Madrid es una ciudad que siempre me ha llamado la atención y que procuro visitar cuantas veces puedo, por aquello de que su seno alberga mucho arte, cultura e historia. Pero no solo me gusta ver su patrimonio, museos y espectáculos que continuamente brinda al visitante; en especial me atrae por la acogida que brinda y hace que cualquiera que se acerque se encuentre como en su propia casa. Me quedo entusiasmado viendo pulular a una multitud que camina de un lado para otro sin inmiscuirse en los demás. El contraste, la mezcolanza hace que se convierta en un lugar obligado de visitar.
Pretender en un post hacer un relato de cuanto tiene esta gran ciudad sería imposible que, por su grandeza e idiosincrasia, sobrevive incluso a sus propios gobernantes. Quizá por ello, coincidiendo que en estos momentos acabo la lectura de un libro que me ha hecho divisar la perspectiva de la ciudad en los tiempos de Carlos III («Carolus«, de Carolina Molina), y una visita esporádica que hago a la capital española, ha permitido que diera un magnífico paseo por esos lugares en los que el monarca impulsó decididas actuaciones para que la ciudad adquiriera el prestigio que merecía.
Pero hago una pequeña introducción para conocer al singular personaje. Carlos III de España, llamado «el Político» o «el mejor alcalde de Madrid» (aunque no lo fuera), era el tercer hijo varón de Felipe V y el primero que tuvo con su segunda mujer, Isabel de Farnesio, por lo que fueron sus hermanastros Luis I y Fernando VI quienes sucedieron a su padre en un primer momento; pero la muerte sin descendencia de estos llevaría a que Carlos ocupara el trono español desde 1759 hasta que falleciera en 1788, con ideas ilustradas y modernizadoras. Hacía con ello compatible los principios del absolutismo con los de la Ilustración bajo la máxima: “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”, que tan claramente ejemplifica la idea de paternalismo.
En sus casi treinta años de reinado, la ciudad que encontró y que vulgarmente se conocía como la del «agua va» (por aquello de que los ciudadanos vivían en una villa empobrecida y sin las mínimas infraestructuras imprescindibles para que merecieran su consideración mundial, de modo que los vecinos vertían cualquier tipo de porquería por la puerta de su vivienda tras gritar la famosa expresión), sin aceras y falta de luz, empezó a florecer y transformarse vertiginosamente, pavimentando las calles y dictándose normas de higiene y seguridad, amén de levantarse edificaciones que, con el devenir de los tiempos, se han convertido en emblema de una ciudad. Sin ser un intelectual, y alejado de los festejos, su máxima inquietud era renovar un país a través de una práctica a medio camino entre el idealismo moderado y el pragmatismo político. Pocas eras sus aficiones lúdicas, si acaso la caza, como ha quedado inmortalizada en la obra de Francisco de Goya, que en su momento mereció el reconocimiento del monarca y que hoy podemos admirarla en el Museo del Prado de Madrid.

Entre las reformas urbanas que emprendió merece destacar el embellecimiento y saneamiento de Madrid, empedrando las calles, poniendo alumbrado público, evacuando las basuras, construyendo paseos y monumentos emblemáticos. Toda una ingente labor de urbanización de la ciudad, asistido por arquitectos de renombre, aunque su predilección lo era hacia Francesco Sabatini, arquitecto italiano que desarrolló su principal labor al servicio de la Casa Real.
El paso en la historia de este monarca queda visualizado en las obras que acometió y en el reconocimiento singular que la ciudad le brinda con el monumento ecuestre que se encuentra en la Puerta del Sol, centro neurálgico de la villa. Ubicación que se realizó por votación popular. El monumento, inaugurado el 16 de diciembre de 1994 está basado en una reproducción de la estatua, atribuida a Juan Pascual de Mena, que se encuentra en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El monumento en bronce es obra de los escultores Eduardo Zancada y Miguel Ángel Rodríguez, quienes representan al monarca con peluca y vestido de gala con casaca, portando el collar del Toisón de Oro y la cruz de Carlos III.
