Sobre el nombre de las calles

             En este país del desenfreno e histerismo que últimamente padecemos con cierta intensidad, desde que la Ley de Zapatero la emprendiera con la Memoria Histórica se vienen realizando acciones para eliminar nombres vinculados a la dictadura. Bien parece que resulta tremendamente importante combatir la difícil coyuntura económica que atravesamos con la prioridad que supone eliminar nombres de quienes solo los más lúcidos historiadores conocen con exactitud y profusión. Y en torno a ello, recientemente ha sido en Alicante donde la precipitación ha hecho que un juez condene al Ayuntamiento para que vuelva a colocar el nombre de más de cuarenta calles que habían sido sustituidos, con el consiguiente desquicie de una ciudadanía que ya no sabe tan siquiera dónde decir que tiene su domicilio. Incluso en algunas otras localidades, la precipitación y la incultura de los ediles precipitaba quitar nombres a calles de personas para nada vinculadas a la dictadura.

                Pero no voy a entrar en polémicas que no son mi estilo, y mucho menos inundar mi blog con disquisiciones políticas que nada más que pueden conducir a dolores de cabeza, de esos que se pueden evitar simplemente con atender a otras cosas más importantes. Y es aquí donde voy a entrar, en esto de poner nombres a las calles, esos lugares donde el tránsito humano cotidiano ofrece la versión de la ciudad, de su historia, de su caminar en el tiempo. Si te paras a pensar, en una de esas calles que recorres casi de continuo puedes advertir imágenes de antaño que te devuelven la vida de lo ya recorrido. Algo que solo tu mente puede ofrecer con la exactitud de lo que verdaderamente ocurría y advertías. Desde niño a persona adulta, las calles forman parte de tu propia historia.

             Claro que lo genéricamente denominamos “calle” atiende a una expresión de espacio formalizado para encauzar el tránsito dentro de una urbe, pero que ha ido ampliando sus acepciones en función del crecimiento paulatino de ciudades, incorporando otras denominaciones que sirven para distinguir de qué tipo de recorrido urbano se trata. Así, en sus vertientes más conocidas se hace alusión a la “avenida”, para concebir la existencia de una calle más ancha que las demás; la “cuesta”, que avisa de la existencia de pendientes que requerían un esfuerzo físico; la “rambla”, que aun atendiendo a su concepto originario de torrente por el que circulaba un caudal temporal u ocasional por la lluvia, se incorpora a la urbe para describir una avenida que bordea la costa de un lago, un río o el mar. La “vereda”, cuando se habla de un sendero formado por el paso de los animales. El “bulevar”, como calle ancha y con árboles que viene arrastrado de la concepción originaria recibida a partir del derribo de las murallas y que hicieron que surgieran calles con una anchura mucho mayor que las tradicionales (que incluían alineaciones de árboles que solían jalonar un paseo central o las aceras laterales). La “ronda”, que informa sobre su carácter orbital. La “glorieta”, como plaza donde desembocan por lo común varias calles o alamedas. El “paseo”, que caracteriza a un espacio con amplias superficies peatonales.

           Pero no quedan ahí las variantes. La palabra “vía”, como concepción romana de recorridos que estructuraban el territorio y que, cuando fueron siendo integradas en ciudades mantuvieron el nombre que les caracterizaba; y una derivada es la “gran vía”, término que igualmente lo podemos ver en muchas ciudades para caracterizar a calles singulares, que albergan innovadoras tipologías arquitectónicas comerciales y terciarias, capaces igualmente de representar y simbolizar a la burguesía triunfante que las promovía.

           De menor intensidad aplicativa, aunque no olvidadas, son las “travesías” o “pasajes”, como recorridos subordinados a otras calles principales y con las que suelen conectarse transversalmente; o también “callejón”, como calle sin salida.

           Esta riqueza de matices de un mismo concepto, me lleva a entrar a examinar su apellido, esto es, el nombre con el que se les bautiza por las normas aprobadas por cada municipio. La importancia que tiene el mecanismo que se utilice nos dará una fiel imagen de la manera de ver el mundo que tiene una determinada sociedad, en tanto que, como decía una voz autorizada: “las calles de un pueblo son como páginas de un libro de historia”. Y así es por cuanto que los nombres propios advierten del recuerdo y homenaje de personas ilustres, hechos históricos, o elementos geográficos, entre las muchas posibilidades existentes.

