Cuando se han vivido —o se están viviendo— experiencias amargas, por esas enfermedades que en algún momento asolan el entorno familiar o las relaciones de amistad, como inevitables experiencias que la vida nos presenta, es frecuente que haga cambiar la perspectiva que se tenga y conmine a un mayor entendimiento de lo que realmente ofrece y precisamos del mundo en el que estamos inmersos. Tanto como para que ya nada pueda verse igual.
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