Todo el conjunto, que alcanza los nueve metros de altura, se halla rodeado por una valla, y tiene un peso de 2.800 kg. En la parte frontal del pedestal, bajo un relieve del escudo de Carlos III, se puede leer la leyenda «CARLOS III REY DE ESPAÑA» y en la trasera «MADRID AL REY ILVSTRADO». El pedestal está rodeado por una inscripción, en doce renglones y para cuya lectura hay que dar otras tantas vueltas alrededor del monumento, en la que se describe brevemente la historia del reinado de Carlos III, los personajes importantes y las obras civiles realizadas. Consta de unos 2.000 caracteres en letra romana y fue escrita por el catedrático de Historia del Arte, Carlos Sambricio. En el interior del pedestal se guarda un microfilm con mensajes de los madrileños.
Para seguir las huellas dejadas por el rey Carlos III, como paseante hay que comenzar el recorrido en el parque del Retiro, donde llegó el rey (43 años de edad) con su esposa, la reina María Amalia, en diciembre de 1759. Al no haber palacio real en donde poder acoger a los monarcas, se les cedió el Real Sitio del Buen Retiro, un conjunto arquitectónico de grandes dimensiones que fuera edificado por orden de Felipe IV como segunda residencia y lugar de recreo (de ahí su nombre) en lo que entonces era el límite oriental de la ciudad de Madrid y que hoy en día se conoce por los escasos vestigios que quedan de él y por sus jardines, que conforman el parque del Retiro.
Parque del Retiro en la actualidad
Ambientado ya de esta forma me dirijo a esa gran obra que tal vez sea la que más se identifica con el rey: la puerta de Alcalá. El monarca estaba especialmente sensibilizado con derribar la antigua puerta existente, de ladrillo mezquino y poco vistosa, que fuera construida en su momento para dar entrada a una reina Margarita de Austria (que lo hizo el 24 de octubre de 1599), que estando ya casada por poderes con el rey Felipe III venía a conocerlo a Madrid; para construir una nueva que fuera acorde con la relevancia de la capital española, asumida la costumbre de que todos los reyes y reinas que acudían a la ciudad lo hicieran por la puerta de Alcalá y a través del Prado Viejo, además de ser la entrada principal de los que llegaban desde Aragón y Cataluña. Así se lo hacía ver la propia reina María Amalia que mantenía su peculiar disputa sobre ella y de la que venía a decir que carecía de gusto ornamental y era impropia para una gran ciudad.
Esta puerta se identifica, hoy día, con la Plaza de la Independencia, en el cruce de las calles de Alcalá, Alfonso XII, Serrano y Salustiano Olózaga y junto a la Puerta de España, entrada principal a los jardines del Retiro. Fundamentalmente recibe el nombre de Puerta de Alcalá por hallarse en el camino que conducía a la localidad de Alcalá de Henares.

Carlos III encargó el proyecto de nueva construcción que contó con los aportados por Ventura Rodríguez, José de Hermosilla y Francesco Sabatini, siendo finalmente aceptado por el monarca el de este último, como era de esperar pues no en vano depositaba en él su preferencia en el gran proceso de reforma de la capital madrileña. Comenzó la obra a principios de 1770, con un presupuesto de dos millones de reales, y concluyó en 1778, y fue considerado el primer arco triunfal de la era moderna, dentro del barroco clasicista, porque tras la caída del Imperio romano nada se construyó que fuera similar a los que había en sus foros.
Su diseño consta de cinco vanos, tres arcos de medio punto en el centro y dos de estructura recta o adintelada más pequeños. Por estos pasan los peatones y por los centrales los coches o comitivas. A ello se une un ático sobre el eje intermedio, coronado por un frontón triangular hacia el interior y semicircular, partido con las armas reales, hacia el exterior. De líneas sencillas y armónicas, fue construida con materiales tradicionales, granito de Segovia para la arquitectura y piedra de Colmenar par los motivos decorativos, angelotes, escudos, armas, yelmos, obra de los escultores Roberto Michel y Francisco Gutiérrez.
