Las ciudades se ven envueltas de infinitas figuras y formas arquitectónicas que denotan el devenir del tiempo, conviviendo patrimonios históricos con otros de más reciente factura, de modo que si entras en el estudio de sus detalles puedes adquirir una visión mucho más profunda de la evolución que experimentan. Pero junto a lo pomposo hay otros elementos que definen a las ciudades y que además de servir para embellecerlas, las hacen transitables durante todo el día. Descubrir y observar estos detalles también te permite adquirir una dimensión más amplia de la proyección de la urbe.
Uno de estos elementos singulares que a mí particularmente me llaman la atención, y sobre los que reparo casi obsesivamente en cuanto piso las ciudades y pueblos, son las luminarias que, en algunos casos como verdaderas obras de arte y, en otros, como mero mecanismo funcional, resultan imprescindibles para que el día no fenezca cuando se pone el sol. Imaginarse las ciudades de antaño, sin este medio, produce el agobio y temor que tendrían sus habitantes, y de ahí que no pueda extrañar que el recogimiento fuera temprano, al socaire de la penumbra.
Como todo, para llegar a lo actual hay que referir el recorrido seguido. Fue, precisamente, en el siglo XV cuando la gente empezaba a utilizar ceras, aceites y otras sustancias para alimentar la luz de sus lámparas de casas particulares, y el alcalde de Londres, Sir Henry Barton puede decirse que es el precursor de acometer el alumbrado de las calles, al dictaminar que todos los ciudadanos debían colgar lámparas para iluminar el exterior de las ventanas de sus casas durante las noches de invierno. Esa costumbre se extendió por otras ciudades, como París, que lo acometió en 1524.
En 1792, William Murdoch, ingeniero e inventor británico, ilumina su casa en Reino Unido con luminarias de gas, y esto marca el principio del uso de este combustible para la iluminación pública. En 1807 se produce la primera muestra pública de farolas de gas, en el conocido Pall Mall de Londres, durante la ceremonia de celebración del cumpleaños del rey. Esta calle se convirtió en 1809 en la primera del mundo en ser iluminada de manera permanente por gas. El 31 de diciembre de 1813 el puente de Westminster se ilumina con gas, y para 1823 más de 300 kms de las calles de Londres están iluminadas con cerca de 40.000 lámparas de gas.
La extensión de luces de gas se produjo rápidamente, llegando por primera vez a América, a la ciudad de Baltimore, en 1816. Poco después, las principales calles de Nueva York se iluminan con 2.400 lámparas. La Casa Blanca se encendió en 1848. Y en 1859 surgieron los faroles de queroseno, que fue la iluminación que dominó en toda américa.
Estas primeras farolas se encendían manualmente, y un farolero recorría las calles cada atardecer para realizar esta tarea, hasta que con posterioridad se inventaran mecanismos de encendido automático que prendían la llama cuando se abría el paso del gas.
Por lo que respecta a España, en 1826 el químico Josep Roura ilumina su laboratorio en Barcelona con un farol de gas. Su actuación lleva a que Fernando VII le encargara la construcción de una fábrica de gas y de más de cien farolas que en 1832 iluminarán el recorrido de su recién nacida hija por el centro de la capital española.
Hasta 1875 no se inventarían los faroles eléctricos, cuya tecnología consistía en un arco voltaico con electrodos de carbón que empleaban corriente alterna, que garantizaba que los electrodos ardieran de forma regular. Fue un ruso su inventor, Pavel Yablochoff, y hasta 1880 no se instalarían en unos almacenes de París (Gran Magasins de Louvre), aunque Londres volvió a ser la primera ciudad en instalarlos en sus calles (puente de Holborn Viaduc y calle Thames Embankment). En el continente europeo fue una ciudad rumana de Timisoara la primera en iluminar sus calles con faroles eléctricos, instalando 731 lámparas en 1884, aunque la ciudad española de Comillas le disputa tal honor, como atestiguan las crónicas de la época durante el verano regio de Alfonso XII, invitado por el Marqués de Comillas, y la celebración de un Consejo de Ministros en la villa en 1881. En los Estados Unidos fue rápida la adopción del alumbrado de arco (en 1890 había instaladas alrededor de 130.000).
