La capital sevillana atesora bastante historia que queda patente en su patrimonio y que la hace sumamente vistosa para cualquier visitante. No es la primera vez que reparo en ella y así lo reflejo en mis entradas, por aquello que merece la pena realzar cuanto adorna y agradece la vista.
En mi última visita a Sevilla acudí a los Reales Alcázares que se sitúan en pleno corazón de la ciudad. Un conjunto de espacios que se suceden en momentos históricos diferentes (desde finales del siglo XI), dejando su impronta los distintos gobernantes y culturas que han pasado por la ciudad (reúne características de arte islámico, mudéjar, gótico y barroco) y, por desgracia también, los lamentables sucesos producidos algunos por circunstancias ajenas a la mano del hombre (como fue la incidencia que tuvo en estas construcciones el famoso terremoto de Lisboa de 1755), y otras propias de esas desventuras humanas que tanto acostumbramos a tener (derribos y construcciones diversas, amén del largo período de abandono en que se vio inmerso todo el conjunto patrimonial). Hoy en día, por fortuna, y junto a la Catedral y el Archivo de Indias, es declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO desde el año 1987. Nombrarlo en plural lo es por aquello de que constituye un conjunto de construcciones de distintas épocas englobadas en un monumento rodeado por una muralla.
El acceso al recinto lo es por la Puerta del León, que constituye una parte de la muralla exterior. Es fácil advertirlo por las colas que de inmediato se divisan para adquirir las entradas, justo al lado de esa grandiosa Catedral sevillana. Tras cruzar la entrada, y a su izquierda encontramos la Sala de la Justicia y al fondo se encuentra un conjunto de tres arcos en una muralla. Traspasados los arcos se accede al Patio de la Montería. Pero vayamos por parte.
La Puerta del León recibe este nombre por la presencia de un azulejo, que fue restaurado en 2007, y que representa un león que sostiene una crucifijo con la garra derecha y una banda alrededor que lleva la inscripción “Ad utrumque” (dispuesto a todo), mientras que con las patas pisa una bandera. El azulejo se encuentra colocado sobre el dintel de la puerta, bajo un pequeño matacán.
Al cruzar la Puerta del León y pasando por el patio que recibe su mismo nombre, llama la atención el frontal que supone un muro con tres arcos, que viene a separar este espacio de entrada con el que viene a continuación, que no es otro que el Patio de la Montería. El muro es un resto de un antiguo lienzo almohade que formaba parte del entramado defensivo del Alcázar. Por su aspecto, se aprecia que los tres arcos han sufrido numerosos avatares a lo largo de los siglos (se dice que inicialmente lo fueron de herradura pero en la época cristiana se transformaron en arcos de medio punto). Pero ahí sigue, afrontando el paso del tiempo.
La Sala de Justicia era denominada en su momento como Sala de Consejos, constituyendo una parte del primitivo palacio musulmán que era donde se reunía el consejo de visires. Fue construida en 1311 por orden de Alfonso XI, en conmemoración de la victoria en la batalla del río Salado,, siendo el lugar en el que se reunía el rey Alfonso (y más tarde su hijo Pedro I) con su consejo de gobierno.
La sala constituye una estancia de planta cuadrada, cubierta por una preciosa armadura de madera mudéjar, con labor de lacería al estilo de las qubbas islámicas. Cada uno de sus muros laterales se decora con una estructura de triples arcos ciegos, con yeserías que reproducen elementos vegetales, epigrafía y escudos heráldicos, siendo considerada el primer ejemplo de estilo mudéjar, perfecta conjunción entre lo árabe y lo cristiano. En el centro de la sala hay una fuente de mármol, cuyo canalillo de desagüe comunica con una de las partes más antiguas del Alcázar, el Patio del Yeso, de la época del califato almohade de Abu Yaqud Yusuf y Abu Yusuf al Mansur (mediados del siglo XII). La nominación puede encontrarse en el hecho de que en su lado sur hay unas columnas califales que sostienen unos arcos con decoración (sebka) de yeso. El centro del patio está dominado por un estanque pequeño rodeado de setos.
El Patio principal o Patio de la Montería es el que permite el acceso al Palacio de Pedro I. El patio se constituye en el auténtico centro neurálgico de la construcción, y debe su nombre a que era el lugar de reunión de caballeros y monteros, jaurías y caballos que se producían cuando el rey se disponía a salir de caza hacia la marisma. Permite divisar la gran fachada monumental del palacio mudéjar, dividida en dos niveles. En el inferior se aprecia en los laterales unas arquerías que es posible tuviesen en su momento continuidad en los otros tres lados del patio; y sobre las mismas una estructura de siete arcos de medio punto, uno central más ancho y largo, y una composición tripartita formada por otros tantos arcos de menor luz a ambos lados.
