Lejos de otras cuestiones colaterales que sirven exclusivamente a la idea de rencor y venganza, que mueva a desaprensivos a la destrucción de cuanto suponga un precedente histórico, lo cierto es que las ciudades de cualquier parte del mundo se precian, desde el principal impulso que tuvieran en el siglo XIX, de estar engalanadas con estatuas o monumentos singulares que convierten a los lugares en sitios de recuerdos, por aquello de exaltar a personajes o hechos de trascendencia histórica, y que no solo favorecen a sus ciudadanos por hacer más gratos y embellecer esos espacios públicos, sino también para los visitantes que recorren las ciudades dispuestos -cámara en mano- a conocer lo que aparezca en su recorrido.
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