           El origen de los nombres de las calles es un tema relativamente reciente. Hasta mediados del siglo XIX las calles no tuvieron rotuladas y los nombres que pudieran dársele no eran sino el reflejo de su ubicación en ellas de un determinado gremio, de profesionales, de una actividad concreta, de la casa de un ciudadano notable o asuntos similares. En definitiva, se trataba de denominaciones de origen popular.

          En España, por Real Orden de 30 de noviembre de 1858, se determinó que era preciso denominar todas y cada una de las calles que componían una localidad y dentro de ellas, numerar casa por casa los inmuebles que las componían. Igualmente habían de fijarse las condiciones que habían de tener las vías y espacios urbanos para denominarse: calles, callejones, plazas, plazuelas, etc. Los comienzos de todo ello produjeron dificultades que fueron solventadas por una extensa Instrucción que fue publicada en la Gaceta de Madrid el 24 de febrero de 1860, redactada por la Junta superior de Estadística y aprobada por S.M. la reina Isabel II. Una instrucción que aparecía acompañada de plantillas y modelos que resolvían las principales dificultades.

            A partir de aquí, han sido las disposiciones sobre gestión del padrón municipal de habitantes, en particular las relativas a la revisión de las unidades poblacionales, seccionado y callejero, las que han ido dando instrucciones precisas sobre rotulación de vías urbanas y numeración de edificaciones, actualizando y manteniendo unos criterios generales y precisos sobre dicha materia. A ello hay que unir las distintas Ordenanzas Municipales que en cada localidad contienen previsiones al efecto.

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            Desde la visión que me produce el tiempo que llevo vivido he de decir que cuando era niño me importaba un bledo el personaje que viera estampado su nombre en los recorridos callejeros. Y como había cambios por la evolución de los propios municipios, a veces, o casi siempre se me antojaba –y me sigue antojando- llamar a las calles por nombres anteriores, por aquello de que ya estaba tan asimilado en la cabeza que cuesta cambiar. En todo caso, y esto es un caso muy particular, me cuesta memorizar los nombres de las calles, y las confundo casi de continuo. La verdad es que hasta ahora he prestado poca atención a la relevancia que suponga el sujeto homenajeado, aunque lo sea exclusivamente por este motivo. Buena muestra de que, si fuera generalizada mi concepción del tema, poco homenaje o casi ninguno se haría a los ilustres personajes que pretende realzarse.

            Sea como fuere, lo cierto es que discrepo del hecho de vincular calles a nombres, por muy ilustres que hayan sido. Creo que la obra del ser humano debe quedar en su originaria aportación artística, intelectual, científica, política o de la índole que fuere, y en la necesidad de que las distintas generaciones lleguen a ellas y las saboreen hasta la saciedad. Por ello, me cuesta que se impida fotografiar una obra de arte o se dificulte el acceso a la misma, pues con ello lo único que se hace es quitar prestancia a su autor y a su doctrina u obra, aunque se quiera adornar de lo contrario. Lo cierto es que estas polémicas que de vez en cuando surgen con respecto a los nombres de las calles podrían fácilmente evitarse con un poco de más imaginación.

            Mi recelo viene desde que puedo advertir que los gobernantes tienen –y muestran a las claras- sus inclinaciones, políticas por supuesto pero también artísticas o ideológicas, de modo que su privilegiada posición hará que unas personas puedan brillar más que otras según el sitio en el que se plasme su nombre. En mi ciudad, por dar un ejemplo, nombres vinculados a lo académico, de los que fueran afortunados en el recuerdo, disponen de calles de categoría ínfima en el entorno urbanístico, mientras que otras figuras resaltan con emblemáticos nombres a calles, pabellones, monumentos, etcétera. Y no faltan en el panorama nacional ejemplos de calles que lucen con nombres de personajes respetables y sin embargo están asociados a calles de mala o meridiana fama. Ya decía Umberto Eco que, a veces, el galardón se convierte en una losa cuando se trata de colocar el nombre de una persona a las calles de la ciudad. Cuanta razón tenía.

