De un tiempo a esta parte aparecen en la televisión española, como caídas del cielo, un arsenal de series turcas que han desbancado a las que veníamos estando acostumbrados de antaño, para ofrecer una serie de culebrones que con pasiones arraigadas basadas en dramas, amoríos y tristezas familiares llevan a conmover a la ciudadanía, por si no tuviera ya poco con llorar las amargas situaciones que se viven en estos tiempos de dificultad extrema. El caso es que no hay domicilio familiar que no esté enfrascado en una u otra serie, para recibir esa música pasional que junto a llantos y tristezas extremas atenazan los corazones.
Atrás parecen quedar esas telenovelas latinas que primero en las televisiones públicas (nacional y autonómicas) pasaron a ocupar espacios en las privadas por allá de los años noventa. Tan atraídos se sentían los telespectadores del momento que según un dato al que he podido acceder, la serie venezolana Cristal alcanzó los 8,6 millones de espectadores y el 85% de cuota de pantalla. No fue la única porque cuando nos da por algo nos empachamos de absorber lo mismo, repetitivos hasta la saciedad. Atrás, muy atrás, quedaban esas famosas serie americanas que igualmente nos introducían en las rencillas familiares y los amoríos insatisfechos o llenos de dificultades. Aunque no faltaban las que sacaban a relucir el típico humor americano.

El caso es que hoy no puede faltar el decorativo paquete de clínex en las cercanías de las televisiones. Llorar y estremecerse hasta extremos inusitados bien parece que constituye el deporte morboso de quienes se apegan a la pantalla televisiva. Si hace bastantes años esos culebrones radiofónicos se convertían en la preferencia de los oyentes, en esas tardes veraniegas en las que la soledad aparecía en las calles y el único sonido de fondo eran las pasionales voces de los protagonistas de las imaginarias escenas novelescas (cómo no recordar Lucecita esa novela radiofónica que fuera la última emitida por la Cadena Ser en la temporada de 1974). Ahora con la visión se completa aún más el escenario de la pasión.
Por aquello de haber confundido el mensaje propagandístico, me he visto inmerso en la reciente serie de Hermanos, proveniente de ese país de la luna menguante y la estrella envueltas del rojizo de la bandera, y créanme que pensé que me daba algo viendo la trama con la que partía el primer capítulo. Llorar era un desahogo ante la angustia de la recreación que hacen los realizadores de los aspectos más lúgubres y dolorosos. Por momentos creía que la angustia me rompería el deseado descanso nocturno. Nunca había visto la minuciosidad y el detalle de las escenas más lúgubres, acompasadas de una música lenta e insistente que, si se quiere, puede ir viéndose la letra de los que entonan la melodía mediante los subtítulos que aparecen. Pena a tope.

No me extraña que con esta dirección estén haciendo el agosto los canales privados, por aquello de buscar una salida a la lúgubre programación que se hacen en las televisiones abiertas. Ya venía teniendo hartura máxima viendo los consabidos programas cocineros, los de voces de jóvenes y menores, los cansinos personajes de Pasapalabra con un Orestes que empalaga, los escabrosos programas de telebasura. o las interminables franjas dedicadas al tiempo que se repiten y repiten hasta que finalmente te agobia el calor que viene o la tempestad que inunda ciertas zonas geográficas, para ahora tener permanentemente de fondo una música apropiada para el templo árabe más consagrado. Por si fuera poco, por esas coincidencias que ocurren en la vida, he empezado a tomar infusiones en lugar del tradicional café de la tarde.
Hago firme propósito de ir cambiado mi actitud ante la vida para conectar cuanto menos sea posible la televisión, y dedicar el tiempo a la lectura, a escribir lo que me apetezca, a mover los pinceles para intentar plasmar lo que pueda sentir como arte, y a la tableta que a veces me introduce en un mundo social donde siempre resulta grato ver el dinamismo que tienen personas conocidas. Aunque en esto de las redes sociales también da para hablar lo suyo, si bien me quedaré y valoraré lo que tiene de positivo.
En fin, que me parece que lo de las series turcas no ha hecho más que empezar. Algún crítico nos abre los ojos diciendo que todavía no han aparecido en España las series de mayor aceptación en el país de origen. No sé si es una amenaza o mero presagio de lo que parece imparable. Esperemos que con tanta agonía no aumenten los casos de personas estresadas y depresivas.
Esto es lo que hay. A veces parece que no damos para más.