Sus fachadas exterior e interior tienen diferencias:
• La exterior supone una mayor relevancia al ser la puerta que recibe a los forasteros; era más ornamentada y rica, y en ella se pusieron columnas lisas con capitales jónicos pero con toques modernos. No le faltaron tarjetones, sus caras en piedra y sus molduras, que era lo normal en aquel tiempo, aunque lo que más resaltó fue la inscripción con letras de bronce: «REGE CAROLO III ANNO MDCCLXXVIII«, que era como decir que el monumento era del rey Carlos III construido en 1778.

Significativo fueron los adornos de angelotes o cuando menos querubines, que subidos sobre lo alto se posicionaban en gestor diversos, uno mirándose en un espejo, otro apoyado en un carcaj otro tocando a lira y el último con escudo, lanza y casco. Los entendidos daban significado a estas figuras, señalando que representaban las virtudes del propio rey don Carlos, a saber, la Prudencia, la Justicia, la Templanza y la Fortaleza.
Angelotes en lo alto de la Puerta de Alcalá
• La parte interior gustó menos, al estar menos embellecida por la ausencia de atavíos artísticos, ni siquiera llevando columnas que fueron sustituidas por pilastras. En lo alto volvían a aparecer figuras, aunque no eran angelillos sino hombretones, guerreros con cascos, escudos y trofeos.
Bajando uno de los tramos de la calle de Alcalá se llega a un punto igualmente neurálgico de las reformas propiciadas por el monarca. Para satisfacer los deseos del rey, junto a la remodelación del paseo del Prado, el arquitecto Ventura Rodríguez proyectó tres fuentes: una, la de Cibeles, que representaba a la Tierra subida a su carro triunfal; otra, la de Neptuno, que simboliza el agua como divino elemento; y en medio la llamada como Apolo o de las Cuatro estaciones, por tener las cuatro representadas con el dios como figura central. Las dos primeras estaban inspiradas en la Iconología de Ripa, y representaban a la Tierra y al Agua enfrentadas.
La fuente de La Cibeles se instaló en 1782 en el Paseo de Recoletos, junto al Palacio de Buenavista, orientada hacia el Paseo del Prado, de cara a la de Neptuno. Toda la fuente fue esculpida en mármol cárdeno del pueblo de Montesclaros (Toledo). La figura principal es la diosa Cibeles, obra del escultor Francisco Gutiérrez, que está montada en un carro dispuesto sobre una roca que se eleva en medio del pilón. En las manos lleva un centro y una llave y en el pedestal se esculpieron un mascarón que escupía agua por encima de los leones hasta llegar al pilón, más una rana y una culebra que siempre pasan desapercibidas. Dos leones esculpidos por el francés Roberto Míchel, tiran del carro y representan a dos personajes mitológicos Hipómanes y Atalanta que fueron condenados por el dios Zeus a ser leones y tirar eternamente del carro de la diosa Cibeles, por cometer sacrilegio cuando se enamoraron y se unieron carnalmente en su templo.
En 1895 se trasladó la fuente al centro de la plaza, colocando a la diosa mirando al primer tramo de la calle de Alcalá.
Fuente de Cibeles
Posteriormente se añadieron en la trasera dos amorcillos; uno (cuyo autor es Miguel Ángel Trilles) vierte agua de un ánfora, y el otro (su autor es Antonio Parera) sostiene una caracola. En el estanque superior hay dos surtidores verticales que alcanzan los 5 metros de altura, acompañados de una serie de chorros inclinados que envían el agua desde la diosa hasta la parte externa.
El monumento servía para dar de beber a los transeúntes. Había dos chorros, uno para los aguadores oficiales, que distribuían el agua a otras partes de la ciudad y el otro para los paseantes. Además, del pilón, bebían la caballería y otros animales.
La fuente situada en el centro de la plaza es la confluencia de tres calles muy importantes de Madrid: Alcalá, Recoletos y Prado y con edificios tan emblemáticos como El palacio de Linares (Casa de América), el Banco de España y el Palacio de Comunicaciones.
Entre las vicisitudes que ha pasado en el tiempo hay que resaltar la producida al comienzo de la guerra civil, en 1936. Ante los incesantes bombardeos, el gobierno leal mandó proteger varios monumentos simbólicos de la ciudad, entre ellos, la fuente de Cibeles. Fue cubierta de una estructura enladrillada de tipo piramidal la cual se rellenó de arena y sacos terreros.
