No me prodigo en estos lares por referirme a situaciones que pudieran tener connotaciones resultantes de las decisiones adoptadas por los gobiernos políticos estatal o autonómicos de esta España tan singular y variopinta, por aquello de que, en este campo, cuando los vientos se mueven lo hacen con virulencia y pretender hacer valer la razón o tratar de opinar con libertad y el debido respeto es mera utopía que aconseja desistir de ello. Se corre el riesgo de verse encasillado en lo que quieran los demás. El silencio es lo que cada vez mueve con mayor intensidad a unos ciudadanos que asistimos al espectáculo de los que día a día nos engañan sin reparo alguno, sabedores ellos y nosotros también de que esto va de teatreras actuaciones y de no moverse para no quedar fuera de la foto o para no ser objeto del escarnio de los que nunca tendrán remordimiento de hacer valer su posición prevalente.
Pero soy extremeño de nacimiento y de vivencia, en una zona geográfica en la que el olvido ha sido y es una constante y, como esos equipos débiles que luchan por evitar el descenso de categoría, somos presa fácil de las decisiones de los árbitros que, sabedores de lo bien o mal que pueda afectar a su status, son conscientes de que señalar el punto fatídico -llámese penalti-, para beneficiar a uno de los grandes es más cómodo que hacerlo a esos pobres desgraciados que bastante tienen con codearse con los potentes. El símil es igualmente trasladable a esa liga económica y social que se dirime en la España de los contrastes, donde los grandes mandan y dirigen el cotarro y el dedo de los dirigentes es consecuente con lo que se dirime en las urnas, obviando el cuidado y atención a los que estamos aquí –según parece- porque tiene que haber de todo.
El caso es que el olvido hacia algunas partes del territorio nacional, en particular Extremadura, no solo es una constante para ir retrocediendo cada vez más, sino que siendo poco para algunos lo hacen acompañar del “bordeo” sin reparo para que las escenas de antaño de quienes abusando de un pueblo sumido en la pobreza y la distinción de clases, sigan prodigándose con la intervención abusiva para decirte a la cara que qué nos vamos a creer; eso sí desde la modélica postura de hacer uso de la mentira sin límite como mecanismo para acallar bocas. Hasta los políticos autonómicos del mismo signo político que el estatal, se creen a pies juntillas que todo va a venir porque así se lo han prometido. Mejor confiar que repudiar. El fanatismo por bandera. Claro que ya no hay persona civil que no sepa que la mentira se ha convertido en el uso y costumbre de muchos gobernantes sin escrúpulos.
El olvido generalizado es, como digo, una constante. Y el aislamiento es tal que aquí no hay quien venga a poner un negocio porque para hacerse valer de las materias primas y posibilitar el desarrollo industrial o comercial va a necesitar de mucha paciencia, de medios alternativos costosos para paliar las grandes deficiencias en comunicaciones, y de las debidas influencias y compadreo si no quiere verse colgado en sus pretensiones. No son pocos los macroproyectos que se afirmaba que iban a llegar, de empresas de las que generan muchos empleos, y que llegado el momento se caían simplemente porque no se advertían comunicaciones consistentes como para que Madrid no fuese ya considerada una distancia considerable.
En esto de las comunicaciones se está rayando ya lo delictivo. Un pueblo dejado de la mano de Dios porque subirse al tren viene siendo una aventura que ni en el lejano oeste pueden advertirse sus precedentes. Entre trenes de desecho y vías tercermundistas, el caso es que quien quiera viajar por este medio lo tiene claro. Cuando no son las averías ha sido la imposibilidad de transitar por trazados inapropiados para mínimamente colocar una máquina de las que pudieran imprimir velocidad.

Pero hele aquí que llevando años de obras para hacer posible que el AVE llegara a la única Comunidad que no disponía de ello, y no pudiendo completar lo prometido, parece el momento de hacerse alguna foto y dar unos abrazos con golpecitos en la espalda. Para que nuestros dirigentes se sientan satisfechos y se den a sí mismo los oportunos besos de querencia propia, se llega a una solución salomónica. No hay dinero ni tiempo previsible para que el tránsito se prepare con las vías adecuadas, se electrifique los tramos, y se dote del poco rentable AVE, por lo que se quiere dar un paso de publicidad para decir que se viene trabajando en la dirección correcta. Así, mientras eso ocurre, se viene a cerrar un corto tramo que cumple las exigencias y se remoza uno de esos trenes de alta velocidad que han cumplido su misión por otras tierras más aventajadas –llámese Alvia- y para felicitarnos todos de lo bien que se está haciendo se busca un momento de regocijo con la presencia de autoridades y del Rey, ese pobre hombre que un día se le insulta y otro se le empuja para que vaya a actos tan desafortunados como este. Inaugurado el tramo, el tren de alta velocidad puede llegar a Madrid transitando por el resto de vías antiguas que alcanzan la Capital. Como es natural, en esos recorridos el tren no puede pasar de los 80 kms de velocidad. Vamos que nos encontramos ante la irrisoria actuación de quienes queriendo hacer uso de un Formula 1 lo ponen a transitar por un camino vecinal. A lo que se unen unas y otras deficiencias técnicas de máquinas que día tras día dan al traste con el cumplimiento prometido de recortar tiempo para llegar a Madrid. Y el Rey risueño por lo mucho que se está haciendo por Extremadura. Arropado, claro está, de otros muchos posaderos fotogénicos que representan a los gobiernos estatal y autonómico.
Los primeros días de tránsito han sido de nota. Retrasos de hasta más de una hora sobre horarios previstos, cosa que muchos advierten como normal hasta que se regularice la situación de un recorrido novedoso. Y en las explicaciones que públicamente da el Presidente de Renfe se escupe al pueblo extremeño una palabrería tan estrepitosa como indignante: «hasta que encontremos la solución, vamos a incrementar los tiempos de viaje para que la gente no tenga la sensación de que se llega tarde», unido a una reducción transitoria del precio del billete en un 50 por 100. Vamos, que eso de la alta velocidad es una entelequia para Extremadura y lo mejor será que nos callemos una vez más porque somos unos pedigüeños y quejicas de mierda. Que el país está muy mal y bastante tenemos con estas sacrificadas actuaciones que han impedido llevar más dinero a otros lugares más apropiados. Y que da igual que nos molestemos porque aquí, en Extremadura, todo el pescado está vendido y no hay temor a que cambien las situaciones políticas. Será porque el problema es de Renfe y no de quienes nunca van a dar la cara asumiendo su culpa dejando sus frondosos sillones.
Por cierto, el único vuelo que une Badajoz con Madrid, obligado a mantenerse que no por la rentabilidad de las líneas aéreas, también actúa con alevosía. Cuando no se suspenden los vuelos por no disponer de zona de aterrizaje que facilite luchar contra la niebla, nos encontramos con el último y reciente infortunio, que ha sido hacer el vuelo sin aire acondicionado cuando las temperaturas en Extremadura hacían silenciar hasta los pájaros. Si hubiese ido a otro destino seguro que las medidas se habrían solventado de otra manera. Me imagino que estar metido en la caldera ha tenido que ser para que los afectados salieran acordándose de todos los paridos sin necesidad.
¡Qué coraje tuvieron esos muchos extremeños que no tuvieron miedo para acometer grandes aventuras! Hoy, entre disidentes por voluntad y emigrantes que acuden a otros lugares para que puedan ganarse la vida, el extremeño se queja en la inmediatez, en el corrillo amigable, sin la euforia que debería tener para exigir con contundencia una España igual. Somos así, pobres y bien avenidos. Y…bien engañados. Para vergüenza de todos los que dicen dirigirnos.