Recientemente veo la entrada en el blog de ese extraordinario profesional que es José Ramón Chaves, de un interesante post dedicado a comentar una reciente sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Galicia de 22 de diciembre de 2016, en el que se plasma como antecedentes del caso enjuiciado diversas actuaciones realizadas en una Universidad por un Tribunal de Tesis Doctoral, que tras concluir la sesión y declarada la superación por el doctorando, se le otorgaba la calificación máxima de sobresaliente “cum laude”, lo que motivó la inmediata felicitación de todos los asistentes al acto público en el que se hacía la declaración, así como del propio Tribunal calificador.
Hasta aquí todo fluye con la normalidad universitaria, máxime cuando el galardón “cum laude” (con alabanza u honores) es otorgado casi unánimemente en todas las tesis doctorales que se defienden en este país, salvo casos muy excepcionales en los que, como señala Chaves con su humor característico, se “castiga” por crímenes inconfesables del doctorando, o de tesis tan malas que eran “antítesis”.
Ocurre, sin embargo, que en un acto separado que se celebra con posterioridad, siguiendo al efecto lo que dice la normativa aplicable, se produce la votación secreta de los vocales del aludido Tribunal para la concesión de la mención “cum laude” y deviene, helo aquí, con un resultado diferente al que habían hecho público con anterioridad. Por esas cosas que pueden ocurrir en el ámbito universitario, un vocal ha cambiado su voto y lo ha hecho ahora en contra, con lo que la exigencia de unanimidad para conceder la distinción no se cumple y el doctorando ve como se le despoja de su alabanza.
Pero no queda ahí la cosa. Días después, el vocal disidente, por los motivos que fuere –aunque fácilmente comprensibles- expone por escrito dirigido al resto del Tribunal Calificador y al Rector de la Universidad, que ha padecido un error al emitir su voto, “haciéndolo en sentido negativo cuando su intención era otorgar un voto favorable a la mención”. Por la Universidad –conocedora del juego- no se accede a “subsanar” el resultado y el asunto acaba en los Tribunales de Justicia.
El despropósito lleva al dictado de dos sentencias (una por el Juzgado que la trataba en primera instancia y otra del TSJ resolutoria del recurso de apelación presentado) que, considera que ha habido una vulneración de las garantías previstas en la normativa (por la publicidad realizada antes de celebrarse la sesión que debía decidir otorgar la distinción) y dispone retrotraer el procedimiento para que se lleve a cabo una nueva “votación secreta”. Increíble pero cierto.
El pronunciamiento es, por si mismo, materia para jactarse de preconizar lo que puede ocurrir cuando no se ve fin a los despropósitos, y sobre cuyo contenido no voy a entrar en mayores disquisiciones pues para ello está el gran relato que hace Chaves para mostrar abiertamente una opinión jurídica y “con los pies en el suelo” mucho más certera. Por tanto, no quiero incidir en lo sustantivo y me voy a quedar en lo formal. ¿Es comprensible que todo un académico, doctor, que asiste como vocal de una tesis doctoral, pueda participar en un acto público donde se declara la unanimidad de la decisión que otorga la distinción al doctorando, luego vote en contra en una sesión deliberativa del órgano, y finalmente se desdiga días después por considerar que ha cometido un error? Desde la calle seguro que advertirán cosas extrañas, tantas como pueden suceder a diario en un ámbito complicado y difícil de entender por aquello de que algunos se empeñan en vivir en un mundo surrealista.
Hay que insistir, una vez más, que en esta vida, y como se suele decir, no solo hay que serlo sino parecerlo, y las formalidades a veces denotan que, cuando no se siguen, se está actuando con una libertad inconexa con las normas a las que se debe acatamiento. ¿Y si uno ningunea lo exterior, que puede pensarse hará con el fondo del asunto? Pues mejor no pensarlo, o al menos no decirlo en voz alta. Yo me quedo en mi propósito, que no es otro aquí y ahora que destacar que las formalidades son tremendamente importantes para hacer visible cómo actuamos y somos de verdad. Y cuando se actúa investido de poderes públicos, más respeto debería producirse a los procedimientos para evitar imágenes como la comentada. Con todo ello no quiero decir que, como humanos, podamos cometer errores que la ley imperativa y la otra que rige la vida en sociedad permite enmendar, aunque sea simplemente pidiendo perdón.