Y desde hace varios años es punto de celebración de los éxitos de los aficionados al equipo de fútbol local, el Real Madrid. Además es convidada de piedra (dicho sea en toda su extensión) en la mayoría de la manifestaciones de carácter político o cultural o incluso en la cabalgata de los Reyes Magos. Y, al haberse trasladado en 2007 el Ayuntamiento de Madrid al edificio que está justo detrás, el Palacio de Comunicaciones, puede decirse que la diosa Cibeles sirve de presentación al Ayuntamiento.
El proyecto de la fuente de Neptuno (1780-84), realizado en mármol blanco de Montesclaros (Toledo) comenzó con el escultor Juan Pascual de Mena, quien moriría antes de terminarla. Probablemente fue concluida en 1786 por su discípulo José Arias.
Consiste en un gran pilón circular en cuyo centro se encuentra el dios Neptuno, dios de los mares, con una culebra enroscada en la mano derecha y el tridente en la izquierda, sobre un carro formado por una concha tirada por dos caballos marinos con cola de pez. Alrededor del carro se ven focas y delfines que arrojan agua a gran altura. El dios de las aguas aludiría a la Marina que Carlos III reformó para hacerla más competitiva y reforzar el nexo con las colonias.
La orientación del conjunto escultórico de Neptuno, en primer lugar, fue con la mirada dirigida hacia su vecina fuente de la Cibeles, en la plaza de la Lealtad, e igual que ésta, en un principio estaba a ras de suelo, cosa que posteriormente se las subió a un “pedestal”.
Desde 1898 se encuentra en el centro de la plaza de Cánovas del Castillo, en la que nos podemos encontrar hoy en día edificios de significativos, como son los hoteles Ritz o Palace, el edificio de la Bolsa, el Palacio de Villahermosa, actual museo Thyssen-Bornemisza, todos ellos construidos entre los siglos XVIII y XIX.

Actualmente es el lugar donde el club de fútbol Atlético de Madrid y su afición celebra sus triunfos deportivos.
La fuente de Apolo o de las Cuatro Estaciones se empezó a construir en 1780 por Manuel Álvarez, el Griego, que se encargó de las figuras que representan las cuatro estaciones, mientras que la figura de Apolo fue realizada por Alfonso Giraldo de Bergáz en 1802, aunque no fue hasta el reinado de Carlos IV cuando se puede dar por terminada. Si es también conocida como fuente de las Cuatro Estaciones lo es por las esculturas representadas en la parte baja.

La fuente consta de dos pilones, con escalinatas en medio, de donde cuelgan en dos de sus costados, seis conchas, tres en cada lado, con la función de tazas y con diferentes tamaños. En los frontales del pedestal, dos mascarones que arrojan agua. A la altura de la cornisa del pedestal, sujetadas por estribos decorados, cuatro esculturas que representan las cuatro estaciones (de ahí su otro nombre) entre medias de las esculturas se encuentran unos escudos de armas de Madrid. Las cuatro figuras de las Cuatro Estaciones están situadas sobre sus correspondientes cuatro estribos que arrancan desde la cornisa adosada al pedestal. En cada uno de los laterales del mismo se colocan máscaras de Circe y Medusa, a media altura, que arrojan agua por medio de surtidores.
La Primavera es una mujer con flores que simboliza el nacimiento del año. El Verano es también una mujer con una espiga de trigo en representación de los campos cultivados, y tiene una hoz en la mano. El Otoño es un hombre joven que lleva una corona de uvas en la cabeza y algunas en su mano. El Invierno está representado por un anciano simbolizando el final del año y de la vida.
La remodelación que se hizo del Paseo del Prado, una zona palaciega y monacal separada del casco urbano madrileño por un eje arbolado longitudinal, consistía en una serie de plazas y un gran paseo llamado Salón del Prado. En un principio la fuente se colocaría en una de estas plazas, mirando a lo que hoy es la Plaza de Neptuno, donde se culminaría con un proyecto ambicioso en este entorno del Paseo del Prado de San Jerónimo. El reinado apostaba por el conocimiento de la Ciencias y por ello se proyectó en los aledaños la Colina de la Ciencias compuesto por el Museo de Historia Natural, hoy pinacoteca del Prado, el Observatorio Astronómico y el Jardín Botánico. Todo ello inmerso en los jardines del Buen Retiro.
