Por la Sierra Grande de Hornachos (Badajoz)

Sumido en la espesa niebla que por estas fechas y en estos lares de la baja Extremadura insiste en mantenerse por las mañanas, para cegar la vista y servir de afronta a todo intento de avistar la bella naturaleza, inicio un recorrido en coche de algo más de cien kilómetros para llegar a la bella población de Hornachos, situada en la provincia de Badajoz y en la frondosa comarca de Tierra de Barros, en la falda de la concebida como Sierra Grande de Hornachos. En este recóndito lugar ubicado en el centro de la provincia se perciben dos grandes valores: su legado mudéjar y su alto potencial de naturaleza. Nada desdeñable por tanto como para merecer acercarse al lugar para conocer con más profundidad sus encantos.

Acudo así, junto con algo más de una veintena de ilusionados senderistas, a la llamada que hace el Grupo Universitario Multiaventura (GUM), del Servicio de Actividad Física y Deportiva (Safyde) de la Universidad de Extremadura, para emprender una de sus rutas programadas de senderismo y que, en este caso supone introducirse en esta Sierra muy apreciada por su alto valor paisajístico y de frondosa naturaleza, declarada como Zona de Especial Conservación. Una sierra que es de gran extensión, abarcando casi seis mil hectáreas pertenecientes al término municipal de Hornachos, y que surge como espolón coronado por crestones cuarcíticos y en la que especialmente cabe destacar que conserva reductos intactos del bosque y matorral mediterráneo que, junto a los grandes espacios adehesados, constituyen el refugio de gran número de rapaces y otras especies protegidas por encontrarse en peligro de extinción. No es de extrañar, por ello, que circulando en carretera por sus inmediaciones aparezcan las señales que advierten de la presencia de ciervos y linces.

Llegados al punto de encuentro para iniciar la ruta nos sorprende que luzca un sol radiante que embellece el majestuoso paisaje montañoso que ya se divisa desde las entrañas del pueblo de Hornachos. Desaparecida la niebla, se facilita el disfrute de lo que ya se aventura como una gran mañana estando inmersos en el corazón de la naturaleza. Los coches quedan en la parte más alta del pueblo y ya, a pie, con las mochilas como mandan los cánones y a golpe de esfuerzo y soniquete de los bastones de apoyo, comienza el trayecto por unos inicios bien cementados que facilitan esas primeras crestas. La dirección del grupo, como ya es habitual, la tiene Eduardo Rodríguez («Bolche» para los amigos, que ya somos todos pues nos encomendamos a él como protector y mandatario del ritmo que se acometa, lo cual no impide que siempre tenga la mirada puesta en todo el grupo, en el que se integran y le apoyan otros trabajadores del Safyde). En esta ocasión también nos acompaña Antonio Antúnez, flamante Director del Servicio, recientemente nombrado para acometer la tarea, junto con las ya habituales de Soledad Arroyo, Subdirectora, y Javier Delgado, Técnico.

El trayecto firme queda atrás para introducirnos en un sendero estrecho de piedra que hace el paso más lento e irregular. Una escalada que se antoja complicada, sobre todo por los que ya peinamos canas y algún que otro achaque que dificulta seguir a los retoños fortachones de los que irradian juventud. La cabeza del grupo no se queda atrás, con la plenitud de estado físico que atesora. Sea como fuere, unos y otros subimos como podemos para ir conociendo un bellísimo espectáculo de naturaleza en estado puro, divisando muy en lo alto un pico que incorpora antenas y que el amigo Bolche anuncia como reto al que llegar. Ahí está la altitud máxima, en el concebido como Peñón de Marín, con 951 metros en el Pico Hornachos.

Bordeando el paraje divisamos la existencia de un refugio de Adenex, bien guardado con cerradura, inmerso en el Valle de los Corraletes, espectacular casona de pedriza junto a algunas ruinas de la misma fábrica y que recuerda a los tiempos en que los pastores encerraban al ganado en ellos. Lugar propicio para un ligero descanso y fotografía grupal antes de emprender la empinada cuesta que lleve al Peñón de Marín.

El sobreesfuerzo se deja notar, y pronto aparecerán unos escalones que en algo ayudan a completar el último tramo, en un zig-zag propio de la subida. Finalmente, cada uno con su esfuerzo y tesón, se llega a esa altura para deleitarse con las vistas de los alrededores y, como no, hacerse esa fotografía que sirva de recuerdo. Desde aquí se advierte una espectacular atalaya sobre gran parte de la provincia de Badajoz y, según se dice, en ocasiones se permite atisbar los lejanos y nevados picos de la Sierra de Gredos. No es ahora el caso.

La bajada se hace por el mismo sitio hasta regresar a este refugio y propiciar un nuevo descanso para reponer fuerzas antes de introducirse en una amalgama de camino lleno de bosque y matorral. No va a resultar fácil pues el terreno es abrupto, de pedrería y con los matorrales rozando permanente el cuerpo. Un camino propicio para perderse salvo que se tenga un guía que muestre el profundo conocimiento del terreno que se pisa. Bajadas y subidas se intercalan para dar buena muestra de que estamos inmersos en terreno enteramente natural, y no existen directorios ni indicaciones que ayuden a seguir un determinado recorrido. El tipo de bosque y matorral con el que nos encontramos es el típico mediterráneo (encinas, alcornoques, coscojas, jaras, enebros, retamas, madroños, tomillo, romero, y un largo etcétera de fauna vegetal que da buena muestra de la grandeza que supone verse inmerso en este terreno). Sabemos, quizá por algún que otro anuncio que sí se advierte que es una zona de caza, que alberga también una variedad de fauna animal que, según la información que puedo tener es superior a las 220 especies vertebradas. Como fervientes conocedoras de las diferencias que tienen con el ser humano, no conseguimos ver alguna muestra, también propiciado por el barrido que haya supuesto la jornada de caza que se dice hubo en día anterior.

Nuestro objetivo ahora es cruzar todo este bosque frondoso hasta acercarnos a la senda moruna para llegar y visitar las ruinas del Castillo del siglo VIII, que domina el paisaje y corona la silueta de la población que se divisa en la lejanía. Un castillo que fue construido por los musulmanes aprovechando su difícil acceso, por aquello de la orografía del terreno y su situación estratégica como frontera entre los reinos musulmanes de Badajoz y Toledo. Un edificio que fue profundamente reformado por los cristianos tras ser tomado en 1234 por Pedro González, Maestre de la Orden de Santiago, aunque fuera respetado su perímetro exterior y algunos elementos decorativos. Lamentablemente el estado que presenta en la actualidad denota la casi desaparición del recinto exterior, conservando ciertos elementos estructurales tales como la torre del homenaje y otras de menor importancia, aún almenadas.  Es evidente que esta fortaleza sufre un deterioro progresivo.

Ahora de bajada las piernas sufren el paso del trayecto inclinado y el resbaladizo terreno por la humedad que acoge, para alcanzar el paseo que rodea parte de este recorrido, cuidadosamente mejorado, y finalmente llegar al punto de inicio. Unos 11 kilómetros que, como decía, se me antojan complicados pero hermosos, y que la organización califica la ruta como de dificultad media. En cualquier caso, recomendable para disfrutar de la naturaleza y la belleza que acogen los distintos puntos de esta querida Extremadura. No puede faltar, por lo demás, el agradecimiento a quienes han hecho posible este recorrido.

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