Al frente una portada monumental, dividida en tres calles verticales, separada en dos niveles por medio de una imposta. En la central se encuentra, en su parte inferior, la portada de acceso con un dintel adovelado; y, a ambos lados, un arco polilobulado que apoya en dos columnas de mármol y sobre el mismo, decoración de sebqa. En el nivel superior encontramos un esquema de tres arcos polilobulados en la franja central, y otros dos arcos de la misma tipología en los laterales. Remata el conjunto un monumental alero de madera, ricamente policromado, que convierte a esta fachada en la protagonista del patio de la Montería.
El Palacio de Pedro I tiene una planta rectangular, con diferentes estancias articuladas en torno a dos patios, el de las Doncellas, con las habitaciones más protocolarias y sus bellos zócalos de azulejos, además de comprender un conjunto de arcos que forman las galerías circundantes, amén de la maravilla que suponen los techos de artesonado; y el patio de las Muñecas, centro de las salas de carácter privado. que cuenta con una interesante colección de capiteles.
El Patio de las Doncellas se denomina así por una leyenda que cuenta que los gobernantes musulmanes de Sevilla pedían a los reinos cristianos norteños cien doncellas vírgenes.
Por su parte, el famoso Patio de las Muñecas lo recibe al hecho de que hay nueve caritas de muñecas talladas en las columnas de los arcos, que al parecer y conforme a las tradiciones seguidas, trae suerte encontrarlas. En su momento no me percaté de esta circunstancia.
En el costado oriental del patio de las Doncellas se levanta una de las fachadas del Palacio Gótico, y en las otras tres se abren las diferentes salas que componen el piso inferior del palacio: las salas Regia y la Alcoba Real en un lateral, y el Salón de Carlos V en el costado contrario.
En el lado occidental se encuentra el Salón de Embajadores, concebido como salón del trono. Se trata de una estancia de planta cuadrada, con una gran bóveda de media naranja que apoya sobre pechinas con decoración de mocárabes. En los muros encontramos decoración de azulejos y yeserías con motivos vegetales.
En dos de sus lados hay un esquema de tres arcos de herradura apoyados en finas columnas de mármol con capiteles reaprovechados.
Los grandes balcones de la parte superior fueron construidos a finales del siglo XVI, y rompen con la estética mudéjar. A comienzos del siglo XVII se decoró la parte alta de los muros con los retratos de los reyes cristianos, desde Recesvinto hasta Felipe III.
A ambos lados del Salón de Embajadores se abren otras dos pequeñas estancias, que destacan por su exquisita decoración de yeserías con motivos vegetales en sus muros, y unos tondos con decoración figurativa que representa escenas de caza y temas caballerescos.
Si lo construido reviste trascendencia no lo es menos las zonas ajardinadas que presenta este conjunto. Los Reales Alcázares disponen de un total de trece jardines, que suman un total de 70.000 metros cuadrados, en los que se acentúan caracteres árabes, renacentistas y modernos. Su origen obedeció a la necesidad de contar con una huerta en el interior del recinto defensivo, pero que a medida que iba perdiendo el carácter militar se iba transformando en lugares de descanso.
Destacan los Jardines del Príncipe, con la fuente de Neptuno, con un estanque de grandes dimensiones que reaprovecha una antigua alberca, y en cuyo centro hay una estatua del dios del comercio, con un telón de fondo formado por un muro con grutescos. También los Jardines del Naranjal, con la fuente del León; y el Pabellón de Carlos V, donde murió Fernando III. Los demás jardines son de época más moderna. En todos ellos el agua se encuentra presente por medio de fuentes y estanques, y una naturaleza desbordante.
Con mi aportación de fotografías completo el relato de una visita que merece la pena recomendar.
Bella Sevilla, llena de mágia y arte. Un saludo¡¡¡
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Gracias!Un saludo
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Muy buen relato, y preciosas fotos, me ha encantado leerte. Aún tengo pendiente Sevilla, a ver si consigo que sea mi próximo viaje 🙂
Un saludo.
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No puedes perderte esa gran ciudad. Tanto que ver y tanto de disfrutar que se hace imprescindible en cualquier agenda viajera. No tardes en verla. Muy agradecido siempre por tus comentarios. Animan a seguir. Un saludo.
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Espero poder ir este año. Gracias a ti, es de agradecer tener algo bueno que leer. Saludos.
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