso llegas a ver cosas que nunca creías que verías. Aferrándote a esas manos que ves que se marchitan. Los últimos suspiros que te arrancan el corazón. Compartiendo enfermedades ingratas que van minando la vida de gente querida de tu alrededor. Para verte escalar posiciones que te llevan a unas primeras filas. Ya no caben las tinieblas de antaño. El camino se despeja y eres perfectamente consecuente con lo que ocurre.

Los días pasan y en la batalla por la vida de los que van a tu par también encuentran dificultades. Unos tropiezan heridos pero se levantan y siguen; otros inician el camino que nunca estamos preparados para seguir; y tú, con las heridas que también soportas, vives la cercanía de la lucha. Te enconas por seguir y no pensar, pero es irremediable. Te superan los acontecimientos y no dejan de entrar en tu mente elucubraciones que te generan desasosiego. Sobre lo que viene, lo que sucederá y cómo podrás afrontarlo. Ves alrededor y las comparaciones son inevitables. Te rebelas contra la soledad y el infortunio. Con la conciencia que ahora mismo puedas tener, haces firmes propósitos de no pasar nunca por lo que ves en otros. Tratas de inculcarlo a tus seres queridos, para que sepan lo que puede ser tu voluntad y deseo. Pero el temor a que, cuando llegue el momento, nadie haga caso hace que te aferres al sillón de acogida, a ese rincón amado del hogar que nunca querrás abandonar. Piensas más de lo que debes.

La vida es dura, sí, tanto como para que te resulte difícil dejar de pensar lo que parece irremediable. Un futuro incierto, pendiente del trayecto que te tocará vivir. El hoy como presente merece aprovecharlo, vivirlo con la intensidad que se pueda, y si las fatalidades llenan tu entorno no quedará más remedio que afrontarlas. Claro que si se deja traslucir lo que se supone que es la tristeza, tendrá lógicas justificaciones por ver que no todo lo que sucede es digno de jolgorio. A lo mejor los sufrimientos de personas queridas, cercanas, te llegan al alma e impiden que cabalgues con la gallardía que desearías. Sí, esa es la realidad de la vida; con todo, puede comprenderse que no dejes de rebelarte ante este campo lleno de minas.

Con perdón si mi risueña cara de antaño se ve turbada por momentos.

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