Los tiempos recientes han deparado tantas cosas como para que, ilusos de nosotros, hayamos intentado dejar de lado las humanidades para dirigirnos sin freno alguno a la conquista del mundo de la sofisticación tecnológica y las habilidades financieras. La importancia se pone en lo crematístico con ahínco y de forma excluyente, sin reparar en la riqueza de la persona y sus valores humanos. Tan desafortunados estamos siendo con nuestro porvenir humano que, en el mundo universitario, decaen las enseñanzas universitarias humanísticas hasta tal extremo que algunos incluso consideran sin piedad que deberían ser eliminadas del cartel de oferta educativa universitaria, por aquello de que, como las cuentas no cuadran, para qué seguir invirtiendo en lo que no tiene encaje en el mercado laboral.
El asunto tiene tal calado que cuando un hijo presenta una vocación de estudiar algo de las comúnmente conocidas como “letras”, el desaliento puede ser tan sonoro como para que a cualquiera se les quite las ganas de proseguir con la idea. A lo sumo, y si no tiene remedio la cosa, se les dará la bendición papal con el presagio del negro futuro que puede esperar.
En la prensa leo recientemente que, en Estados Unidos, un iluminado que se sienta en la poltrona de Kentucky como gobernador republicano, llamado Matt Bervin, sugería públicamente en enero de este mismo año que los estudiantes de la carrera de literatura francesa no deberían recibir becas del estado. Su argumento era claro y va directo a la línea de flotación: las llamadas liberal arts (esto es las “letras” españolas), ya no encajan en el mercado laboral, no contribuyen al crecimiento de la economía y, por ello, los ciudadanos no tienen por qué pagar esa formación con sus impuestos. ¡Ahí queda eso!
Ante tanto despropósito no puede uno más que relevarse con todas las energías posibles. Afortunadamente, en otros contextos más evolucionados, como ha ocurrido en alguna de esas instituciones decanas en la formación de perfiles técnicos, como es Massachusetts Institute of Technologuy (MIT), se plantean seriamente que muchos de los proyectos de ingeniería fallan porque no tienen en cuenta lo suficiente el contexto cultural. Y para propiciar una mejora que pueda incidir en eliminar estas connotaciones negativas, se obliga a sus alumnos para que dediquen el 25% de sus horas de clase a asignaturas como literatura, idiomas, economía, música o historia. Porque los retos a resolver por la ingeniería están ligados a realidades humanas y, por ello mismo, será complicado trabajar en la profesión sin sentir estos aspectos, esto es, aplicando lo técnico con sentido humanístico.
Y es que poco progresaremos en este mundo que cada día parece adquirir mayores visos de inhumanidad, si no consideramos que la enseñanza de las humanidades es vital para cualquier persona y, muy específicamente, para un estudiante universitario. La filósofa Martha Craven Nussman es contundente cuando sostiene que las humanidades no son decorado de una disciplina, no son arandelas a una carrera, sino parte constitutiva de un proyecto formativo. Efectivamente, hay que estar con esta insigne profesora para afirmar que las humanidades contribuyen a entender que el mundo no es blanco o negro, y en todo el devenir de las actuaciones no existen oposiciones irreconciliables, sino matices, tonalidades y sendas facetas de un mismo asunto. Por ello mismo, cuan útil resulta para profesionales como ingenieros, odontólogos, arquitectos y similares tener una formación humanista que no se entienda como ilustración histórica o “cultura general”, sino para aprender la importancia de dar razones, de organizar el pensamiento de manera lógica y convincente.
La relevancia de las humanidades no pasan desapercibidas para el mundo empresarial, dispuesto a seleccionar a sus empleados que cuenten con este perfil. Un informe de la Association of American Colleges and Universities («Employers More Interested in Critical Thinking and Problem Solving Than College Major») muestra que los empresarios consideran la educación en artes liberales (humanidades) a la hora de contratar a una persona, aunque su formación específica sea la de un técnico (51% la considera muy importante, 43% bastante importante y 6% poco importante). El informe citado dice que las personas con estudios de humanidades poseen una mejor empatía y valoración del contexto de la gestión.
Hay que entender por ello que las humanidades constituyen materias indispensables para los retos a los que se enfrenta la sociedad actual, fundamentales por lo demás en una democracia del siglo XXI. El nuevo contexto presenta un reto para la ciencia y las humanidades, al exigir una relación mutua, de modo que si la ciencia dice qué es posible hacer y la tecnología lo ejecuta, las humanidades ayudan a descubrir el sentido y orientación para la ciencia y técnica.
En esta línea me sorprende gratamente el paso pionero que se da en España por dos universidades, una pública y otra privada, que llevan a fusionar las ciencias y las humanidades en una carrera universitaria. La Universidad pública Rey Juan Carlos fue la primera que ponía en marcha un grado de estas características (Grado en Ciencias, Gestión e Ingeniería de Servicios), y la privada IE Univesity (Grado en Gestión de Sistemas de Información).
Aunque a priori nos pudiera resultar llamativo y hasta difícil de entender, sobre todo cuando desde bien pronto queremos obligar a los estudiantes para que se decanten abiertamente por “ciencias” o “letras”, lo cierto es que no parece imposible, y esa contradictorio posicionamiento académico no parece que ya tenga mucho recorrido en un mundo donde para aplicar retos tecnológicos hacen falta conocimientos humanísticos. Lo técnico debe ir junto a las habilidades personales, la inteligencia emocional, el liderazgo o el trabajo en equipo. En definitiva, sabiendo comunicar y evolucionar en un mundo que, ante todo, debe ser social.
Veremos la evolución de esta nueva tendencia educativa, en la que con profusión humanística podemos llegar a adiestrar la inteligencia y disciplinar la voluntad, se educa la sensibilidad, se sustenta el respeto por los demás y por uno mismo, facilitando con todo ello la vida interior y la unicidad. Mi opinión queda patente, máxime cuando hoy mismo mantengo conversación con un gran cardiólogo que presta sus servicios en la capital de España y que, a sus 50 años, ha comenzado a estudiar la carrera universitaria de Historia del Arte. Sentía que algo faltaba en su interior.
Buenísima entrada, totalmente de acuerdo contigo. Como estudiante de letras, esto sin duda es algo en lo que se piensa, sobre lo que se lee y se escribe…si las humanidades quedan olvidadas, la humanidad no avanza {por algo eran tan importantes en la Antigüedad}. Esperemos que la cosa cambie, ¡y mejore!
Como siempre, un placer leerte.
Un saludo.
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Gracias y a seguir luchando por las humanidades. Un saludo.
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