A finales del siglo XIX, con el desarrollo de lámparas incandescentes, más fiables, brillantes y baratas, las de luz de arco quedaron en desuso para el alumbrado público, permaneciendo para usos industriales. Posteriormente se desarrolló la lámpara de vapor de mercurio de alta presión, que es una lámpara de arco eléctrico cuya descarga ocurre dentro de un gas bajo alta presión, por lo que se llamó HID (High Intensity Discharge), también conocida como DAI (Descarga en Alta Intensidad). Le sigue la lámpara de vapor de sodio de baja presión, que emite una luz amarilla y monocromática, y después se desarrolla la lámpara de vapor de sodio de alta presión, cuya luz es de color ámbar, pero tiene un índice de rendimiento de color un poco mayor. En 1960 entran las lámparas de descarga de halogenuros metálicos en acción que generan una luz azul.
Todas estas tecnologías están destinadas a ser sustituidas por la imperante en el siglo XXI, la tecnología LED, que progresivamente se viene acomodando en el alumbrado público desde que en 2009 empezaran los primeros experimentos en calles de pueblos y ciudades.
La tecnología se complementa de la tipología de farolas que han venido y vienen acoplándose en las ciudades, en unos casos de manera uniforme y en otros combinando modelos históricos con otros nuevos. La mezcla puede revestir una característica extrínseca a la propia evolución y distinción entre los cascos históricos y modernos de las ciudades, o una combinación decorativa que, a veces, no resulta tan convincente como para atribuirle algo de arte en su diseño y distribución. Aunque, como se suele decir, para gustos los colores.
La variedad de luminarias resultan evidentes en cada ciudad
Como cada ciudad tiene sus propias características, reparo ahora en la ciudad en la que vivo y que he recorrido lo suficiente como para describirla en la distribución que presenta de sus mecanismos de alumbrado público. Una perspectiva que a buen seguro puede que pase un tanto desapercibida para muchos viandantes pero que, de reparar en ellas, puede hacernos descubrir un nuevo panorama de lo que creíamos sobradamente conocido.
Badajoz presente una distinción básica en el tipo de farolas que ubica en el trayecto de sus calles. El casco antiguo, por una parte, acopla en sus principales calles, plazas y jardines farolas del tipo fernandino, aun cuando en su Plaza de España se combina con farolas del tipo Ribera, y en la Plaza Alta con otras más modernas. Se completa toda la zona céntrica antigua con faroles más sencillos –tipo villa– en las calles colindantes. El resto de la ciudad agrupa una tipología variopinta, más actuales con la modernidad, de diseño más estilizado y sencilla y que están redistribuidas en función de los momentos en que se han ido implantando.
El tipo de farolas fernandinas procede del diseño que se hizo en su momento para conmemorar el nacimiento de la Infanta Luisa Fernanda, el 30 de enero de 1832, de gas hidrógeno carbonado, y que fueron estrenadas en la Puerta del Sol y en las calles adyacentes de la localidad de Madrid. El encargo de las farolas fundidas se hizo a Londres y que muestra una inscripción alusiva a Fernando VII y al año 1832. Posteriormente, a mediados del siglo XX el arquitecto municipal Victor D´Ors diseña un farol que toma como base el de Fernando VII, inspirado en el modelo originario pero con menos detalle y una decoración más esquemática, cuya corona almenada se estiliza, semejando una corona de hojas.
En la actualidad ya se fabrican estas farolas en España, como reproducción fiel de las primeras, y se alzan en numerosas ciudades españolas entre las que se encuentra Badajoz. Algunas de ellas mantienen la inscripción que se refiere al año de implantación cuando se diseñó el tipo por encargo de Fernando VII. También se combinan con columnas y diversos brazos que, como ocurre en el Paseo de San Francisco, resultan monumentales.
Farolas fernandinas en la Plaza de España y calles, plazas y paseos principales del casco antiguo
Farolas fernandinas en diversas calles y jardines
Un elemento singular: las farolas Ribera de la Plaza de España
La combinación de lo clásico y lo moderno: las farolas de la Plaza Alta Obispo Marín de Rodezno
Por su parte, el farol tipo villa es un modelo muy extendido, que fue usado originariamente en la iluminación de gas. Puede presentar dos tipos de columnas (una más alta que la otra y con pequeñas diferencias en el labrado) y un tipo de palomillas.
Farolas Villa en lugares adyacentes al centro del casco antiguo
Tipología diversa de luminarias en los aledaños del río Guadiana
Luminarias modernas en parques, plazas y paseos de la ciudad
Diversos tipos de luminarias por las calles de Badajoz