El rol del victimismo

No sé si es una apreciación mía o simplemente una realidad de los tiempos que corren en la que un gran colectivo de personas se afanan por hacernos ver que son víctimas de la crueldad social y por ello mismo precisados de la permanente atención.

Claro que al hilo de las desgracias ajenas de los que sucumben ante los atropellos sociales se introducen personajes, muy muchos diría yo, que hacen del victimismo una actitud personal que produce buenos resultados, aprovechándose de que esa postura otorga lo que el profesor Daniele Giglioli calificaba en su obra Crítica de la Víctima, como un cierto prestigio por garantizar la inocencia más allá de toda duda razonable. El parecerlo rentabiliza mucho más que hacerse responsable para afrontar la situación.

Incluso cierta clase política hace de este gueto un patrón de actuación por venir que ni a las mil maravillas para obtener rédito electoral. No es nada extraño al comportamiento de estos aprovechados del mundanal ruido que estén en permanente reivindicación de ayudas a colectivos que por recibir atención ya se encaraman en el apoyo incondicional. No hay tras todo esto una ideología basada en la coherencia, en la búsqueda de ayudas que permitan introducirse a los afectados en el colectivo social que lucha colegiadamente por sacar adelante el pueblo en el que se involucran, sino un afán de alimentación para que manteniendo ese estado dependan del “amo” para recoger el chusco que haga vivir la vida sin más sobreesfuerzo que reforzar la hueste de los cazadores de personajes siniestros.

No quisiera con esto decir que en una sociedad tan complicada como nos ha tocado vivir no existan verdaderos necesitados, muchos diría yo, a los que tender la mano y no dejarlos sucumbir ante la riada de las desgracias. Pero resulta ciertamente sospechoso ver cómo se añaden al colectivo quienes se acomodan a una actitud pasiva para introducirse en la zona que les da confort. Ayudas tras ayudas se eternizan en un status del que no quieren apartarse y nosotros, impávidos y firmes muestrarios de la indiferencia, no hacemos más que asistir al espectáculo con incredulidad. Eso sí, gruñendo en los lugares inapropiados.

El caso es que a mí esto de los que acuden al victimismo crónico como modelo de vida me toca las narices, tanto como los que se aprovechan de la situación para día tras día brindar ayudas que por hacerse sin purgar el cesto, sin ningún tipo de retorno a la sociedad, convierten al sistema en fraudulento.

¿Qué debo hacer ante esos personajes sobradamente conocidos, vividores del cuento, que pululan alrededor con la lánguida mirada del más fiel actor teatral? Bien parece que la pregunta no admite otra respuesta que la de aguantarse y asistir al espectáculo con la lacónica actitud de considerarme una verdadera víctima de los que apuntan victimismo sin ser realidad. Esos que, como ya sentenciara Sartre, creen a pies juntillas que el infierno son los otros, los que debemos vernos obligados a soportar el chantaje, porque esta sociedad es la del bienestar en sentido amplio, la de vivir la belleza de lo que nos rodea y no sucumbir ante la pérdida del tiempo que pueda suponer producir, laborar, hacer algo por los demás.

He sido de los que cuando he podido, y con arreglo a mis posibilidades, he ayudado al que veía necesitado. Me creo un sentimental y el dolor me ha llegado muy adentro cuando veo personas padeciendo, pasándolo mal, tanto como para considerar que junto a los caídos en desgracia por las injusticias sociales se encontraban otros que soportaban los malos vientos que rumiaban sus mentes por las vivencias tenidas, y todos ellos merecedores de abrazarlos y a veces de una forma tan nimia como era simplemente escucharlos, para no considerarlos como lastres de la vida y del infortunio.

Pero hoy ya me cuesta tender la mano. Veo tanto fraude y tantos personajes presos de la vida fácil, rehuyendo de ayudas sociales que facilitan techo y alimentos, cuando no cohabitando lúcidamente en cómodas estancias para salir a diario a recoger el fruto de los que caen en sus redes, o simplemente viviendo de las ayudas económicas que graciablemente se conceden, que ya no me produce resquemor desatender al que veo venir.

Con todo, a veces sucumbo y no falta quien me hace ver el despropósito de mi aportación que irá finalmente a los bolsillos de quienes igualmente se aprovechan de tantos desgraciados cuya cara delata el alimento que reciben vía intravenosa. Quizá no sean estos más que ejemplos de desdichados que caen en la desgracia y por ello mismo verdaderos víctimas del infortunio, pero como cabalgan todos ellos dentro de la misma y aparente realidad, me revelo ante los manipuladores de la gente y de quienes los amparan como sustento de su triste actuación politiquera y gubernativa.

Ojalá aparezca alguien que lejos de dar graciablemente ayude de verdad, facilite el empleo, convenga la necesidad de una contraprestación a la sociedad del modo que sea, o facilitando la reinserción social de quienes puedan estar y vivan descarriados. Es este un modo de vida que creo que tiende realmente al bienestar social, a la solidaridad, como vía más acertada que creando ejércitos de mártires, de vividores.

Un comentario en “El rol del victimismo

  1. Angel Luis

    Muy cierto lo que dices, creo que no somos pocos los que hemos experimentado la misma evolución de nuestros sentimientos hacia los necesitados que tú describes en este comentario.

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