No hay nada más lúgubre que ver a esas personas alicaídas cuya cara es fiel reflejo de la penuria que alberga su interior. Esas penosas figuras estiradas hasta el extremo de no ver fisura en su rostro que denote haber hecho gala de una sonrisa y que en verdad le resulta extraña. Muermos diría yo con profusión para referirme a los sombríos de la felicidad, a los que sin razón aparente prefieren la oscuridad y el estereotipo de la pena agónica como forma de vivir. Un modelo que es contagioso porque quien al árbol mustio se arrima, poca sombra puede pretender recibir. Acabará igualmente siendo presa de la languidez.
A buen seguro que no faltarán ejemplos en nuestra inmediatez como para darnos cuenta de lo que hablamos, porque lo normal es que esta actitud venga complementada con el repelente repudio que emane de sus bocas, apropiado a la índole de su toxicidad. Aunque también puede ocurrir, en pocas ocasiones, que esos estirados personajes propicien la sonrisa de otros por el simple hecho de la gracia que muestren. Recordemos a Eugenio, ese emblemático humorista catalán que hace ya veintiún años que nos dejara, y que en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado nos deleitaba con sus chistes presididos por la seriedad de su exposición. Pero lo más normal es ver a otro tipo de personajes más estrambóticos, a los que dejo al lector que le ponga nombre y apellidos por aquello de que hacer una alusión supondría quitar protagonismo a otros que igualmente merecieran el escarnio.

Mejor conducirme por el camino de la sonrisa, de lo que es y representa para el bienestar humano por aquello de suponer un gesto que en la generalidad de las culturas se asocia con la alegría, la amabilidad y, en definitiva, con lo que representa la positividad. Quien sonríe desprende el imán de la atracción, de la permisividad en el acercamiento y, por ende, favoreciendo la atracción.
Tan relevante es el tema de la sonrisa que me encuentro entre mis lecturas con una experiencia increíble. Para la contratación de un trabajador, el empresario encargaba estudios morfológicos faciales de los candidatos, hasta el punto que los expertos detectaban aspectos relacionados con la tristeza o la amabilidad que pudieran tener, siendo concluyentes para dar el informe acerca de la oportunidad o no de la contratación en función de la compatibilidad que pudieran tener para el tipo de actividad laboral que se le pudiera encomendar.
La sonrisa es asimismo contagiosa, expansiva del disfrute y la satisfacción que se produce con su manifestación. Estar con personas que te arranquen la sonrisa es tanto como favorecer el bienestar, liberar dopamina y endorfinas y reducir la del cortisol, esa hormona llamada del estrés. Riendo, tal y como nos contara el neurólogo Sigmund Freud, logramos liberar la energía negativa del cuerpo. En definitiva, se produce un emergente estado de ánimo positivo que, a mayor abundamiento, y con arreglo a las investigaciones relativas a ello, cuando una persona es risueña actúan otras emociones complementarias que ayudan a que aumente nuestra esperanza de vida.
Claro que en esto de la sonrisa también existen defraudadores de la bondad que representa. Paul Ekman, del que se dice es el mayor investigador de la historia de expresiones faciales, aludía a 17 tipos de sonrisas complementarias a la propiamente concebida como sonrisa genuina.
En mi experiencia he podido detectar un tipo que yo mismo he llegado a denominar como la “sonrisa de la hiena”, para referirme a esas aparentes caras cándidas de personajes que sonríen con levedad de movimiento de comisura, siempre presente en su imagen, y que realmente vienen a confundir a sus presas. Generadoras de la confianza de los demás, están prestas a hincar los dientes sin ningún tipo de compasión. Realmente esconden a otras personas muy diferentes a lo que aparentan. Saber reconocerlas y tomar las medidas oportunas para prevenir sus acciones, constituyen un sabio consejo que me permito dar. Por aquello de que lo divisado y vivido puede convertirse en un medio de evitar que otros sufran similares consecuencias.
Me quedaré con la liviana sonrisa de la enigmática figura de La Gioconda, salida de esas prodigiosas manos de Leonardo da Vinci en el siglo XVI, que tantos estudios ha propiciado y que puede convertirse en el detonante de nuestro pretendido deseo de convertir a la sonrisa genuina en la imagen de la humanidad, del ser humano y su privilegiada posición en el reino de los vivientes.

Una sonrisa ayuda a enriquecer tu persona y beneficia a los demás. Lo mejor, prodigar en su uso.
Pues no sé cómo he llegado aquí, pero me ha encantado el relato. 🙂
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Agradecido por tu comentario. Un saludo
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Es muy lindo este relato. Donde hay una sonrisa, hay vida. Abrazos querido amigo
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Gracias amiga.
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