El proyecto arquitectónico de la actual pinacoteca fue aprobado por Carlos III en 1786. Supuso la culminación de la carrera de Juan de Villanueva y una de las cimas del neoclasicismo español. Las obras de construcción se desarrollaron durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, quedando el edificio prácticamente finalizado a principios del siglo XIX, si bien la llegada de las tropas francesas a España y la Guerra de la Independencia dejaron su huella en él; se destinó a fines militares (cuartel de caballería) y cayó prácticamente en un estado de ruina; las planchas de plomo de los tejados fueron fundidas para la fabricación de balas. Gracias únicamente al interés manifestado por Fernando VII y, sobre todo, por su segunda esposa, Isabel de Braganza, se inició, a partir de 1818, la recuperación del edificio, sobre la base de nuevos diseños del propio Villanueva, sustituido a su muerte por su discípulo Antonio López Aguado.

El Real Observatorio Astronómico de Madrid es otro de los proyectos que llevó a cabo Carlos III, a propuesta del célebre marino y científico Jorge Juan. Frente a la puerta del Ángel Caído de El Retiro se ubica el edificio que diseñó Juan de Villanueva inspirándose en las ruinas del Templo de Vesta en Tívoli. Comienza a construirse en 1790 en una pequeña colina situada junto al actual Parque del Retiro, y a la vez, se encarga al astrónomo W. Herschel la construcción de un telescopio reflector de 60 cm. de diámetro. Allí se custodian muchos de los instrumentos esenciales que permitieron avanzar en el conocimiento de la Tierra y de los astros. Este complejo constituye el último brío de la Ilustración en la capital. Con él se cerró el triángulo de las ciencias que forman el Museo de Historia Natural -hoy Museo del Prado- y el Jardín Botánico.

El 17 de octubre de 1755, Fernando VI ordenó la creación del Real Jardín Botánico de Madrid, que se instaló en la Huerta de Migas Calientes, en las inmediaciones de lo que hoy se denomina Puerta de Hierro, a orillas del río Manzanares. Contaba con más de dos mil plantas, recogidas por José Quer, botánico y cirujano, en sus numerosos viajes por la península u obtenidas por intercambio con otros botánicos europeos. A partir de 1774, Carlos III dio instrucciones para su traslado al actual emplazamiento del paseo del Prado, donde se inaugura en 1781. El arquitecto Sabatini y Juan de Villanueva, al que debemos el Museo del Prado, el Observatorio Astronómico y otras obras, se hicieron cargo del proyecto. La puerta principal es de estilo neoclásico y fue construida por Villanueva.

El Palacio Real de Madrid, que recibe también el nombre de Palacio de Oriente, fue construido en el siglo XVIII, por orden de Felipe V, sobre un antiguo solar del antiguo Alcázar, antes castillo musulmán. Juan Bautista Sachetti comenzó la obra en 1738, y se prolongaron durante diecisiete años. Cuando finalizaron en 1764, Carlos III estableció en él su residencia habitual. Sabatini realizó el ala sudeste y la gran escalera o escalera de honor. La planta es cuadrada con un gran patio central, a la que se accede en el lado este de la edificación por la puerta del Príncipe. Entre sus numerosos atractivos están también los jardines de Sabatini y Campo del Moro, así como todas sus fachadas.
Existe un debate a la hora de enmarcarlo en un estilo, dependiendo de los autores, unos se inclinan más por el barroco y otros por el neoclásico. Las dependencias interiores son muy numerosas y destacan el Salón de Alabarderos, el de las Columnas, el Salón de los espejos y el cuarto del rey Carlos III, entre otros muchos. Se pueden contemplar pinturas de Velázquez, Goya, Rubens, El Greco y Caravaggio.
Hoy en día el palacio es utilizado exclusivamente para recepciones, ceremonias y actos oficiales.