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             Los vaivenes políticos hacen que estemos continuamente expuestos a estos cambios, intentando enterrar el nombre del rotulado como ya lo estaba físicamente desde hace años, y perdurar, lo que se dice perdurar, no lo viene siendo tanto desde el momento que los méritos del homenajeado se van disipando con el tiempo. Se mantienen y florecen, en cambio, esas bellas descripciones que atienden a lo para todos. Qué pena dar comprobar cómo pasan las personas por la vida en un completo anonimato, aun habiendo sido artífices de tantas y tantas hazañas en pro de la humanidad y la sociedad, en la cercanía de los pueblos y las calles, y no merecen más que su nombre figure –en su caso- en una lápida, como ciudadanos de segunda, tercera o sucesiva categoría, y otros, por mor de su legendario paso por el mundo, mantendrán viva la llama de su nombre hasta que los ediles del momento decidan borrarlo.

            Un acierto importante he podido comprobar en el campus de la Universidad de Extremadura, cuyas calles han sido bautizadas recientemente. Cualquiera apostaría porque este entorno universitario hiciera realzar a académicos que lo hubieran pisado impartiendo su doctrina, o dirigiendo el cotarro, pero con buen criterio – a mi parecer-, el gobierno universitario acuerda y acepta el ayuntamiento, que las calles revistan los nombres que preside la ciencia de los centros que se desperdigan por el ámbito universitario. Así,  los topónimos utilizados atienden a calle de las Ciencias, de la Economía, de la Medicina, Fisioterapia, Ingeniería… Salvo que también las ciencias del saber cambien, ya que puestos a ello también lo haríamos si fuera menester, parece claro que perdurarán estos nombres sin mayores problemas de índole humana. Y los maestros de la escuela universitaria mantendrán viva la obra de cada uno de ellos, sin aspavientos que clasifiquen a las personas.

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          Así debería ser si se comprueba como en Nueva York sobreviven perfectamente las calles con números, y en otras perduran y resultan emblemáticas las llamadas a la «Vía larga», «calle del norte», «paseo del rio», «Gran Vía», sin disquisiciones populares que generen polémicas innecesarias. En Japón, igualmente, pervive un sistema singular para designar a las calles, lejano al intento de darle apellido de personas humanas.

            Podría cundir el ejemplo, por aquello de que la historia también se cubre con lo que se ama y apoya, punto de inflexión sobre lo que una determinada sociedad persigue y quiere. Y en lo común y ordinario al ser humano, no existe controversia. Me atrevería a recordar ese artículo 14 de nuestra Constitución Española -que es mi precepto favorito- y que resalta cómo todos tenemos que ser iguales, sin discriminaciones. Un buen comienzo podría ser no hacer distinciones entre ciudadanos, salvo para vanagloriarlos en los aspectos que le son inherentes.

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Vivo en el número siete, calle Melancolía.
Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.
Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía
y en la escalera me siento a silbar mi melodía

Joaquín Sabina

2 comentarios en “Sobre el nombre de las calles

  1. En fin, hace años. muchos viví en Cáceres, calle Pintores lo que me decía que en ella habría en su momento muchos pintores, lo que no me llegué a preguntar era si éstos eran de brocha gorda o de pinceles, a fin de cuentas que más daba.
    Lo que si oí comentar a los foráneos es que hacía poco que se había vuelto a llamar así, era el año 1978, tampoco me fije nunca en el letrero y puede ser que todavía figurara el nombre de un Militar Franquista, creo recordar que incluso convivieran ambos nombres. A día de hoy si sé que en la placa reza Pintores pero nunca me importo saber el nombre del militar.

    Mis hijos no saben quien fue por poner un ejemplo Alejandro Encinas, un galeno famoso hace 30 años y tengo que admitir que en ocasiones he buscado información de nombres de las calles así supe que José María Alcaraz y Alenda, el nombre de la mía, fue obispo de Badajoz y además Fascista en la guerra civil española, convive aledaña a Sinforiano Madroñero, ilustre Socialista de la época. Sinceramente si han de cambiar el nombre de mi calle, Avenida para ser correcta, con los 25 años que llevo viviendo en ella y más allá del Ecuador de mi vida misma, no creo que me acostumbrara al nuevo, lo importante de mi calle son los años vividos, las personas conocidas y la felicidad que recuerde de ella, el nombre como aquella Murga Pacense, No importa.

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    1. Hay quien dice que para evitar las controversias, habría que legislar que se prohíba poner nombres de personas hasta que no pasen, al menos, cien años. Así nadie sabría las aventuras y desaventuras del homenajeado. Gracias por tu comentario Cristina.

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